Su mirada se paseó del terminal a nosotros y de vuelta al terminal.
—¿Dónde están los niños?— preguntó. Vestía un ridículo mono amarillo con lunares naranjas. Lo miramos estupefactos. El hombre había aparecido como de la nada detrás de nosotros.
—¿Niños?— pregunté.
—Sí, hubo un pedido de guía desde este terminal. Normalmente, los que piden guías son niños perdidos que no manejan el sistema de cintas. El pedido fue hecho en lengua de los niveles altos, por eso vine: yo hablo la lengua de los niveles altos fluidamente— dijo, orgulloso.
—¿Usted es el guía?— preguntó Verles en tono burlón, mirando al hombre de arriba a abajo. Me di vuelta y le lancé una mirada fulminante al pescador para que se callara. Lo último que necesitábamos era ofender a la única persona de carne y hueso que podía ayudarnos. Althem reforzó mi orden silenciosa con un codazo en el estómago de Verles.
—Parece un payaso— le murmuró Verles a Althem al oído. Yo solo esperaba que el comentario hubiera sido lo suficientemente bajo como para que el guía no lo oyera.
Antes que el guía pudiera reaccionar, o alguien más hiciera algún comentario inconveniente, me apresuré a decir:
—Nosotros somos los que pedimos un guía, señor.
El hombre nos miró de arriba a abajo con claro desdén.
—Ustedes son extranjeros— dijo con disgusto—. ¿Qué hacen aquí?— su tono sonó amenazante.
Althem, que había permanecido calmado hasta ahora e incluso había ayudado a mantener a Verles quieto, se adelantó un paso y se puso a mi lado, la mano en la empuñadura de su espada. Inmediatamente, puse una mano sobre el brazo que acariciaba su arma. Althem suspiró molesto y retiró la mano de la espada.
—Necesitamos hablar con Orfelec, el Guardián de la ciudad, por un asunto de extrema importancia— expliqué, sereno.
El guía echó la cabeza hacia atrás y lanzó una estruendosa carcajada.
—¿Y qué les hace pensar que el mismísimo Guardián de Faberland va a recibir a unos pordioseros andrajosos como ustedes?
Antes de que pudiera reaccionar, Althem desenvainó la espada y la apoyó sobre el cuello del hombre. Sus ojos se abrieron como platos.
—¿Tiene alguna idea de con quiénes está hablando?— le espetó al guía con los dientes apretados.
El guía tragó saliva, pero no se amedrentó.
—Aparentemente, con extranjeros asesinos.
—Althem...— lo llamé suavemente.
—Este es Lug, el Señor de la Luz— gruñó Althem, indicándome con la cabeza, la mirada clavada en la del guía—. Le sugiero que muestre más respeto.
El guía no pareció impresionado ante la mención de mi nombre.
—Solo tengo que decir un código, y cincuenta Agentes del Orden llegarán en minutos y los echaran afuera de la ciudad como ratas— dijo el guía.
—Althem...— le dije, apoyando mi mano en su hombro—. Baja la espada. Ahora mismo, Althem— le reiteré con voz firme.
A regañadientes, Althem bajó la espada pero no la envainó. El guía respiró aliviado. A pesar de mostrarse altanero, la espada de Althem en su cuello lo había asustado de muerte.
—¿Se ha encontrado con extranjeros antes?— le pregunté al guía con voz amable.
—No, nunca he salido de la Cúpula— respondió él con cautela.
—¿Y nunca ha visto extranjeros dentro de la Cúpula?
—No. Nunca ha habido ningún extranjero dentro de la Cúpula de la ciudad.
—¿Por qué cree que nunca ha habido extranjeros en Faberland?
El guía se encogió de hombros.
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Editado: 24.03.2018