La Profecía De La Llegada - Libro 1 de la Saga De Lug

CUARTA PARTE: El Separado - CAPÍTULO 110

Ya casi había terminado de comer aquel delicioso estofado, cuando Tarma entró a la tienda. Tenía el rostro desencajado y los ojos rojos de tanto llorar. Traía mi espada envainada en las manos. Mi cinto estaba envolviendo la vaina. Hizo una profunda reverencia y se arrodilló ante mí, ofreciéndome la espada con las dos manos. La mirada clavada en el suelo.

—Gracias por haberme permitido enterrar a mi hermano— dijo, mirando el piso—. Ahora estoy lista.

—¿Lista para qué?— le pregunté.

—Para mi ejecución— respondió ella sin levantar la cabeza.

—¿Qué?

—He puesto en peligro y he causado la muerte de uno de mi gente...

—Eso fue un accidente— la corté.

Ella me ignoró y continuó:

—He humillado y torturado al Undrab. Esos son crímenes que ameritan la pena de muerte entre mi gente. Normalmente es la reina la que dispensa el castigo, pero en su ausencia, ella me ha comunicado que mi castigo está en manos del Undrab, pues es a él a quién he ofendido.

Tomé la espada y el cinto de sus manos y me los puse. Ella corrió el cabello de su nuca y agachó más la cabeza, esperando que yo se la cortara. Eltsen se puso de pie, alarmado, pero no dijo nada.

Me partía el corazón verla así. Prefería a la Tarma amenazante, ahorcándome con la soga, a esta Tarma quebrada, deshecha, de rodillas ante mí.

—Levántate— le dije.

Ella se puso de pie. La mirada en el piso.

—Mírame.

Ella levantó la vista.

—¿Crees realmente que voy a ejecutarte?

—Mi reina ha dicho que mi muerte está en sus manos.

—No. Tu reina ha dicho que tu castigo está en mis manos. Yo decido cuál es tu castigo.

—Sí, señor. Entiendo que no merezco la misericordia de una muerte rápida.

—Tarma— le dije, tomándole el mentón y mirándola a los ojos—, no voy a matarte, ni rápido ni lento.

—Pero...

—Sería un estúpido si ejecutara a la guerrera más valiente y leal de los Tuatha de Danann. No puedo dejar a Eltsen sin protección. Él te necesita, todos te necesitamos. Cometiste un error, pero lo hiciste pensando que cumplías con tu deber.

—¿Me perdona la vida?

—Sí, pero debe haber un castigo. ¿Aceptarás la pena que te imponga?

—Sí, señor, lo que usted disponga.

—Bien. Hay tres cosas que quiero que hagas.

Ella asintió, esperando mis órdenes.

—Siéntate— le dije, indicándole la silla de Eltsen. Ella obedeció. Me senté en la otra silla, frente a ella y le serví un poco del té de Lorina.

—La primera cosa que te ordeno es que bebas este té— le dije, poniendo la taza frente a ella.

Ella me miró confundida, pero comenzó a beber en silencio. Esperé a que terminara su té y luego proseguí:

—¿Ves esta herida en mi cuello?

Ella tragó saliva y asintió en silencio con el rostro angustiado.

—Me arde como fuego. Lorina dice que tiene unos ungüentos que pueden ayudar. Ya que fuiste tú la que la causaste, me parece justo que seas tú la encargada de aliviarla. Esa es la segunda parte de tu castigo.

Tarma se puso de pie, hizo una reverencia y se fue a buscar las medicinas. Eltsen cruzó su mirada con la mía:

—Me alegra que no la mataras, es una buena mujer— me dijo.

—Lo sé— le respondí.

Tarma no tardó en volver. Se arrodilló junto a mí y comenzó a curarme el cuello con cuidado. El ardor se fue apagando, dejando una sensación refrescante que alivió el dolor.

—Gracias— murmuré con los ojos entrecerrados.

—Señor... ¿puedo preguntar cuál es la tercera parte de mi castigo?— me dijo. Aún no se atrevía a mirarme a los ojos.

—Sí: no más reverencias, no más llamarme “señor” y no más tratarme de usted.

—¿Señor?

—Tarma, te necesito. Necesito tus ideas y tus consejos. Necesito a la Tarma fuerte, valiente, con la mente clara y dispuesta, no a esta Tarma que cree que es mi esclava.




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