Descarté la puerta principal y me dirigí hacia una pequeña entrada que conducía a la cocina del palacio. Entré pegado a las paredes y sin hacer ruido para no ser descubierto, lo que de nada me sirvió, pues me tropecé casi enseguida con un fomore que me golpeó sin intención al pasar a mi lado con una gran bandeja llena de bocadillos.
Apoyé la mano en mi espada, pero la criatura fue más rápida que yo: se levantó y me tomó del brazo, levantándome del suelo al tiempo que me decía:
—Disculpe usted, señor, seré más cuidadoso en el futuro.
Lo miré sin comprender la situación: ¿me estaba pidiendo disculpas?
—¿Se encuentra bien, señor?— preguntó la criatura con su voz ronca y átona.
—Sí— dije, tratando de no parecer turbado.
Era obvio que me consideraba un invitado en el palacio. Aproveché la situación y dije:
—Veo que realmente ha sido un accidente, pero en verdad debe tener cuidado. ¡Ha arruinado mi traje!
La criatura me miró desconcertada: obviamente no era aquella la reacción que esperaba. ¿Tal vez una reprimenda? ¿Una azotaina?
No lo dejé pensar demasiado, no era conveniente:
—Estoy buscando a Bress. ¿Alguna idea?
—Está en las mazmorras— se detuvo a pensar un momento, luego agregó—, en las del ala este.
—Bien— dije, y me alejé lo más rápido que pude. Preguntar cómo llegar al ala este no era prudente, pero encontraría la forma de llegar.
Sin querer, al abrir bruscamente una puerta, me metí en una habitación llena de aquellas bestias del norte que se movían de un lado a otro, preparando lo que parecía ser un gran banquete. Crucé sin mirar a nadie y nadie me prestó mucha atención, excepto algunos que apenas levantaron la vista y me dedicaron una breve mirada sorprendida para luego volver a sus quehaceres. Pero al otro extremo de la habitación, había dos criaturas que parecían estar haciendo guardia justo al lado de la puerta de salida.
Tomé aire y me dirigí derecho hacia ellos: el de la izquierda me franqueó el paso:
—Señor— comenzó—, ¿ya ha terminado su inspección?
—¿Inspección?— repetí, desconcertado.
—No seas idiota— le dijo el guardia de la derecha al de la izquierda—. ¿No ves que es el invitado?
—¿Él?— preguntó el otro con desconfianza.
—Señor— se dirigió a mí el de la derecha—, el palacio es muy grande para recorrerlo solo, ¿no está su guía con usted?
—No, pero no se preocupe— expliqué—, me gusta explorar por mí mismo.
—¡Ah!— asintió la criatura.
—Pero ya que los veo tan preocupados por mi bienestar— dije—, deseo preguntarles algo.
—Lo que sea— contestó el de la derecha. El de la izquierda asintió toscamente para mostrar que estaba de acuerdo con su compañero.
—¿Por dónde puedo entrar al ala este de las mazmorras?
Las dos criaturas se miraron por un instante, instante que me pareció infinito. Apoyé la mano en mi espada, solo por si acaso.
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Editado: 24.03.2018