La Profecía De La Llegada - Libro 1 de la Saga De Lug

TERCERA PARTE: El Elegido - CAPÍTULO 88

Dana se asomó por la proa y dio un grito. Los sacudones continuaban y eran cada vez más fuertes. Verles replegó las velas porque la suave brisa que nos había llevado Xano arriba, dificultaba ahora el manejo del velero.

            —¿Qué son?— pregunté a los gritos para hacerme oír en el chasquido furioso del agua bajo el casco.

            —Serpientes acuáticas— gritó Verles, en respuesta.

            Una de las enormes serpientes trepó por la proa, deslizando su monstruoso cuerpo por la cubierta. Calpar y Althem desenvainaron sus espadas, arremetiendo con furia. Cada tajo era seguido de un terrible alarido que helaba la sangre. Dana disparaba su arco hacia las serpientes que intentaban subir por babor, pero el movimiento feroz de la embarcación no permitía que pudiera dar mucho en el blanco.

Me di cuenta de que eran demasiadas, y no podríamos repelerlas con espadas y flechas. Me alejé hasta la baranda de popa, donde el ataque parecía ser menos feroz. Apoyé las manos en la baranda, respiré hondo y cerré los ojos. Cerré mi mente a los gritos y a las sacudidas, y me concentré en los patrones. Descarté los patrones de mis compañeros de viaje y enfoqué mi atención en los de las criaturas que nos rodeaban. Sentí que alguien me tomaba del brazo y me sacudía. Sentí una voz que me gritaba. Era una voz desesperada. Reconocí mi nombre pronunciado una y otra vez. Hice un esfuerzo por ignorar la voz, pero la urgencia de los gritos conteniendo mi nombre me hizo sentir que algo no estaba bien. Con esfuerzo, me obligué a volver, a subir, a salir de la conexión. Abrí los ojos, inhalando de golpe.

            —¡Lug, no!— me gritaba Dana, apretándome tan fuerte el brazo que me hacía daño.— ¡Son criaturas oscuras!

            Asentí con la cabeza, y Dana me soltó el brazo. Tomando nuevamente su arco, siguió disparando flechas hacia el agua. Verles trataba de controlar la embarcación para que no zozobrara. Una de las serpientes trepó por estribor y se dirigió hacia Dana. Ella estaba de espaldas y no podía verla. Althem y Calpar estaban al borde de la proa, manteniendo a raya a otro grupo de serpientes que intentaba subir. La serpiente que iba hacia Dana se enroscó en su tobillo derecho y tiró hacia atrás, haciéndola caer de cara al suelo. Sus uñas rasguñaban desesperadas la madera de la cubierta, tratando de sostenerse de algo para impedir que la serpiente la arrastrara. Con los dientes apretados de furia, desenvainé mi espada y corrí tambaleándome hacia ella. Levanté la espada y con un grito, la bajé violentamente, cortando el resbaloso cuerpo del animal. Un líquido negro y espeso comenzó a manar de la herida. El resto de la serpiente se contorsionaba desesperado, dando agudos chillidos que helaban la sangre. Arremetí nuevamente, penetrando al animal con la espada varias veces. Los convulsos movimientos del animal fueron disminuyendo hasta que quedó inerte, desparramado sobre la cubierta, manchando la madera con aquel espantoso líquido negro.

            Me quedé allí, petrificado, temblando, la punta de la espada chorreando sangre negra apoyada en el suelo, la vista clavada en la criatura muerta, muerta por mi mano. Había hecho lo que me había prometido no hacer, había matado. Sentí que algo me tocaba el hombro. Con la furia de mi acto todavía inundando cada fibra de mi ser, levanté la espada y me di vuelta listo para atacar. La espada se detuvo a centímetros del rostro de Calpar. Apretando la empuñadura casi hasta lastimarme la mano, la bajé lentamente. Tardé unos instantes hasta que pude calmar mi respiración lo suficiente como para poder hablar:

            —Tuve que hacerlo... iba a matar a Dana... tuve que hacerlo...

            Calpar me palmeó la espalda, comprensivo.

            —Hiciste bien— me confortó.

            —¡Myrddin!— le gritó Althem desde la proa, mientras peleaba ferozmente con tres serpientes a la vez.

            Calpar me miró, arqueando una ceja.

            —Hay más serpientes, si nos quieres ayudar— dijo, al tiempo que corría espada en mano a auxiliar a Althem.

Dana usó su puñal para desprender el pedazo de serpiente que aún seguía enroscado en su tobillo y se quitó la bota con dificultad. Me acerqué para ayudarla a ponerse de pie. Ella se agarró de mí y se izó con una mueca de dolor. Pude ver que el pie le sangraba profusamente. La arrastré hasta la entrada de la bodega y la senté en un escalón de madera que estaba protegido por unos barriles a los lados. Me volví hacia donde estaban Althem y Calpar. Vi que Verles había abandonado sus intentos de maniobrar la nave para alejarnos del lugar, y ayudaba a Althem y a Calpar, hiriendo a las serpientes con una inmensa hacha. Me uní a ellos, dando golpes a diestra y siniestra. De repente, el resto de las serpientes abandonaron el ataque, hundiéndose en las profundidades del Xano. Los cuatro nos dejamos caer al suelo, jadeando y sudando. El movimiento de la embarcación comenzó a calmarse. Me sequé la transpiración de la frente con el puño de la camisa, envainé la espada y comencé a ponerme de pie para ir a atender a Dana.




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