La Profecía De La Llegada - Libro 1 de la Saga De Lug

TERCERA PARTE: El Elegido - CAPÍTULO 102

            La oficina del Guardián de Faberland estaba llena de pantallas de video y extrañas máquinas que supuse serían computadoras. Tres de las paredes eran totalmente transparentes, y a través de ellas, se podía ver la incansable ciudad, latiendo con sus bocas de colores y sus cintas plateadas en movimiento constante. Al frente, había un escritorio cinco veces más grande que el de la recepcionista que habíamos visto en la sala anterior y una silla negra de aspecto muy cómodo.

            —Tomen asiento por favor— invitó Orfelec.

            De la nada, surgieron seis mullidas sillas, formando un semicírculo que miraba hacia la silla de Orfelec. Nos sentamos, no sin antes comprobar con la mano que aquellas extrañas sillas realmente estaban allí.

            —¿Cómo está mi hijo? Hay tantos peligros en la intemperie...— inquirió Orfelec sin rodeos, sentándose en su silla negra.

            —La última vez que lo vimos estaba muy bien. Puse a su disposición una delegación de los mejores guerreros de los Tuatha de Danann, gentilmente cedidos por la reina Dana para que lo protejan. Estimamos que llegará a Faberland de un momento a otro.

            Orfelec asintió satisfecho. Por alguna razón, su mirada se posaba una y otra vez en Verles.

            —Eltsen ha prometido ayudar con el transporte de provisiones para los ejércitos— dije.

            Orfelec asintió ausente, su mirada clavada en Verles.

            —Mi esposa era de Hariak— dijo de pronto.

            —¿En serio?— dijo Verles más que sorprendido.

            —Sí, su nombre era Marina, de la familia Fodea.

            —Fodea...— repitió Verles, buscando en su memoria—. Sí, los recuerdo, no son realmente pescadores, son comerciantes. ¿Cómo se conocieron?

            —Antes de acceder a la Guardia, fui Ministro de Comercio. Es el título que tiene Eltsen ahora. En mi trabajo, trataba con muchos extranjeros que traían provisiones para la ciudad. Tuve mucho trato con los Fodea. Traían pescado a la ciudad. Marina venía asiduamente, acompañando a su padre. Era una criatura extraordinaria. Eltsen tiene mucho de ella— sonrió con tristeza—. Fue ella la que le metió en la cabeza todas esas ideas sobre vivir en el exterior. Lo que no logró conmigo, lo logró con nuestro hijo: conseguir que un faberlandiano no le tenga miedo a la intemperie.

            —Su hijo es muy valiente— dije.

            —Mi hijo es un rebelde— me corrigió él—. Su afición por la intemperie me ha traído muchos problemas.

            —¿Pero va a permitir que nos ayude? ¿Qué nos preste los transportes?

            —Yo no quiero saber nada de esta guerra, pero Eltsen está convencido de que debemos intervenir.

            —Si eliminamos a los Antiguos, su gente también se beneficiará— dijo Calpar.

            —¿Quién es usted?— preguntó Orfelec con mirada suspicaz—. Los demás son todos príncipes y reinas... pero usted solo es Calpar...

            —Ése es quien soy: solo Calpar, amigo y protector de Lug.

            Orfelec sostuvo la mirada del Caballero Negro por un momento, tratando de dilucidar qué ocultaba. Finalmente, Orfelec abandonó su escrutinio:

—Entiendo lo que me dice, Calpar, amigo y protector de Lug, pero la última vez que quisimos ayudar a los extranjeros, fue catastrófico.

            —Eso fue hace muchos años— dijo Calpar—. La historia no tiene por qué repetirse.




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