La Profecía De La Llegada - Libro 1 de la Saga De Lug

QUINTA PARTE: El Hijo - CAPÍTULO 122

—Reconozco los uniformes, algunos son kildarianos pero otros no— dijo Morrigan tirado boca abajo a mi lado, mientras se sacaba el catalejo del ojo y me lo pasaba.

            La noche era fresca y sin luna, y estábamos demasiado lejos para distinguir muchos detalles del campamento. Solo podíamos ver las distantes fogatas y distinguir apenas a las personas que de vez en cuando se acercaban a ellas. Había tres tiendas erigidas en el medio del campamento. Quienes estaban a cargo del campamento debían estar en esas tiendas. Traté de enfocar las entradas para ver si alguien salía o entraba en ellas.

            —Creo que los otros son Tuatha de Danann, pero hay algunos que no parecen guerreros. No reconozco sus ropas— dije—. Todo está muy quieto. No hay movimiento en las tiendas.

            —¿Cree que sean ellos?

            —Pareciera que sí, pero no reconozco a nadie— respondí—. Delina— la llamé, pasándole el catalejo a ella—, ve si reconoces a alguien.

            Ella asintió y tomó el instrumento en sus delicadas manos.

            —No estoy segura— dijo Delina, apoyando los codos para sostener mejor el catalejo—. No puedo distinguir sus rostros desde aquí.

            —Si es el ejército de Eselgar y Zenir, Amín debería estar aquí. Su transporte no está por ningún lado— dije.

            —No parecen ser más de doscientos, yo digo que volvamos por los nuestros y organicemos un ataque. Podemos rodearlos fácilmente— sugirió Morrigan.

            —Esa es una mala idea. No sabemos quién está en esas tiendas— respondí.

            —Puedo ir hasta allá y comprobar quiénes son. Si son enemigos, puedo escapar volando antes de que me atrapen— ofreció Delina.

            —Los Tuatha de Danann son los mejores arqueros de todo el Círculo, te bajarían en segundos. No. Tengo una mejor idea— dije con una sonrisa—. Puedo entrar y salir sin ser visto. Nunca sabrán que estuve allí.

            —¿Cómo?— preguntó Delina, intrigada.

            Como respuesta, saqué las pieles que me había dado Eltsen de mi mochila, y me las puse, cerrándolas al frente con el alfiler de madera.

            —Increíble— murmuró Delina al verme desaparecer frente a sus ojos—. ¿Cómo es posible?

            —Este es Lug— dijo Morrigan, orgulloso—. Tiene la conveniente costumbre de lograr lo imposible.

            —Son las pieles— expliqué, soltando el alfiler y volviéndome visible otra vez—. Tienen la propiedad de mimetizar a quién las use con el ambiente que lo rodea. Eltsen las obtuvo de un espía del norte. Capitán, iré allá a investigar. Si todo está bien, le haré una señal para que vaya a buscar a los demás.

            Morrigan asintió.

            —Tenga cuidado— me advirtió Morrigan con un dedo en alto.

            —Siempre— le contesté.

            —Esperaremos una señal. Si no la recibimos en media hora, buscaré a mi gente y atacaremos.

            Asentí. Volví a cerrarme las pieles y me dirigí hacia el campamento.

            El olor a comida que se desprendía del campamento me hizo recordar que todavía no había cenado. Amín nos había dejado provisiones más que suficientes, pero todo había quedado con los soldados de Morrigan, a unos tres kilómetros al sur del lugar. En mi ansiedad por encontrar a Zenir y su gente, me había adelantado a explorar los alrededores solo con Morrigan y Delina como compañía, después de haber recibido el reporte sobre la existencia de aquel campamento de boca de Rigelor.



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En el texto hay: mundos paralelos, fantasiaepica

Editado: 24.03.2018

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