Un torbellino de emociones me embargó la mente y el corazón. Toda la vida había deseado tanto saber quién era, encontrar mi lugar, encontrar una familia, tener un padre... Pero mi padre era un monstruo. Mi madre había intentado protegerme de él, pero el maldito había encontrado la forma de llegar hasta mí, de volver a encontrarme. Acaricié la Perla del anillo, recordando que estaba a salvo de su habilidad, a salvo de sus manipulaciones. Podía hacer esto. Tenía que hacer esto.
Bress abrió los brazos con una sonrisa.
—¿No vas a saludar a tu padre, Lug?— dijo, avanzando un paso hacia mí. Como respuesta, di un paso hacia atrás con los labios apretados y la mano sobre la espada.
—Te portaste mal, Lug. Y aún así, aquí estoy como un padre benévolo, recibiendo de vuelta a su hijo pródigo.
—¿Mal?— dije sin poder creer lo que estaba escuchando.
—Yo solo quería rescatarte, quererte, que seamos una familia, pero tú te dejaste envenenar la mente por mis enemigos.
—El único que intentó envenenarme fue tu amigo Hermes— dije con los dientes apretados.
—Es cierto— admitió él—. Me enojé mucho con él por alejarte de mí y por intentar matarte, pero le dije que le perdonaría la vida si te traía hasta mí sano y salvo. Me prometió que lo haría y no me defraudó.
—Grammor era Hermes— murmuré.
—No sé qué nombre usó, pero lo importante es que te trajo hasta mí y ahora puedo ser un padre para ti.
Bress se acercó a mí y me tomó de los hombros.
—¿No lo entiendes? Cuando hiciste aquella conexión conmigo... pude sentir lo poderoso que eras. Debo confesar que al principio me asusté, pero luego comprendí que todo ese poder era mi herencia. Tú eres mi hijo y nadie puede cambiar eso. Tu lugar está a mi lado.
—¡No te dejes engañar Lug! ¡No le hagas caso a esta serpiente inmunda que solo quiere arrastrarte a su inmundicia!— gritó Calpar, poniéndose de pie detrás de él.
Bress se dio vuelta hacia Calpar de repente, sacando un látigo de debajo de su capa negra.
—¿Con qué derecho te atreves a hablar de engaño?— gritó mi padre con indignación, dando latigazos feroces a Calpar por la espalda y por el costado hasta que éste cayó al suelo en una masa sanguinolenta y gimiente—. ¿Con qué derecho? ¿No fuiste tú el que se hizo pasar por un simple peregrino para atraer a mi hijo? ¿No fuiste tú quién junto con esa mujer puso a un hijo contra su padre? Y ahora sigues queriendo convencerlo... pobre iluso. Velo— dijo, señalándome—. Enviaste a mi propio hijo para matarme, algo que él no puede llevar a cabo.
—¿Por qué estás tan seguro?— gimió Calpar, aun en el suelo. Bress rió con una risa gutural llena de sarcasmo:
—No puede matarme, simplemente, porque soy su padre. No se atreverá, no hará lo que un extraño le ordene, especialmente si la orden es matar a alguien de su propia sangre.
—Sin embargo, tú no tendrías reparos en enviarlo a él al otro mundo si te placiera— reprochó Calpar.
—Te equivocas. Lo amo como nunca amé nada en el mundo.
—¿Más que a ti mismo? Eso es un milagro— comentó Calpar con sorna, palabras que le imputaron otra serie de latigazos del furioso Bress.
—Enviaste a Murna a torturarme— dije, tratando de desviar su atención de Calpar—. Sabías lo que ella iba a hacerme. ¿Fue ese uno de tus actos de amor hacia mí?
—Sí, fue un acto de amor. Sé que es difícil para ti comprenderlo, pero a veces el dolor educa más que una caricia. Te alejaste de mí y te dejaste seducir por la primera mujer que se te cruzó en el camino. Tenía que hacer que entendieras, que vieras la verdad, aún cuando eso te hiciera sufrir.
—¿Qué verdad? ¿De qué estás hablando?
—Esa mujer iba a lastimarte, iba a destruirte. Murna era la única capaz de hacerte comprender, de hacerte ver quién era ella realmente.
—Eres un demente.
—No, solo soy un padre preocupado por su hijo. Te uniste a mis enemigos, te confabulaste contra mí, pero te perdono, hijo. Te perdono porque te amo y por eso te he preparado un banquete de bienvenida. Mira en tu corazón, Lug, soy tu padre. Los que crees que son tus amigos te manipularon y te convencieron de que debías matarme, pero tú no eres así.
Traté de calmar mi respiración. Me dolía la mano por apretar tan fuerte la empuñadura de la espada. Bress, mi padre. Mi padre, un tirano. Un maldito. Un mentiroso. Aún así, mi padre. Y tenía razón, yo no me atrevería a matarlo... ¿Pero cómo soportar su crueldad de brazos cruzados? No era fácil mantenerme allí, viendo cómo lastimaba a Calpar. Deseaba golpear a mi padre, quitarle el látigo y atravesarlo con mi espada... pero no podía hacerlo, él era mi padre. No me atrevía.
—Hijo mío, ya no debes preocuparte, esa mujer ya no te molestará más. Estás a salvo de ella y de todos sus amigos traidores.
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Editado: 24.03.2018