El día amaneció soleado. La llovizna y las nubes ominosas de los días anteriores habían desaparecido. Era como si la muerte de Ailill hubiera terminado con la agobiante pesadumbre de los cielos y de nuestras almas.
—¿Ayuda el té?— le pregunté a Cariea desde el otro lado de la mesa.
—Un poco ayuda— dijo ella, tomando otro sorbo—. Anoche pude dormir por primera vez en días gracias a él.
Asentí, tomando un sorbo del mío. Levanté la vista de mi taza al ver entrar a Morrigan a la tienda.
—Señor, mis hombres están listos para partir cuando usted ordene.
—Venga, capitán. Desayune con nosotros. Tenemos cosas que discutir— le dije, indicando una silla.
Morrigan permaneció de pie en posición de firme por un momento, dudando. Finalmente, aceptó la invitación y se sentó a la mesa con nosotros. Le serví una taza humeante de té.
—Se ve bien esta mañana, señor.
—Gracias, me siento bien. Deseo disculparme con usted, capitán.
—¿Señor?
—Anoche estaba tan obsesionado con abandonar este lugar de muerte, que no me di cuenta de que sus hombres necesitaban descansar también.
—Mis hombres y yo estamos para servirlo, señor, no para descansar.
—Igualmente, debí pensar en sus necesidades.
—No, señor. Las cosas son exactamente al revés: nosotros estamos para pensar en sus necesidades.
Suspiré. No iba a ser fácil ablandar la rigidez de Morrigan. Decidí cambiar de tema.
—Capitán, ¿puede decirme exactamente dónde estamos?— le pregunté, inclinando mi cabeza hacia los mapas que estaban en la otra mesa, los mapas que Ailill había estado estudiando el día anterior.
Morrigan se levantó, estudió los mapas y escogió uno, trayéndolo a la mesa donde estábamos desayunando. Corrió las tazas y desplegó el mapa sobre la mesa.
—Si no me equivoco, estamos aquí— dijo, indicando con el dedo.
Me incliné sobre el mapa para ver mejor. Su dedo indicaba un lugar entre Estia y Tu Danacum.
—¿Está seguro? ¿Estamos tan al oeste?
—Sí, señor. Conozco estos terrenos. Estoy seguro de que estamos al noroeste de Kildare.
Me quedé mirando el mapa por un momento, pensativo.
—¿Alguna idea de cuáles eran los planes de Ailill? ¿Hacia dónde se dirigía?
Morrigan y Cariea intercambiaron miradas.
—Iba a Medionemeton— dijo Cariea—, en busca de las de mi raza. No quiero pensar lo que hubiera pasado si llegaba a destino.
—Las mitríades ya no están en Medionemeton— dije.
—¿Cómo?— preguntó ella.
—Tuvieron que evacuar el bosque. Una espía de Bress descubrió que el Concilio había sido llevado a cabo allí.
—¿Y dónde están ahora?
—Se dirigieron al bosque de los Sueños hasta que pase el peligro.
—Pero no hay balmorales en el bosque de los Sueños— dijo Cariea, preocupada—. ¿Cómo van a protegerse?
—Mientras nadie sepa adónde han ido, estarán protegidas— dije.
—Además, Lug eliminó su mayor amenaza— agregó Morrigan.
—Es cierto— sonrió Cariea—. Gracias.
—Desearía haber podido hacer más. Tal vez ahora que estoy mejor pueda intentar curar tu ala otra vez— dije.
Cariea negó con la cabeza:
—Ya os dije que no es posible curar un ala quebrada. Es como si a un humano le cortaran una mano: podríais curar la herida, pero no podríais restaurar el miembro perdido, no volvería a crecer. La diferencia es que un humano puede vivir sin una mano, pero una mitríade no puede vivir sin un ala... Yo ya he aceptado mi propia muerte inminente. Creo que es tiempo de que vos también la aceptéis.
Pero yo no podía aceptarla.
—Mientras hay vida, hay esperanza— dije.
Ella solo suspiró sin contestar y tomó su té.
La comparación entre el ala rota y la pérdida de una mano, me recordó la mano de plata de Nuada. Él había perdido su reino por no estar completo, por no ser capaz de empuñar una espada para defender a su gente, pero al menos estaba vivo. Otro pensamiento vino a mi mente de pronto: Calpar había dicho que Zenir podría restaurar la mano de Nuada. Tal vez...
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Editado: 24.03.2018