La Profecía De La Llegada - Libro 1 de la Saga De Lug

CUARTA PARTE: El Separado - CAPÍTULO 113

Cariea levantó apenas la cabeza y me miró directo a los ojos desde la jaula. El corazón se me detuvo por un momento. Toqué el alfiler de madera que sostenía las pieles: estaba en su lugar. Yo era invisible. De pronto recordé: Cariea era una mitríade, podía percibirme aún usando las pieles, tal como Lorina había percibido al espía. Tardé un momento en recordar que debía respirar. El corazón me latía en los oídos. Apreté el mango del transmet con fuerza, tratando de que la mano me parara de temblar. Me llevé lentamente el dedo índice de la mano izquierda a los labios para indicarle a Cariea que no me delatara. Ella dejó de mirarme al instante y se tapó el rostro con un brazo deformado en un ángulo no natural. El leve movimiento del brazo quebrado le arrancó otro gemido.

            Ailill no le prestaba la más mínima atención, enfrascado como estaba en el estudio de sus mapas. El cabello castaño, largo y enrulado le caía hasta los hombros. Tenía dos mechones gruesos que caían trenzados a los lados del rostro. Los gruesos bigotes y la barba le daban un aspecto feroz. Pero lo más temible de su aspecto eran sus ojos negros de mirada penetrante y fría como la muerte. Tenía un tatuaje con figuras geométricas entrelazadas en azul que comenzaba arriba de la ceja izquierda y le cubría todo el costado del rostro hasta la punta del bigote. Vestía una túnica negra con detalles en cuero con la figura de dragones.

Traté de calmar mi respiración. Lentamente, muy lentamente, le apunté con el transmet. Tragué saliva. Acaricié el gatillo suavemente, dudando. ¿Podía hacerlo? ¿Podía matarlo a sangre fría?

            Mientras yo dudaba, Ailill apoyó las manos sobre la mesa y se puso de pie de golpe. Pensé que me iba a desmayar del susto. Sus dedos estaban cubiertos de anillos con salientes puntiagudas que me recordaron a los de Murna. El Antiguo fue hasta la otra mesa y se sirvió vino en la copa de plata. Con la mano izquierda en la cintura y la otra sosteniendo la copa, se volvió otra vez a la mesa de los mapas. Cuando estaba a punto de sentarse, algo llamó su atención. Se quedó allí parado un momento, mirando el piso detrás de mí.

            Di vuelta apenas la cabeza para ver lo que él estaba mirando. Eran huellas, huellas de barro sobre la alfombra, mis huellas. Se me cortó la respiración. Me quedé tan quieto como una roca. No me atrevía siquiera a respirar. El mango del transmet se resbalaba en mi mano transpirada. Ailill apoyó despacio la copa sobre el mapa.

            —¿Quién eres? ¡Muéstrate!— ordenó, paseando su mirada por el interior de la tienda.

            Yo me mantuve en silencio, rígido de terror. Cerré los ojos un momento. Pensé en Cariea sufriendo en agonía, en los soldados paralizados alrededor de la tienda. Me forcé a recordar quién era yo y por qué estaba allí. Sabía que tenía que actuar, no podía volverme atrás. Yo era la única salvación de aquellas personas, yo era la salvación del Círculo, yo era Lug.

            —Soy Lug— dije, tratando de que no me temblara la voz.

            —¿En verdad?— dijo él, sonriendo con desdén y dirigiendo su mirada hacia donde había escuchado mi voz—. Parece que hoy es mi día de suerte.

            —Así es— le respondí—. Hoy es tu día de suerte. Hoy es el día en que tienes la oportunidad de arrepentirte de tus crímenes y recibir el perdón y la redención. Hoy es el día en que puedes cambiar tu vida y renunciar a la oscuridad.

            Ailill hizo la cabeza para atrás y lanzó una estruendosa carcajada.

            —¿Sabes quién soy, muchacho?

            —Eres un alma perdida, manipulada por Wonur.

            —¿Y tú eres quién? ¿Mi salvación?— dijo, afectando curiosidad.

            —Yo soy el Señor de la Luz. Mi función es dar la oportunidad de redención inclusive a aquellos que llevan mucho tiempo perdidos.

            Las carcajadas de Ailill rugieron nuevamente en la tienda.



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En el texto hay: mundos paralelos, fantasiaepica

Editado: 24.03.2018

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