Me desperté sobresaltado, sudando, en medio de la noche. El terror de la pesadilla que había tenido apenas me dejaba respirar. Presentía que el horror de la tortura nunca me dejaría de acompañar en mis sueños. Mientras la memoria del dolor se disipaba, recordé con angustia que tal vez estaba a horas de que la tortura comenzara de nuevo, y esta vez, no sería un sueño.
Miré al otro lado de la mesa plegable. Pude distinguir su forma en la oscuridad. Escuché su respiración suave y pareja: ella dormía tranquilamente. Tal vez ésta era mi oportunidad, mi única oportunidad. Muy lentamente, sin hacer ruido, me levanté de la cama, busqué mis botas y mi camisa, y me las puse. Me asomé apenas abriendo una rendija en la lona que hacía de puerta de la tienda. Iluminados por las fogatas del campamento, vi a dos soldados que montaban guardia de espaldas a mí. Era imposible salir por la puerta sin ser visto.
Me volví y tanteé con cuidado sus ropas. Encontré las botas. Saqué el puñal con infinito cuidado de la bota derecha. Luego, fui hasta el fondo de la tienda e hice un tajo en la lona. En segundos, me encontré en el bosque oscuro. Calcé el puñal en el cinto del pantalón, y me alejé del campamento lo más rápido que pude.
Caminé sin rumbo fijo en la oscuridad del bosque. Todo lo que quería era alejarme lo más posible de ella, no había otro plan en mi mente. No sabía adónde iba ni lo que iba a hacer después. Solo caminaba lo más rápido que podía. Había olvidado el bastón, y la pierna me dolía cada vez más, pero no me atrevía a detenerme. Si paraba, el dolor que me esperaba si ella me atrapaba de nuevo sería mucho mayor, tenía que seguir.
No sé cuánto tiempo había caminado. Sudaba y estaba mareado por el dolor de la pierna. Aún así, no me animaba a interrumpir mi huida. De pronto, comencé a sentir otras presencias detrás de mí. Con el corazón en la boca, me di vuelta, pero no pude ver ni escuchar nada. Redoblé mis esfuerzos, pero el dolor de la pierna me hizo caer de rodillas. Me icé como pude, agarrándome del tronco de un árbol, y seguí caminando. Unos minutos más tarde, comencé a escuchar las voces y a ver la luz de las antorchas. La pierna herida ya no me respondía, pero aún así la arrastraba, desesperado. Tenía que escapar, no podía dejar que me atraparan, no de nuevo. No volvería a dejar que me torturara, prefería morir.
Todos mis esfuerzos fueron en vano, los soldados me alcanzaron fácilmente, y me rodearon en medio de un claro. Había unos cincuenta soldados armados, rodeándome con antorchas. Sabía que no tenía oportunidad. Me quedé petrificado, con el corazón latiendo desbocado, el dolor de la pierna ardiendo como fuego. Entre el crepitar del fuego de las antorchas, escuché pasos rápidos. Alguien venía corriendo a toda velocidad hacia mí. En un instante, la vi. Si había todavía algún dejo de esperanza en mi corazón, el verla, la aniquiló por completo. En ese momento, supe lo que tenía que hacer, lo único que podía hacer.
Cuando llegó hasta mí, me abrazó con fuerza. Yo permanecí rígido, con los brazos a los costados.
—¡Gracias al Círculo que te encontramos! ¡Creí que te habían recapturado!—exclamó ella apoyando la cabeza sobre mi pecho.
—Me recapturaron— murmuré fríamente.
Cuando ella aflojó el abrazo, la empujé con fuerza hacia atrás. Ella trastabilló, con el rostro sorprendido, pero logró mantenerse de pie. Saqué el puñal del cinto y me lo apoyé en el cuello.
—No voy a volver a caer en tus manos. Antes, prefiero morir— le dije.
—Lug, no, por favor, escúchame— suplicó ella.
—¿Tienes miedo de lo que te hará tu señor si muero?— le dije desafiante.
—Lug, no tienes que hacer esto. Estamos de tu lado. Somos tus amigos.
—Ni siquiera lo intentes, no puedes engañarme. Él me lo dijo.
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Editado: 24.03.2018