La Profecía De La Llegada - Libro 1 de la Saga De Lug

SEGUNDA PARTE: El Marcado - CAPÍTULO 63

—Aún faltan un par de horas para que amanezca. Trata de descansar. Partiremos con la primera luz del alba— me dijo Calpar, sosteniendo la lona para que pudiera entrar en la tienda.

            —Gracias— dije, mientras pasaba rengueando con Dana.

            —¿Estás bien?— preguntó él, señalando la pierna.

            —Creo que sí, solo me duele mucho la herida de la pierna. Supongo que no fue buena idea forzarla tanto.

            —Sí, la próxima vez que desees huir, deberías robar un caballo— dijo él en tono de broma.

            Dana me ayudó a acostarme en la cama.

            —Déjame ver la herida— dijo Calpar.

            De mala gana, me bajé el pantalón. Dana acercó una vela encendida para que Calpar pudiera ver mejor. Calpar aflojó la venda y la corrió para ver la herida. Torció el gesto.

            —Está infectada— dijo.

            —Tengo algunas hierbas y ungüentos— ofreció Dana.

            —¿Tienes xilina?

            —Creo que sí.

            —Un té de xilina ayudará, pero si no lo ve pronto un Sanador, la infección se seguirá extendiendo.

            —Tal vez alguien en el Concilio pueda ayudarlo— aventuró ella.

            —Ojalá— dijo él, serio.

            Dana fue hasta un rincón y hurgó en su mochila. Trajo unos frascos y se los dio a Calpar. El Caballero Negro los inspeccionó, apartó dos y devolvió el resto. Dana se fue a preparar el té, y Calpar acercó una silla al lado de mi cama y se sentó. Abrió los frascos que había apartado, y mezcló los contenidos, armando una pasta marrón claro que luego comenzó a untar en mi pierna.

            —La hermana de Dana me dijo que había mandado echar tu cadáver a los depredadores del lugar— dije.

            —Debiste saber que eso era mentira, mi cuerpo es muy viejo y duro para que lo coman los animales.

            Sonreí a pesar del dolor.

            —¿Cómo es que pudieron escapar y rescatarme?

            —Supongo que tuvimos más suerte que tú. A mí no me vieron, pues alcancé a esconderme tras una roca. Salir a luchar solo me hubiera ganado la muerte. Tenía más oportunidad si me ocultaba y vivía para poder ir a buscar ayuda. Hirieron a Dana, pero por alguna razón, cuando se acercaron para llevársela, no se atrevieron a tocarla. Mientras un grupo te arrastraba inconsciente, cinco de ellos se quedaron al lado de Dana, tratando de decidir qué hacer. Ella los amenazó a gritos, diciéndoles que si no la dejaban en paz, los mataría a todos. De alguna manera, parece que le creyeron, porque finalmente huyeron, dejándola ahí tirada.

            —Creyeron que era Murna— dije.

            —Seguramente. Dana se puso como loca cuando se dio cuenta de que te habían capturado. Apenas si me dejó que le sacara la flecha del hombro y le atendiera la herida. Todo lo que quería era ir tras aquellos hombres y rescatarte. La convencí de seguirlos de lejos para ver adónde iban. Eran demasiados para enfrentarlos. Los seguimos por el desierto hacia el norte, hasta Estia. Se habían adueñado de las ruinas de la ciudad, y al parecer, vivían entre los escombros y los pedazos de casas que aún quedaban en pie.

            —¿Quiénes eran?

            —No lo sé. Habitantes del desierto del norte. Al parecer, tienen la habilidad de camuflarse, por eso no pudimos verlos en Tu Danacum hasta que fue muy tarde. Había cientos en la ciudad. Entrar a rescatarte habría sido un suicidio. A duras penas, convencí a Dana de volvernos para buscar ayuda. Le expliqué que si no te habían matado en Tu Danacum era porque seguramente tenían órdenes de capturarte vivo. Si era así, teníamos una buena posibilidad de buscar ayuda, volver y encontrarte todavía con vida. No sabíamos que iban a torturarte hasta el borde de la locura. Nos tomó tres días ir hasta Kildare y volver con un ejército de mil hombres, proporcionado por Neryok. Los hombres del desierto no estaban preparados para resistir a guerreros kildarianos, especialmente al ser superados en número. Los soldados arrasaron la ciudad. Mataron a varios cientos y otros tantos huyeron al desierto.




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