La Profecía De La Llegada - Libro 1 de la Saga De Lug

SEGUNDA PARTE: El Marcado - CAPÍTULO 87

            —Esa mujer está obsesionada con marcarte el pecho— comentó Zenir, despegando la túnica ensangrentada de las heridas. Hice una mueca de dolor.

            —Soy un estúpido, no sé cómo pude caer en sus engaños otra vez— me reproché.

            —No eres el único al que Murna ha engañado más de una vez. Es una demente, pero es muy hábil y muy convincente— trató de consolarme Dana, mientras me acariciaba la cabeza en el lugar donde Murna me había pateado. Zenir había obrado su magia y la herida había desaparecido. Ahora estudiaba las laceraciones del pecho.

            —Ese no es exactamente el mayor problema que tenemos ahora— comentó Calpar con los brazos cruzados.

            —¿Alguna novedad?— pregunté.

            Calpar negó con la cabeza.

            —Tenemos a más de mil hombres buscándola, pero nadie la ha visto.

            Dana observó cómo la luz del sol del amanecer entraba por la puerta de la tienda de Zenir.

            —Ya debe estar muy lejos— dijo.

            —Eso es lo que me temo— dijo Calpar—. Si lleva la información de nuestra ubicación a Bress...

            —Debemos partir de inmediato, salir de aquí— declaré.

            Calpar asintió.

            —Hablaré con Nuada para que suspenda la búsqueda y aliste las tropas— dijo y salió por la puerta.

            Zenir pasó un dedo por los surcos sanguinolentos, cerrando las heridas y restaurando la piel arrancada. El calor que me invadió me tomó por sorpresa y salté hacia atrás.

            —Quédate quieto si quieres que esto quede bien— me amonestó Zenir.

            —Lo siento.

            Agradecí a Zenir sus cuidados y partí con Dana hacia la tienda de Nuada. El camino era bastante largo, pues la tienda del sanador estaba ubicada fuera de la morada de las mitríades. Era la única forma en que podía usar su habilidad, sin ser obstaculizado por los balmorales que protegían al poblado como un escudo, haciendo inútil el uso de cualquier poder especial que los Antiguos, o en este caso ex-Antiguos, pudieran tener. Los guardias que custodiaban la tienda de Nuada alzaron sus espadas hacia Dana al verla, pero las bajaron al ver que venía conmigo. Ambos hicieron una profunda reverencia a su reina, como pidiendo disculpas por haber dudado de su identidad. Ella ignoró tanto la amenaza de las espadas como las reverencias. Estaba furiosa de que todos dudaran de ella. Entendía que el celo de los guardias era comprensible, pero eso no evitaba que sintiera deseos de estrangular a cualquiera que creyera que ella era Murna. Por suerte, hasta ahora se había controlado bastante bien. Pensé en hacerle alguna broma al respecto para aliviar la tensión, pero su mirada iracunda me lo hizo pensar mejor, y mantuve la boca cerrada mientras entrabamos a la tienda de su padre. En el interior, un Nuada preocupado se agarraba la cabeza, sentado a la punta de la mesa. Merianis, con su acostumbrado sosiego, estaba sentada del otro lado, con las manos delicadamente posadas sobre su falda y el rostro serio. Calpar estaba de pie frente a Nuada, los brazos en jarra.

            —Tal vez todavía podamos interceptarla— musitó Nuada, preocupado.

            —Ella ya está muy lejos— le respondió Calpar, negando con la cabeza—. Lug tiene razón, debemos partir ya.

            —Si nos vamos, dejaremos a las mitríades indefensas— dijo Nuada. Calpar suspiró. Merianis levantó la vista:

            —Amigo Nuada— comenzó—, mi gente ha estado a salvo en este bosque por muchos años. No debéis preocuparos por nosotras.




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