Me retrepé en la silla y suspiré. Nuada daba golpecitos suaves sobre la mesa con un dedo de su mano de plata, meditando. Los diferentes líderes que habían venido para el tan esperado Concilio habían estado hablando ya por dos horas, explicando la cantidad de hombres de que disponían y los tipos de armas que portaban. Merianis estaba sentada a la punta de la mesa. No había dicho una sola palabra durante toda la reunión, solo estaba allí sentada con su rostro noble y regio, escuchando con atención. Verles, príncipe de los pescadores de Hariak, se había enzarzado varias veces en discusiones subidas de tono con Althem de Aros acerca de la valentía y preparación de ambos pueblos. Althem no creía que los pescadores de Hariak pudieran llevar a cabo el traslado de los guerreros hasta la isla del norte con la eficiencia suficiente, mientras que Verles pensaba que la frialdad de la gente de Aros sería contraproducente en el fragor de una batalla. Nuada había tenido dificultades para calmar a las dos partes antes de que sacaran sus armas y entraran en combate allí mismo. Eltsen, hijo de Orfelec de Faberland, permanecía sentado en un rincón de la tienda, lejos de la mesa. No había hablado ni una vez y no parecía interesado en el mapa que Nuada tenía desplegado sobre la mesa, sobre el cual todos los demás estaban inclinados. Tanto Althem como Eselgar, hijo de Neryok de Kildare le echaban miradas de desconfianza de vez en cuando, y Verles lo ignoraba por completo. Zenir y Calpar estaban parados a los lados de Nuada. Calpar tenía una mano apoyada en el mapa y la otra en la cintura. Zenir tenía las manos entrelazadas en su espalda y se balanceaba sobre sus pies, mirando fijamente el mapa. Yo estaba sentado en la punta opuesta a Merianis, con la cabeza apoyada en el respaldo de la silla. Dana estaba sentada a mi derecha con cara de aburrimiento, y jugueteaba con mi mano derecha por debajo de la mesa.
Nuada deslizó un dedo de su mano izquierda por el mapa, indicando adónde quería que los distintos ejércitos estuvieran ubicados. Básicamente, su idea era enviar a Eselgar junto con Calpar al noroeste hasta la península Everea con ocho mil soldados kildarianos que consistían en un noventa por ciento de infantería y un diez por ciento de caballería ligera. Nuada se dirigiría al noreste de Estia con cinco mil guerreros Tuatha de Danann, armados con espadas y arcos. Ifraín, hermano de Eselgar, ya había partido hacia el noreste, y debía atravesar la cordillera del norte para defender la zona al sur de Aros con diez mil hombres de a pie. Althem cubriría la zona del norte de Aros hasta la península de Hariak con siete mil hombres de a pie armados con espadas, lanzas y hachas. Verles iba a proveer embarcaciones que llevarían a los distintos ejércitos a través del mar Irl hasta la isla maldita, como ellos la llamaban, para desembarcar y atacar a los Antiguos. Solo faltaba decidir con quiénes marcharíamos Zenir, Dana y yo. Nadie mencionó a Eltsen de Faberland, quien tampoco protestó por la omisión.
—¿Qué les hace pensar que los Antiguos estarán en la isla?— pregunté. Todos me miraron como si fuera un niño de cinco años que se había atrevido a interrumpir la conversación de los mayores con un comentario totalmente fuera de lugar—. Es decir— aclaré—, al menos dos de ellos salieron de la isla y están en el continente. ¿Qué les hace pensar que los otros no están ocultos en alguna otra parte del Círculo? Podrían atacar desde el sur, o desde cualquier otro punto.
Althem frunció el ceño sacudiendo la cabeza negativamente, y Verles se cruzó de brazos, molesto. Fue Nuada el que se dignó a responderme:
—La profecía es muy clara al respecto: La batalla final contra la oscuridad se librará en una isla del norte.
—¿Están basando sus estrategias en una profecía?
—Marga nunca se ha equivocado— explicó Nuada con voz cansada—. No importa dónde están los Antiguos ahora, la batalla para la que debemos prepararnos será en la isla. El ataque vendrá desde el norte.
Asentí, aceptando la explicación. Aún cuando no estuviera muy convencido del valor de las profecías de mi madre, tenía que admitir que hasta ahora, ninguna de sus profecías habían sido erróneas.
Mientras todos expresaban su acuerdo con las ideas de Nuada, me levanté, rodeé la mesa y me puse a la izquierda de Nuada. Zenir se movió hacia atrás de inmediato para darme lugar. Miré el mapa con las fichas de madera que Nuada había colocado, simbolizando las posiciones de los distintos ejércitos. En mi cabeza, daban vueltas cientos de páginas de libros sobre estrategia de guerra medieval que había leído para las clases de Strabons. Cientos de años de evolución en tácticas y organización con sus éxitos y fracasos me vinieron a la mente. Con todo ese conocimiento en mi cabeza, no tuve dudas de que la distribución y utilización de los recursos que se habían planteado en el Concilio llevarían a la más rotunda derrota y destrucción de vidas. Solo esperaba que aquella gente aceptara el consejo de alguien que no había empuñado jamás arma alguna.
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Editado: 24.03.2018