Nuada entró de pronto. Traté de levantarme. No consideraba correcto recibirlo estando ahí tirado en la camilla.
Como Zenir había ordenado reposo para mí, los soldados kildarianos habían armado una tienda para que pudiera descansar más tranquilo, y junto con los Tuatha de Danann, habían aprovechado el descanso para encender fogatas, cocinar un almuerzo tardío y atender a los caballos. Calpar y Zenir dedicaron el tiempo a ponerse al día. Dana había ido a hablar con Tarma, con la esperanza de que pudiera prestarle algún atuendo más de su gusto, así que yo estaba solo en la tienda cuando entró su padre.
Nuada me hizo seña para que me quedara acostado, extendió una manta sobre el piso y se sentó a mi lado, acomodando su manto rojo hacia atrás. Me apoyé sobre los codos y me senté, apoyando la espalda en un poste interno que sostenía el techo de la tienda.
—Todavía me cuesta creer que estés con nosotros después de tanto tiempo lamentando tu pérdida— dijo con una sonrisa—. Ojalá Marga pudiera verte.
—Me hubiera gustado conocerla.
—Era una mujer extraordinaria— dijo él, con la mirada perdida en sus recuerdos—. Y si le hubiera hecho caso... lo que te pasó con Murna...
—No fue culpa de Dana— señalé.
—Lo sé. Siento haberla culpado. Lo cierto es que la culpa es solo mía. Debí haber matado a Murna como me lo pidió Marga. Mucho sufrimiento y muerte se habría evitado de esa forma.
—Pero Murna era solo una bebé, ¿cómo podía negarle la oportunidad de vivir y probar que podía ser buena?
—Murna no podía ser buena. Nació con la mente enferma. Tuve la oportunidad de hacer lo debido, pero fui débil.
—No podía saber en lo que se iba a convertir, no de seguro. Marga podría haberse equivocado.
—Tu madre nunca se equivocó, en nada.
—Aún así, todos tienen derecho a una oportunidad. Con todo lo que Murna me hizo, yo no podría matarla si tuviera la oportunidad de hacerlo.
—¿Por qué?
—Supongo que no está en mi naturaleza. Supongo que pienso que todos merecen la oportunidad del perdón y la redención.
—Eres tan noble como tu madre— aseguró él.
—Pero ella quería matar a una bebé por crímenes que aún estaban lejos de cometerse, ¿es eso noble?
—Es diferente. Si Murna la hubiera lastimado a ella, la hubiera perdonado, pero en este caso ella estaba defendiendo a su hijo. Eso es muy diferente.
—Supongo.
—Lo que no entiendo es cómo te atraparon. Creí que Myrddin estaba con ustedes para protegerlos.
—No tuvimos oportunidad. Al parecer, nuestros atacantes tenían la habilidad de camuflarse y volverse invisibles. Pude percibir su presencia, pero no alcanzamos a reaccionar a tiempo. Cuando se hicieron visibles, ya los teníamos encima.
—Pero Myrddin debió repelerlos...
Negué con la cabeza.
—Calpar estaba desarmado, no pudo hacer nada.
—¿Desarmado? ¿Qué quieres decir?— preguntó él confuso.
—Desarmado— repetí. No había ambigüedad en mi explicación. No entendía por qué Nuada no lo comprendía—. La espada que tiene ahora la obtuvo después— aclaré—. En ese momento, todo lo que Calpar pudo hacer fue esconderse tras una roca para conservar la vida y poder ir a pedir ayuda. Dana se salvó porque los atacantes pensaron que era Murna. Yo no tuve tanta suerte.
—¿Me estás diciendo que Myrddin se escondió en plena batalla? ¿Que no hizo nada?— dijo él incrédulo.
—No fue su culpa, no tenía opción.
Nuada se quedó pensativo por un momento.
—Ese no es el comportamiento típico de Myrddin— murmuró—, no tiene sentido.
—Hizo lo único que podía hacer en tales circunstancias— aseguré.
Nuada no contestó.
—¿Y qué hay de ti? Dana dice que puedes influenciar las mentes, ¿por qué no pudiste defenderte de ella, escapar?
Suspiré. Invoqué la coraza que me permitía estar fuera de la angustia de los recuerdos de mi agonía en manos de Murna. Me aclaré la garganta como intentando probar si iba a poder explicarle a Nuada lo que había pasado, sin que se me quebrara la voz.
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Editado: 24.03.2018