—Es una mitríade— me susurró Dana.
La mitríade era una especie de elfo alado, delgado, de finas y exquisitas facciones, sus ojos brillaban con un color azul intenso, y el color de su piel era blanquecino. Se movía suavemente, aleteando con movimientos ondulantes. Todo aquel ser transmitía una infinita paz de espíritu. Me di cuenta de que los patrones extraños que había percibido cuando nos rodearon, pertenecían a aquella criatura. El ser dijo:
—Sed bienvenidos a Medionemeton, mi nombre es Merianis.
Su voz era aguda pero dulce, y hablaba cantando todo el tiempo.
—¿La reina Merianis?— exclamó Dana incrédula.
—Así es— respondió Merianis, y sus alas tomaron un extraño color rosado transparente.
—Esto me parece tan increíble. Pensé que vos y vuestro pueblo erais solo una leyenda.
—Espero que os agrade comprobar lo contrario.
—Desde luego, es de mi sumo placer comprobarlo— respondió la hija de Nuada.
Noté que el lenguaje que usaba Dana para dirigirse a aquella criatura de fantasía era un tanto rebuscado y formal. Yo no me atrevía a hablar por miedo a romper aquel encanto con mi voz grave y poco amable, y con mi lenguaje rústico e inadaptado, pero no pude permanecer mucho tiempo en silencio:
—¿Sois vos Lug, el Undrab?— preguntó la mitríade.
—Así es, señora— respondí a su canto. Ella rió, y su risa sonó como gotas de agua cayendo sobre un cristal.
—Lo siento— cantó luego—, es que nunca nadie me había llamado señora... hace tanto tiempo que he olvidado que soy una reina... Pero no evoquemos tiempos mejores y dediquemos nuestras fuerzas a mejorar estos.
—Así sea Merianis— habló Calpar.
—Myrddin, me alegro en verdad de veros.
—También yo.
—Oh, no, aún no os alegráis, no lo suficiente.
—¿Disculpad?
—Si habéis esperado tanto, podréis esperar unos minutos más.
—Estáis muy misteriosa.
—Es la naturaleza de las de nuestra raza.
Por detrás de la mitríade, se fueron acercando hombres y mujeres, armados con enormes espadas. Los hombres llevaban el cabello largo y suelto, y las mujeres lo llevaban recogido en trenzas. Tanto hombres como mujeres vestían faldas a cuadros negros y rojos hasta la rodilla, y botas de cuero negro. Sobre la armadura de cuero que les cubría el torso, cruzaba una banda hecha de la misma tela de las faldas que iba desde el hombro izquierdo hasta la derecha de la cintura. Sus rostros serios y aguerridos se veían tan amenazantes como los de los soldados kildarianos. Una mujer que parecía estar al mando del grupo de guerreros, se adelantó unos pasos hacia Dana, y haciendo una reverencia, apoyó una rodilla en el suelo:
—Mi señora, nos complace volver a verla.
El resto del grupo imitó a su líder, apoyando también una rodilla en el suelo y bajando la cabeza, en saludo respetuoso hacia Dana.
—Para mí también es un placer volver a encontrarme con mi pueblo, Tarma—respondió Dana, enfundando su puñal y haciendo una señal con la mano para que su gente se levantara. Luego, se volvió a los soldados kildarianos y les anunció:
—Esta es mi gente, los Tuatha de Danann, estamos entre amigos.
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Editado: 24.03.2018