La Profecía De La Llegada - Libro 1 de la Saga De Lug

SEGUNDA PARTE: El Marcado - CAPÍTULO 66

Pronto, Zenir y yo quedamos solos en aquella parte del bosque.

            —¿Esto va a doler como la última vez? –pregunté.

            —No. Esto va a doler mucho más que la última vez.

            Tragué saliva. Zenir me ayudó a ponerme de costado para poder ver mi espalda.

            —Pero no tanto como debe haber dolido esto— agregó al ver las heridas de mi espalda—. ¿Qué clase de persona hizo algo como esto?

            —Una tan bella y mortífera como su hermana.

            Zenir me miró arrugando el entrecejo.

            —Su nombre es Murna, es hermana de Dana— expliqué.

            Zenir asintió, comprendiendo.

            —Ya veo por qué Nuada estaba tan perturbado.

            —No fue culpa de Dana— aseguré.

            —Por supuesto que no— concedió él—. Nuada no estaba realmente enojado con Dana, estaba enojado consigo mismo. Marga le advirtió sobre Murna, pero él no quiso escuchar— explicó el Sanador, acomodándome otra vez de espaldas sobre la camilla. Volvió otra vez su atención a la herida de la pierna. Suspiró pensativo.

            —Puedes ayudarme, ¿no?— le pregunté al ver su rostro preocupado.

            —Cualquier Sanador sugeriría cortar la pierna.

            —¿Qué?— grité alarmado.

            —Tienes suerte de que yo no sea cualquier Sanador.

            —Entonces, ¿hay otra forma?

            —Ahá— asintió él, sin explicar.       

Suspiré aliviado. Zenir puso su mano con cuidado sobre la herida, como lo había hecho cuando me curó las costillas. Me sorprendió que no hubiera usado ningún ungüento ni hierbas. Ni siquiera había traído consigo su bolso con medicinas.

—Si esto va a doler... ¿no sería conveniente que tomara ese té sedante de la última vez? No es que fuera de mucha ayuda pero...

—Tranquilo. Aún estás bajo los efectos de la robidra. Eso ayudará.

—¿No vas a usar el ungüento de la última vez?

—No necesito ungüentos. Solo uso ungüentos y hierbas para hacer creer a la gente que soy un Sanador común. ¿No habrás creído que se podían curar las costillas rotas con un ungüento?

—Bueno...

—Soy un Antiguo— declaró él—. Mi habilidad es sanar. Ahora, ¿vas a dejar de parlotear para que pueda hacer lo mío?

Asentí. Eso lo explicaba todo: la forma en que había sanado como por arte de magia mis costillas, la rapidez con la que había curado al unicornio...

—Estoy en tus manos— le dije, y cerré los ojos preparándome para el dolor.

Zenir comenzó a mover su mano sobre la herida, y la sensación de fuego comenzó a subir por la pierna, quemándome las entrañas, invadiéndome el pecho, recordándome el dolor de la marca de Murna. Apreté los dientes hasta casi quebrarlos, tratando de reprimir un grito, pero fue imposible. Mi alarido asustó a los pájaros del bosque y trajo a Dana corriendo. Se arrodilló a mi lado y me tomó de la mano. El sufrimiento que vi en sus ojos era peor que el fuego que me consumía. Sentí como si la sangre hirviera dentro de mis venas. Luché por mantener la conciencia. Miraba a Dana para no pensar. El dolor era tan intenso que los recuerdos de la tortura afloraron llenándome de terror. Por un momento no supe si la que me tenía de la mano era Dana o Murna. Sentí que perdía la cabeza otra vez.




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