La brisa de primavera acariciaba mi piel descubierta mientras apoyaba mi cabeza en el hombro de mi amigo. Johan me miró y sonrió, pero estaba muy cansado. Estábamos muy cansados.
El viaje de París a Londres había sido sencillo a través de los símbolos que Madame Marie nos había obsequiado como muestra de confianza y orgullo. Ya no éramos niños, nuestros padrinos en la magia ya no sujetaban nuestras alas. Eramos libres de elegir qué camino seguir. Eso nos había llevado hasta allí, hasta la antigua iglesia que funcionaba como hogar de la Guardia de París.
Mi nuevo mentor, ya muerto pero aún presente como espíritu guardián: Amelhíon Du Cruçerois, nos había confiado la búsqueda de dos medallones confeccionados de manera imprudente, hacía casi un milenio. Dos joyas que a simple vista carecían de encanto pero que, en su interior, guardaban los más impresionantes poderes sobre la vida y la muerte.
Las dos habían pertenecido a la familia Roses hasta que, para mantener el orden entre los brujos y magos, fueron embarcadas al Ministerio de Magia en Londres y posteriormente, guardadas en Hogwarts. Allí íbamos, Johan, Stephie y yo, los tres nuevos miembros de la Guardia. ¿Alguien tenía que hacer el trabajo sucio o no?
- Es injusto. Podríamos estar en casa, olvidándonos del pasado... - la voz de Stephie sonaba amortiguada por el galope de los caballos que nos conducían a través del bosque.
- Es verdad- Johan miró por la ventana.- ¿Nela, tú qué opinas?
- ¿Qué opino?- pregunté al aire mientras me acomodaba derecha en el asiento.- Pues bien, que conste que me lo has pedido: no seríamos nada sin Elizabeth ¿Recuerdan a esos niños buenos para nada que éramos en la secundaria? Ella nos mostró su mundo, nos hizo parte de él. Dos de nosotros comandamos ciudades... ¿Y ustedes se quieren quedar en su casa haciendo nada? ¿Volver al letargo? Pues no- me crucé de brazos- me niego rotundamente a ello.
- Damas, caballero, hasta aquí llega el carruaje.- la voz del chofer nos invadió, devolviéndonos a la realidad. - Esos de allí son los profesores de su escuela.- nos abrió la puerta- las maletas serán transportadas a sus habitaciones...
Stephie aplaudió.
- ¡Qué buen servicio!
Clavé mi mirada en ella. Su cabello dorado parecía más pálido y desabrido por el aire del agua que nos distanciaba del colegio. Sus ojos celestes, claros, transparentes, se posaron en los dos profesores que nos daban la bienvenida.
- ¡Sean bienvenidos!...- la mujer se adelantó unos pasos, abriendo los brazos a modo de saludo.
Llevaba una túnica de terciopelo verde, gafas y el pelo castaño recogido. Sonrió con sus labios finos, y se dirigió justo frente de Johan. El joven, de mirada esmeralda y cabello casi blanco, le respondió el saludo con una reverencia mientras sacudía su capa dorada. En la Guardia, él representaba a Madame Marie, la mujer que alguna vez transformó un burdel en el centro de práctica mágica y espiritual más grande de toda Francia, antes de que apareciera en el sur la escuela Beauxbatons.
Stephie era la integrante más nueva de la Guardia, había sido escogida por la bruja Moremi para llevar sus misterios en la carne. Ella era mi confidente, pero Johan, él se había convertido en el hermano que jamás había tenido.
- Mi nombre es Minerva McGonagall, representante de la Casa Gryffindor. Reitero mis deseos: Sean bienvenidos, nos transportaremos para que nadie los vea llegar a la institución, él es el profesor Severus Snape, representante de la Casa Slytherin. ¿Quién es Nela Roses?
Con un nudo en la garganta, avancé un paso casi imperceptible y respondí.
- Yo, madame McGonagall.
Su sonrisa aumentó aún más, su mano estrechó la mía en un gesto poco común entre brujos.
- He leído muchas cosas sobre ti, querida. Te hacía más experimentada...¿Cómo una jovencita puede lidiar con el caos del poder tan bien como lo has hecho en Venecia? - reinó el silencio hasta que aplaudió- Se hace tarde ¿Severus?
El otro profesor apareció como una sombra frente a nosotros. Vestía todo de negro, su cabello y ojos también eran oscuros. Curvó sus labios en una mueca de reprobación al verme ataviada con mi vestido ceremonial rojo y negro, pero aún más le desagradó el comportamiento de Stephie. En medio de todos, se apuntó con su escoba de mano para conjurar un hechizo de vestimenta. Puse los ojos en blanco y ante la perplejidad de nuestros anfitriones expliqué:
- Nuestros métodos son un poco diferentes a los de ustedes, me temo. Cada uno de nosotros porta un objeto único que canaliza nuestra energía espiritual, la almacena, y sirve de conducto para producir ciertos encantamientos. No todos. - me acerqué a la rubia que lucía un ajustado vestido negro y le susurré:
- Más te vale comportarte. No estamos en París, Steph...
- Lo sé. Lo sé, Nela. Y ahora...- dijo mientras se abría paso y se sujetaba al brazo del profesor.- ¿Vamos?