La Profecía De La Llegada - Libro 1 de la Saga De Lug

SEGUNDA PARTE: El Marcado - CAPÍTULO 79

Merianis se acercó aleteando hasta la tienda de Nuada. Su rostro apacible parecía ser parte del mismo bosque. Respiraba, disfrutando cada bocanada de aire fresco. Después de la tensión de la reunión con los ex-Antiguos, la visión de su andar resultaba relajante y casi fuera de lugar. Con una gracia infinita que solo hubiera podido emanar de una criatura como aquella, Merianis pidió a todos que nos dejaran solos a ella y a mí en la tienda. Los demás obedecieron de inmediato. Merianis alejó una silla de la mesa y me indicó con un gesto que me sentara. Una vez sentado, ella trajo otra silla y la colocó frente a mí. Se sentó tranquilamente y me miró con una sonrisa, mientras cruzaba sus delicados dedos apoyando suavemente sus manos sobre la falda plateada que le cubría las piernas. Yo me enderecé en la silla y la miré a los ojos, respirando hondo y preparándome, no estaba seguro de para qué.

—¿Por qué no me explicáis lo que queréis?— dijo ella con voz suave.

La miré sorprendido. Había dado por sentado que Nuada le había explicado por qué requeríamos de su presencia.

—Nuada la mandó a buscar porque quiere...

—No me interesa lo que Nuada quiere— me interrumpió ella—. Me interesa saber lo que vos queréis.

—Tuve una conexión con Bress. Los demás piensan que estoy contaminado por la oscuridad. Necesito saber si es cierto.

—¿Y qué pensais vos?

—Que no estoy contaminado.

—Bien— dijo ella sonriendo. Se puso de pie y caminó hacia la puerta.

—¿Eso es todo?— dije, sin comprender por qué se iba. Ella se volvió como si le sorprendiera mi pregunta.

—Si decís que no estáis contaminado, entonces no lo estáis. ¿Qué más puede haber?

—Ellos no me creen. Ellos quieren saber si usted percibe alguna oscuridad dentro de mí.

—No importa lo que ellos creen. Solo importa lo que vos creéis.

—Ellos tienen miedo de que los traicione, de que los entregue a Bress.

—¿Haríais eso?

—Nunca.

—Entonces, ¿cuál es el problema?

—¿Problema? El problema es que ellos no me creen— repetí un poco exasperado. Comenzaba a pensar que aquel ser no ayudaría a proveer la prueba que necesitaba para convencer a Calpar y a los demás de mi inocencia.

—Sois Lug. No importa lo que otros creen, sino lo que vos creéis. Solo debeis creer en vos mismo.

—Es lo que Dana me dijo— murmuré.

—Dana es la Mensajera, su función es ser vuestra guía. Creo que deberíais escucharla.

Merianis aleteó y flotó en el aire hacia la puerta otra vez.

—Entonces, ¿usted va a decirles que no estoy contaminado? ¿Va a convencerlos?— le pregunté con urgencia, antes de que saliera de la tienda. Ella posó los pies en tierra nuevamente y se volvió.

—¿Convencerlos? No veo la necesidad.

—Por favor, reina Merianis, tiene que ayudarme.

Su rostro se puso serio. Volvió caminando hasta la silla y se sentó nuevamente frente a mí.

—Decidme lo que sentisteis durante esa conexión con Bress.

—Estábamos en el bosque, con las manos en contacto...

—No me digáis lo que pasó, decidme lo que sentisteis. Adentro de vuestro ser, en lo más profundo de vuestra alma, ¿qué sentisteis?

—Sentí que doblegar la voluntad de otros a la mía me excitaba. Me sentí poderoso, invencible, me sentí el dueño del universo.

Ella asintió seria.

—¿Y cómo os sentisteis después de la conexión?

—Avergonzado.

—¿Por qué?

—Sentí que no era correcto. No estaba bien doblegar a otros. Todos, aún un árbol o un pájaro tienen derecho a su libre albedrío, a elegir por sí mismos.

—Si un árbol y un pájaro tienen ese derecho, ¿por qué os negáis a vos mismo ese mismo derecho? ¿Por qué creéis que dependéis de lo que otros dicen o piensan o creen?

No respondí. Ella se inclinó hacia mí y me tomó del mentón con suavidad.




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