La Profecía De La Llegada - Libro 1 de la Saga De Lug

TERCERA PARTE: El Elegido - CAPÍTULO 95

Cuando llegué al campamento, Calpar y Althem estudiaban un mapa, mientras Verles apagaba el fuego, y Anhidra y Dana guardaban las cosas en las mochilas. Calpar levantó la vista al verme llegar y me hizo seña para que me acercara.

—El Paso Challeng en la Cordillera del Norte queda a un día hacia el este desde el nacimiento del Timer— explicó Calpar, señalando el mapa—. Nosotros estamos aquí, en la confluencia del Xano con el Timer. Si nos mantenemos cerca del río en nuestro viaje hacia el norte, tendremos agua y comida hasta llegar a la cordillera. Althem calcula que nos llevará unos cuatro días llegar hasta al nacimiento del Timer.

—El paso por las montañas es arduo, pero si todo va bien, en esta época del año no debería llevar más de dos días, tal vez dos días y medio— intervino Althem—. Desde allí hasta Aros, tendremos tres días más.

—No iremos a Aros— anuncié.

—¿Qué?— dijo Verles, acercándose a donde estábamos. Anhidra y Dana detuvieron sus quehaceres un momento, expectantes.

—Iremos tras Ailill— dije.

—Lug...— comenzó Calpar—. Nuestra misión es ir a la isla, ir tras Bress.

—No, nuestra misión es ir tras los cinco Antiguos. Ailill es uno de ellos. Iremos tras él— insistí.

—Si perdemos tiempo yendo tras Ailill, tal vez los demás salgan de la isla y no podamos encontrarlos. Debemos llegar a Tír n na Og lo antes posible— discutió Calpar.

Negué con la cabeza.

—No sabemos siquiera si están en la isla. Bress y Hermes estuvieron en el continente, pero ahora mismo no sabemos dónde están, no sabemos si han retornado a la isla. Lo que sí sabemos, es dónde está Ailill. No podemos perder esta oportunidad. No dejaré que esos quinientos soldados sigan sufriendo a manos de ese maldito. No dejaré que Cariea muera en agonía.

—Lug— intervino Althem—, son solo quinientos soldados y una mitríade, es una pérdida aceptable en una guerra de esta magnitud.

—No para mí. No me importa que sean cinco, quinientos o cinco mil, no dejaré que mueran si puedo evitarlo.

Calpar resopló y levantó las manos en un gesto impaciente. Dana apoyó en el suelo la mochila que estaba preparando y se acercó rengueando:

—¿Qué propones?— me dijo.

Metí la mano en mi bolsillo y saqué la Perla, poniendo cuidado de tomarla del aro del anillo. La levanté frente a sus ojos:

—Si uso esto, Ailill no podrá quebrar ni retorcer ninguna parte de mi cuerpo, su habilidad no tendrá ningún efecto sobre mí. Podré acercarme a él y eliminarlo.

—¿Cómo exactamente?— me preguntó Calpar con sorna—. ¿Con tu espada? Ailill puede doblarla y hacer que se clave en tus entrañas. Su habilidad no afectará tu cuerpo, pero sí puede afectar todos los elementos que te rodean.

—Entonces usaré mis manos desnudas si es necesario— repliqué.

—¡Por supuesto! ¡Cómo no lo pensaste antes!— exclamó Calpar, irónico—. Preséntate desarmado ante quinientos soldados kildarianos entrenados que están bajo el dominio de Ailill, y quién sabe cuántos fomores: ¡No puedes fallar!

—Tal vez Lug pueda usar su habilidad...— intervino Dana en mi defensa.

—Usar su habilidad mientras tiene puesta la Perla: ese es su camino seguro a la perdición— le espetó Calpar.

—Si ustedes me ayudan, creo que podemos encontrar la forma— dije.

—Lug— habló Verles—, no dudo de tus motivos ni de tu valentía, pero somos seis contra más de mil...

—Entonces, buscaremos ayuda— dije, arrebatando el mapa de las manos de Althem—. Dana, ¿dónde dice Cariea que se encuentran?

Dana se acercó al mapa y marcó con el dedo un área entre Estia y Faberland, al norte de los montes Noínu.

—Iremos a Faberland— declaré.

—Eltsen todavía no ha llegado a Faberland— señaló Dana.

—No importa— repliqué—. Le pediremos ayuda a Orfelec.

—Pero en el Concilio dijiste que no creías que Eltsen estuviera recibiendo mucho apoyo de su gente, por eso Tarma y sus guerreros están protegiéndolo— dijo Calpar despacio—. ¿Cómo sabemos que Orfelec lo apoya?




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