—Entonces— dijo Verles, posando su copa en la mesa—, ¿quiénes irán en esa Compañía de la que hablas?
Los demás detuvieron el rechinar de sus cubiertos y me miraron expectantes, mientras masticaban. Hasta Eltsen, que se había acercado a la mesa a comer en silencio y se había ubicado al lado de Calpar, apoyó el tenedor junto al plato y levantó la mirada hacia mí. Me aclaré la garganta antes de comenzar:
—He pensado en algunos nombres, pero la misión es muy arriesgada, así que si alguno tiene alguna objeción y no quiere aceptar acompañarme, lo entenderé. En primer lugar, Dana la Mensajera ha sido mi guía y protectora hasta el momento, y me gustaría que siguiera con su trabajo.
—Pero ella es la encargada de organizar y transmitir todos los mensajes, toda la información para coordinar los movimientos de los ejércitos. Ella debería ir con Nuada, nuestro general— protestó Eselgar.
—Puedo hacer el trabajo donde me encuentre, no es necesario que esté con los ejércitos— explicó ella.
—Además— agregué—, estando en la Compañía, podrá enviar reportes sobre nuestro avance y situación por si somos atacados o necesitamos ayuda. Lo que es más, si necesitan mi consejo sobre alguna maniobra, podrán consultarme a través de ella.
Mi último comentario pareció convencerlos de que era conveniente que Dana estuviera conmigo. Aún el propio Nuada, que estaba seguro de que había otras razones por las cuales la había elegido para estar conmigo, asintió su acuerdo.
—En segundo lugar, necesito a alguien que conozca bien la geografía del Círculo y especialmente la geografía de la isla, incluida la ciudadela. Necesito alguien que ya haya estado ahí y que nos pueda guiar para poder infiltrarnos sin ser detectados. Nuada está al mando de los ejércitos y Cathbad no ha estado en Tír na n Og, así que pensé que Myrddin sería la opción acertada.
Calpar no pareció muy feliz con mi elección. La idea de volver a la isla no lo atraía en absoluto. Sin embargo, sabía que yo tenía razón y que lo necesitaba conmigo, así que aceptó el nombramiento.
—Entonces será Cathbad quien acompañe al ejército de Eselgar— anunció Nuada.
Zenir asintió satisfecho, pero Eselgar permaneció impasible. No parecía importarle si era Calpar o Zenir el que iría con él, no había diferencia. La diferencia estaba en que Eselgar era el único al que le habían asignado a alguien que lo ayudara a dirigir su propio ejército. Sospeché que Neryok había tenido algo que ver en aquello. Al parecer, Neryok no consideraba que Eselgar fuera apto para liderar a otros en una batalla. El rey de Kildare, consideraba que solo Ifraín, su otro hijo, era digno de confianza para semejante empresa. Eselgar no estaba contento con el hecho de que se le asignara una niñera, pero no tenía mucha opción. Si se negaba, Neryok seguramente lo sacaría del mando de las tropas y dejaría solo a Zenir.
—En tercer lugar— continué—, apreciaría la presencia de Althem conmigo.
Al hijo de Diame de Aros, se le cayó el tenedor y se me quedó mirando, boquiabierto. Seguramente pensaba que después de antagonizarme tanto durante todo el Concilio, él sería la última persona a la que querría tener cerca.
—Es decir, si acepta, claro— dije.
Althem se puso de pie e hizo una reverencia:
—Será un honor— dijo, complacido. Su mirada altanera se desvió por un momento hacia Verles.
—¿Para qué necesitas a Althem?— la pregunta no podía venir más que del ofendido Verles.
—El camino más corto para cruzar desde el continente hasta la isla, es por la península de Hariak, al norte de Aros. Esa es la ruta que planeo tomar. Necesito que Althem nos guíe a través de la cordillera del Norte. Su gente conoce bien las montañas y sus peligros.
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Editado: 24.03.2018