—Nuada es el más capacitado para organizar y coordinar los ejércitos. Él será su general— declaré.
—¿Estás seguro?— me murmuró Nuada al oído.
—Pero tú conoces todas las tácticas, tú eres el que sabes lo que hay que hacer, tú debes guiarnos— habló Verles con un gesto amplio de su mano, señalando las fichas que yo había acomodado sobre la mesa y el mapa.
—Yo no iré con ninguno de los ejércitos— anuncié. Todos rompieron en protestas y pedidos al mismo tiempo. Algunos sonaban más enojados que otros. Todos gesticulaban furiosos, tratando de argumentar lo mejor posible las razones por las que yo debía estar al frente. Althem me acusaba de cobarde, mientras Eselgar y Verles trataban de convencerme de que yo era la persona adecuada para el puesto. Nuada y Calpar me recordaban que yo era Lug y que debía asumir mis responsabilidades. Zenir me apoyaba una mano en el hombro como para darme coraje para que aceptara ser su general. Dana solo me miraba boquiabierta sin comprender mi proceder. Solo Merianis permanecía impasible, sentada con su actitud regia, las manos cruzadas delicadamente sobre su falda. Eltsen parecía acurrucarse más en su rincón ante el inesperado brote de violentas acusaciones. Me tiré hacia atrás en la silla y apoyé la cabeza en el respaldo, cerrando los ojos por un momento, esperando a que todos se apaciguaran.
Fue Merianis la que finalmente se puso de pie y voló hasta posarse sobre el centro mismo del mapa. Eso logró silenciar a todos abruptamente.
—Caballeros— comenzó Merianis—, este es Lug, el Undrab. Si tenéis la más mínima intención de triunfar en esta peligrosa empresa, haréis bien en escucharlo. Él ha sido enviado específicamente para esta misión, si no dejáis que os guíe, todo estará perdido.
—¡Pero eso es lo que queremos!— protestó Verles—. ¡Que él nos guíe!
Merianis le dirigió una mirada tal, que Verles se llamó a silencio de inmediato y bajó la cabeza avergonzado. Merianis se volvió hacia mí. Incliné mi cabeza en agradecimiento por su intervención, y ella me devolvió la inclinación, retornando luego a su silla en la punta de la mesa.
Me pasé una mano por la frente, pensando en la mejor manera de expresar lo que tenía en mente para hacerles comprender el valor de mi plan.
—Nuestros verdaderos enemigos son los Antiguos— comencé—. Los fomores y las criaturas del norte son solo recursos que ellos están utilizando para evitar que lleguemos hasta ellos, pero nuestro objetivo es eliminarlos a ellos. Es por eso que no importa la cantidad de fomores o criaturas del norte que matemos o que evitemos, siempre y cuando podamos llegar a nuestro objetivo. ¿Es este objetivo claro para ustedes? ¿Comparten ese objetivo conmigo?
Todos murmuraron, asintiendo.
—Bien. ¿Cuántos son los Antiguos?
Todos se miraron entre sí ante lo obvio de la pregunta. Fue Dana la que contestó:
—Cinco.
—No necesitamos a treinta mil hombres para matar a cinco— expliqué.
Nuada, Calpar y Zenir me miraron intrigados, tratando de dilucidar adónde quería yo llegar, pero Verles, Althem y Eselgar me miraron como si estuviera loco. Fue Dana la que finalmente dijo lo que estaba en la mente de todos:
—Pero, Lug, a pesar de que son cinco, tienen habilidades especiales que pueden barrer a ejércitos enteros. Viven en una ciudadela fortificada, prácticamente impenetrable, en una isla que es la morada del propio Wonur...
—Exactamente mi punto. Enviar a los ejércitos a invadir la isla es lo mismo que sentenciarlos a muerte. O peor, ponerlos a merced de Wonur para que pierdan sus almas para siempre. No voy a permitir ninguna de esas dos cosas.
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Editado: 24.03.2018