—Señor, si me permite, mis hombres y yo nos preguntamos cuándo cambiaremos de dirección hacia el norte— me sondeó Morrigan tímidamente, caminando a mi lado mientras yo llevaba las riendas de Kelor. Habíamos marchado casi todo el día sin parar después de escuchar el reporte de la comunicación con Dana. Pronto oscurecería y deberíamos parar para acampar.
—Quiero avanzar un poco más hacia el oeste— manifesté—. Quiero estar seguro de no toparme con Estia hacia el norte, preferiría rodearla.
—¿Pero qué peligro puede haber en Estia? Es una ciudad abandonada. Si nos internamos más hacia el oeste, nos encontraremos con el desierto.
—Tenemos reservas de agua.
—Pero tal vez no sean suficientes... en Estia puede haber pozos de agua abandonados que nos provean...
—No quiero pasar por Estia— repetí, terminante.
Morrigan asintió en silencio y se alejó. No era mi intención ser tan agresivo con él, pero no deseaba tener que explicar las imágenes de horror que Estia evocaba en mi memoria. La sola mención del nombre de la ciudad me causaba una angustia que provocaba un nudo en mi garganta. Tragué saliva. No quería recordar... no quería...
—Lug...
Era Cariea desde la montura.
—¿Qué?— exploté—. ¿Tú también quieres saber qué hay de malo en ir a...?
—No. Yo estuve en el Concilio de Medionemeton. Sé perfectamente por qué estáis evitando ese lugar.
—¿Y qué? ¿Vas a decirme que soy irracional? ¿Que debo enfrentarlo?— dije, sin poder calmar la furia en mi voz.
—Si alguna vez sois capaz de superarlo y enfrentarlo, os pediría que tuvierais la amabilidad de enseñarme cómo lo habéis hecho. Yo no creo que pueda pisar ese valle maldito de la muerte donde Ailill me tuvo enjaulada nunca más.
Me calmé. Agradecí a Cariea por su compasión y le expresé la mía. Había estado tan ciego teniendo lástima de mí mismo que no había tenido en cuenta que otros también habían sufrido espantosamente a manos de los Antiguos.
—Somos compañeros en el dolor— expresó ella.
Asentí. La diferencia era que al menos mi dolor físico había terminado, mientras que el de ella la seguía atormentando y la llevaría a la muerte si no encontraba rápido a Zenir.
—Quisiera preguntaros algo— comenzó Cariea despacio. Me detuve y me volví hacia ella, creía saber por dónde venía la pregunta.
—¿Pasó algo malo entre Dana y vos?
—No — mentí descaradamente—. No pasó nada. ¿Por qué?
—Cuando estaba en comunicación con ella, le dije que estabais junto a mí, le ofrecí cortar la comunicación conmigo y abrir el canal directamente con vos. Pensé que lo que vosotros dos más querríais sería hablar... es decir, después de estar tantos días separados...
—¿Qué dijo ella?— pregunté en voz baja con un nudo en la garganta.
—Me dijo que no quería hablar con vos— respondió ella, también en voz baja.
Asentí y me di vuelta, dándole la espalda a Cariea para que no viera la lágrima que corría por mi mejilla.
—¿Por qué no querría hablar con vos?— insistió la mitríade.
Me sequé la lágrima y me encogí de hombros, aún de espaldas a ella.
—Seguramente es una cuestión de organización. Como dijiste, cada comunicación lleva tiempo y esfuerzo. Si ya había abierto la comunicación contigo, no tenía sentido perder tiempo y cortarla. Estoy seguro de que tiene muchos mensajes que enviar y no puede desperdiciar el tiempo— dije sin mirarla.
Ella no pareció creer una sola palabra de mi explicación, pero fue lo suficientemente amable para no seguir con el tema.
Acampamos para pasar la noche en aquel lugar. La vegetación se había vuelto más seca y raquítica, pero todavía había árboles que nos podían ofrecer algún tipo de refugio. Uno de los hombres de Morrigan trajo un té sedante hecho con las hierbas que me había proporcionado Lorina en el campamento de Eltsen, y se lo dio a Cariea para el dolor. Ella no decía nada, pero podía ver en su rostro que las infusiones hacían cada vez menos efecto. Había aumentado las dosis más allá de lo recomendable, pero ya casi nada parecía ayudar. Me aseguré de que Cariea estuviera lo más cómoda posible teniendo en cuenta las circunstancias, y luego fui a avisar a Morrigan que iría a dar una caminata. No quería que nadie más me siguiera preguntando sobre Dana. Necesitaba estar solo. Morrigan no estuvo muy contento con la idea de dejarme andar solo por ahí durante la noche. Casi me forzó a dejar que una escolta de sus hombres me acompañara, pero me negué rotundamente. Finalmente, no tuvo otro remedio que ceder.
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Editado: 24.03.2018