La Profecía De La Llegada - Libro 1 de la Saga De Lug

SEGUNDA PARTE: El Marcado - CAPÍTULO 73

La última en ser anunciada fue Merianis, la anfitriona, quien se deslizó graciosamente, sobrevolando el salón y saludando a todos, dándoles la bienvenida a su tierra. Cuando la reina de las mitríades tomó finalmente su lugar a la derecha de Nuada, inició un discurso de bienvenida que culminó con un brindis. Luego todos nos sentamos, y las mitríades comenzaron a llegar con distintos manjares, repartiéndolos por las mesas, al compás de los suaves acordes del arpa. Debían conocer mi peculiaridad de no comer carne porque a mi lugar solo llegaron platos con vegetales y frutas de distintos y vivos colores que se veían muy apetitosas.

            Vi que Nuada estaba un poco más calmado y conversaba animadamente con Merianis. No obstante, me lanzaba unas miradas furtivas de vez en cuando, y noté que apenas probó bocado.

            —¿Qué le pasa a tu padre esta noche? Lo noto un poco nervioso— le comenté a Dana. Ella observó a su padre de soslayo, y luego volvió su mirada hacia mí con un gesto de la mano como restándole importancia al asunto.

            —Solo debe estar preocupado por la reunión de mañana. Hay muchas decisiones importantes que tomar, y muchas cosas en juego.

            Asentí con la cabeza, pero en mi interior sabía que había más que eso, y sabía que lo que fuera que le sucedía, tenía que ver conmigo. Con Dana en el medio, no podía averiguar mucho y además, aquél no era ni el momento ni el lugar para más indagaciones. Decidí que hablaría con Nuada más tarde sobre el asunto, en privado.

            —¿Qué fue eso de enviarme a tres mujeres para que me bañaran?— le murmuré a Dana al oído para cambiar de tema.

            —Es una tradición de mi pueblo en el trato de gente importante. Espero que lo hayas disfrutado.

            —¿Disfrutado? Les dije que me bañaba solo y las mandé afuera.

            —Eso es un poco descortés— respondió ella, pero su rostro mostraba una sonrisa satisfecha por mi proceder—. ¿Por qué harías algo como eso?

            —Solo permito que una mujer me vea desnudo, la reina de los Tuatha de Danann.

            Su sonrisa se hizo más amplia.

            —Desearía haberte bañado yo misma, pero no había tiempo. Además, te recuerdo que dijimos que mantendríamos lo nuestro en secreto.

            —Si es así, no creo que debas hablarme tanto al oído. La gente podría sospechar.

            —Oh, Lug, si observaras bien, te darías cuenta que mientras te estoy hablando, miro de soslayo a Althem en la mesa a nuestra derecha. De esa manera, parece que te estoy hablando de él. Deberías mirarlo también para seguirme el juego, y de paso parecerá que el Undrab se interesa por informarse sobre los altos dignatarios que han venido hasta aquí. Ese es el objetivo de este banquete, celebrar tu llegada y dar la oportunidad para que las autoridades de los distintos pueblos que se han hecho presentes, se conozcan y se relacionen en un ambiente más distendido antes de la reunión oficial.

            —¿Cómo logré que una mujer tan inteligente como tú se enamorara de mí?

            Ella se encogió de hombros:

            —Me cautivan los hombres que se meten en problemas continuamente.

            Sonreí.

            —Entonces, mi querida reina, ¿cuál es Althem, así también puedo mirarlo y fingir que estoy hablando de él?

            —El de la túnica azul oscura con plateado y muñequeras de cuero negro con tachas.

            Miré hacia la mesa y encontré al sujeto de inmediato. Cuando lo miré, noté que sus ojos estaban clavados en los míos. Alcé mi copa e incliné la cabeza hacia él. Él alzó también su copa devolviéndome el reconocimiento, y bebimos un sorbo de aquella bebida ámbar en un brindis silencioso.




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