Había pasado más de una hora, cuando vi a Tarma emerger por el sendero. Parecía totalmente repuesta. Caminaba rápido, casi corriendo. Eltsen y Lorina la seguían de cerca con rostros preocupados.
Antes de que pudiera reaccionar de forma alguna, Tarma sacó su puñal y sosteniéndolo en alto en su mano derecha, avanzó decidida hasta mí. Solo atiné a contener la respiración. Ella enganchó un dedo de la mano izquierda entre la soga y mi cuello y la estiró hacia adelante hasta lograr un hueco de unos centímetros. Ante mi asombro, acercó el puñal y cortó la soga. Luego se apresuró a cortar las sogas de mis muñecas y liberó también mis tobillos.
Aún desatado, permanecí sumisamente de rodillas. Media docena de flechas todavía apuntaban a mi cabeza.
—Bajen las armas— les ordenó Tarma—. Ayuden a Lug a llegar hasta la tienda de Eltsen. Necesita agua y una buena comida.
La miré atónito, no encontraba palabras.
—Gracias— dije finalmente, mientras dos guerreros me ayudaban a ponerme de pie.
Ella respondió con una profunda reverencia. Intrigado ante tan repentino cambio de comportamiento, volví mi mirada interrogante hacia Eltsen.
—La Mensajera se comunicó con Tarma y confirmó tu historia— me respondió él.
Suspiré aliviado. Entonces no había sido yo el que la había puesto en ese estado de trance, había sido Dana, abriendo el canal. Sin saberlo, Dana me había salvado la vida una vez más.
Trataba de caminar erguido, pero me dolía todo el cuerpo, especialmente las piernas. Tarma guiaba el camino en silencio, el rostro serio, la cabeza gacha. No se atrevía a mirarme ni a hablarme. Eltsen también caminaba en silencio, perdido en sus propios pensamientos. La única que se acercó a hablarme fue Lorina.
—Os prepararé un té reconfortante. También tengo unos ungüentos que me dio Cathbad para esas feas laceraciones— me dijo la mitríade.
—Gracias— sonreí.
—Me alegro de que las cosas se hayan aclarado— me dijo.
—Yo me alegro mucho más, créeme.
Ella sonrió, posando una mano reconfortante sobre mi hombro.
De pronto, un guerrero de los Tuatha de Danann apareció corriendo hacia nosotros por el sendero. Tarma levantó la cabeza:
—¿Qué pasa?— inquirió.
—Tu hermano...— dijo jadeando— creo que...
Tarma volvió la mirada hacia mí con ojos suplicantes.
—Llévame con él— le dije. Ella asintió con la cabeza y comenzó a correr por el sendero. La seguí lo mejor que pude, dada mi condición física.
Pronto llegamos al campamento. Había solo una tienda erigida, que supuse, era de Eltsen. Alrededor, había mantas enrolladas en distintos lugares y restos de fogatas. Un guerrero que custodiaba la tienda rozó el brazo de Tarma.
—Lo siento— murmuró. Ella apartó su brazo sin contestar y se metió adentro de la tienda. La seguí. Eltsen y Lorina se quedaron afuera.
El hermano de Tarma yacía sobre unas mantas en el suelo. Le habían vendado el pecho como mejor habían podido para detener el sangrado de la herida, pero no habían tenido mucho éxito. El cuerpo y las mantas estaban empapados en sangre. A simple vista se veía que no respiraba. Me senté en el suelo junto a él y le palpé el cuello. Su piel estaba fría, su corazón no latía. Cerré los ojos y comencé a concentrarme. Desestimé los patrones de todo lo que me rodeaba, buscando solo los de aquel noble guerrero. Si podía conectarme a él, tal vez pudiera hacer que su corazón volviera a latir, que sus pulmones volvieran a respirar. Luego podría usar su fuerza vital junto con la mía para cerrar la herida.
Los patrones de los demás Tuatha de Danann debían estar confundiéndome porque no podía aislar los del hermano de Tarma. Abrí los ojos. Posé mi mano sobre la cabeza del inerte cuerpo: tal vez el contacto físico ayudara. Intenté de nuevo. Nada. No había patrones. No había nada. Era como estar tocando una roca. No podía hacer nada si no había patrones. Cerré los ojos con más fuerza, traté de concentrarme más, ir más hondo. Nada. Su cerebro estaba muerto. No podía traerlo de vuelta. No podía ayudarlo. No podía hacer nada por él.
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Editado: 24.03.2018