La Profecía De La Llegada - Libro 1 de la Saga De Lug

SEGUNDA PARTE: El Marcado - CAPÍTULO 57

Me estremecí al escuchar el sonido de la puerta. Ella entró con paso enérgico.

—Buenos días, mi amor— sonaba de buen humor.

Se acercó hasta mí y me besó los labios. Como no le respondí el beso, me mordió en corte del labio haciéndome gritar. La sangre comenzó a brotar de nuevo de inmediato. Ella la lamió con avidez.

—Me encanta el sabor de la sangre en la mañana. ¿Qué pasa? ¿Por qué estás tan callado hoy? No me saludas, no me devuelves el beso... Creo que debo enseñarte buenos modales.

Fue hasta la pared y recogió la cadena hasta dejarme colgando sin posibilidad de apoyarme en el suelo. El dolor fue como un rayo pasando a través de los brazos. Se puso detrás de mí a cierta distancia, y sin advertencia alguna, me dio un latigazo en la espalda, arrancándome un grito. Luego se acercó a mi oído:

—Cuéntalos.

Las lenguas del látigo volvieron a azotarme sin piedad. Dolorosos recuerdos de mi infancia afloraron en mi memoria, aumentando el terror. Los hermanos me habían azotado con látigos de cuero trenzado desde la edad de ocho años, pero no recordaba que el dolor fuera tan intenso.

—¡Cuéntalos!— me gritó ella, azotándome de nuevo.

—Tres— pude pronunciar a duras penas después del grito.

—No, mi amor, quiero escuchar los números desde el uno, y por cada número que no pronuncies, agregaré dos latigazos más a la cuenta.

Sentí cómo el cuarto latigazo furioso me arrancaba la piel de la espalda. Aquel no era un látigo de cuero común como el de los hermanos, aquel era un látigo de tres lenguas con puntas de metal atadas en los extremos.

—Uno— dije con la voz ronca por los gritos.

—Muy bien— aprobó ella mientras daba el siguiente.

—Dos.

La escuchaba gruñendo a mis espaldas por el esfuerzo de administrar los azotes.

—Tres.

Cada azote parecía aumentar su euforia, y se aplicaba con más fuerza al siguiente.

—Cuatro.

Llegando al veinteavo, perdí la cuenta. Ya no tenía voz para seguir contando, aunque quisiera. Ella aumentó la velocidad, y casi no había tiempo entre un latigazo y otro. El dolor me hizo perder la noción del tiempo. No sabía por qué me estaban azotando. Seguramente había hecho algo malo. Debía ser algo muy malo porque los azotes no paraban. El dolor no me dejaba pensar, no podía recordar lo que había hecho. Escuchaba los gritos de quién me castigaba. Hacía un esfuerzo por comprender lo que me decía. Quería obedecer, pero no entendía las órdenes. Solo había un deseo en mi mente: que se detuviera, que por favor se detuviera. Pensé en suplicar, pero las palabras no subían por mi garganta.

En algún momento, se detuvo. Ya no podía sostenerme de las cadenas, mi cuerpo colgaba fláccido de las muñecas, con los grilletes clavándose en la carne. Ya no entendía dónde estaba, ni por qué estaba ahí. Toda mi concentración se enfocó en tratar de respirar. Era lo único que podía hacer. Lo único que me quedaba. No sé cuánto tiempo estuve allí colgado. Tenía la boca seca, y la sed me consumía. Después de un rato, haciendo un gran esfuerzo, pude por fin pronunciar:

—Agua.

—Todavía no te has ganado el derecho a agua ni a comida— escuché la voz de una mujer.

—Por favor— supliqué.

Ella se acercó a mí y me lamió los labios. Pasé la lengua por mis labios, tratando de recoger su saliva.

—Si te comportas, te daré agua.

Solo ansiaba que me dijera qué tenía que hacer para complacerla, y así lograr que me diera agua.

—¿Qué quieres de mí?

—Ya te dije que lo que quiero es que mueras lentamente, pero como no se me permite que te mate, debo conformarme con torturarte.

—¿Por qué me torturas? ¿Qué quieres obtener de mí?

—¿Yo? Nada. Solo me causa placer infligir dolor. Pero mi Señor quiere saber cuál es el nuevo lugar donde se llevará a cabo el Concilio de tus amigos.

En medio de la nebulosa de dolor que no me dejaba pensar, traté desesperadamente de recordar. Había oído hablar de un Concilio. Si solo pudiera recordar dónde iba a ser, ella me daría agua. Me esforcé, en verdad me esforcé, pero no logré acceder a la información que ella me pedía.




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