La Profecía De La Llegada - Libro 1 de la Saga De Lug

CUARTA PARTE: El Separado - CAPÍTULO 115

Entreabrí los ojos.

            —Está despertando. ¡Agua! ¡Rápido!— escuché una voz.

            Alguien me levantó la cabeza y me puso un vaso con agua en los labios. Bebí. Terminé de abrir los ojos y vi que era un soldado kildariano.

            —¿Qué pasó?— hablé con dificultad.

            —Pensamos que lo habíamos perdido. Estuvo inconsciente varias horas— dijo el soldado.

            —Cariea...— dije cuando mi mente estuvo un poco más despejada.

            El soldado torció el gesto y desvió la mirada sin contestar.

            —¿El ala?— insistí.

            —Lo que sea que hizo para curarla no funcionó: su ala sigue rota. Pero al menos está más confortable ahora que sus huesos están soldados.

            —¿Dónde está?— pregunté, intentando levantarme. El mareo casi me hizo vomitar.

            El soldado me apoyó una mano en el pecho y me empujó suavemente hacia abajo.

            —Tranquilo. Está muy débil. Debe permanecer acostado.

            Cuando el mareo cedió un poco, me di cuenta de que estaba recostado en la cama de Ailill.

            —¿Por qué estoy en la cama? Cariea debería estar en esta cama, no yo— dije,  enojado.

            Sentí una mano pequeña que tomaba la mía delicadamente. Volví la cabeza hacia la izquierda y vi a Cariea echada en el piso junto a la cama.

            —Después de tantos días en la jaula, esta alfombra es un lujo para mí— dijo, intentando una sonrisa.

            Tenía los ojos húmedos, y podía ver que hacía un gran esfuerzo para tolerar el dolor.

            —Lo siento— dije—, desearía haber podido...

            Ella me apoyó un dedo en los labios.

            —Descansad.

            —Cariea tiene razón, debe descansar— dijo el soldado.

            —¿Cuál es su nombre?

            —Capitán Morrigan, señor.

            —Gusto en conocerlo, capitán Morrigan.

            —Para mí es un honor conocerlo a usted, señor. Quiero decirle en nombre de mis hombres y mío que le agradecemos que nos haya rescatado, y que estamos a su entera disposición. Solo esperamos sus órdenes para servirlo, señor.

            —¿Qué pasó con los fomores, capitán?

            —Cuando usted nos liberó, los aniquilamos a todos, señor, hasta el último. Estábamos débiles por la tortura y la falta de alimento, pero los superábamos ampliamente en número y en motivación.

            —No lo dudo.

            —Mientras usted estuvo inconsciente, envié a mis hombres a tratar de conseguir comida. Algunos pescaron algo en el arroyo y otros cazaron algunos pequeños animales, haré que le traigan algo enseguida, debe reponer fuerzas.

            —Lug no come carne— le señaló Cariea.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.