Despertar

Una gota, dos gotas, tres, cuatro… Llovía en el patio del palacete en Venecia. Mi mentora, Ágatha Roses II, estaba sentada contemplándola con calma, mientras se daba viento con un abanico violeta.

- ¿Lo sabía? – pregunté sentada en el suelo, a su lado. - ¿Sabía quién era?

- No querida. Te has escrito tu propio destino, sólo fuiste rescatada por nosotras. – sus ojos grises me miraron- ¿Sientes algo por él? Me refiero al Príncipe Mestizo.

Miré la lluvia. Me llevé la mano al corazón para calmar sus latidos. Con honestidad brutal, tomé valor y confesé:

- No sé qué siento, maestra- admití- Si me mira, me molesto. Si no lo hace, lloro. Cuando estamos juntos, todo parece mejorar, hay armonía, paz; aunque todo sea tormentoso. Cuando sus ojos…cuando me mira, puedo ver su interior, sus ángeles, sus demonios. Lo veo claro, lo veo oscuro y sus dos faces me parecen conocidas, me atraen, me envuelven.- hice una pausa- Quiero despertar…

- ¿Por qué? El joven Knight puede arreglárselas sólo, Elizabeth siempre estará protegida, puedes irte en paz. Pero algo te impide irte ¿No? Ven, párate.

Me puse de pie, y Ágatha me observó detenidamente. Se levantó, me tomó de las manos.

- Te he criado como a una hija, te conozco Nela. ¿Confías en mis predicciones?

- Nunca he dudado de su capacidad…

- Él te espera, pero tienes que saber que la muerte los asechará constantemente y, puede pasar que los alcance. Eso sí, en sus manos, está la posibilidad de devolver la vida a los caídos en la batalla que se avecina. Incluyéndolos. No son príncipes por su sangre o por su origen. Son príncipes por los gestos que han tenido, por lo que callan, por las lágrimas, por las alegrías. Son príncipes de la magia. ¿Estás lista, mi querida Nela?

- Claro que sí…- murmuré cerrando los ojos con fuerza.

- Prepárate…

Sus manos tocaron mi pecho. Una sacudida eléctrica me recorrió todo el cuerpo, conectándolo con mi alma. Esta vez, la oscuridad no me llevaría con ella.

Abrí los ojos para encontrarme con el rostro de la enfermera del turno de la mañana. Todavía el cielo no amanecía, el frío del invierno había entumecido las falanges de mis dedos que, aunque cubiertos, no se habían adaptado al cambio de estaciones como deberían haberlo hecho.

El rostro angelical de la enfermera se iluminó ante mi parpadeo.

- ¡Señorita Roses! ¡Despertó! No sabe cuánto hemos esperado su regreso, ya nos dábamos por vencidos. ¡Qué buena noticia!

- ¿Cuánto tiempo estuve así? - intenté sentarme, pero ella me lo impidió.

- No señorita, no se levante. Espere a estar más restablecida. ¡Qué felicidad!- miró hacia la entrada.

Severus entraba a paso rápido en la sala, miró el rostro de la enfermera. Ella asintió, llorando. Snape corrió hacia mí, tenía los ojos llenos de lágrimas, pero no lloraba. No lo iba a hacer frente a mí despierta, no se lo permitiría, eso ya lo sabía.

- ¿No tiene nada que hacer a estas horas profesor? – pregunté desobedeciendo a la enfermera.

- ¡Tendría que ser más respetuosa señorita! El profesor Snape se encargó de usted estos cuatro meses.

- Puede retirarse…- gruñó Snape. La enfermera consintió alejándose- ¿Cómo está señorita Roses?-

Se sentó a mi lado, en la cama. De pronto, pareció recordar que nuestra relación era inexistente y quiso levantarse, no lo dejé. Le tomé con fuerza la mano besando su dorso, como él lo había hecho tantas veces durante los últimos meses. ¿Habían pasado cuatro meses? ¿Qué habían conjurado para proteger aquel medallón?

- ¿Despertaba y volvía a la oscuridad, verdad? – dijo inmediatamente después de mi beso en su mano.- ¿Qué pudo escuchar?

Sin soltarle la mano, me acomodé para verlo a los ojos.

- Lo que necesitaba… Que Johan tiene novia, que Dumbledore se manda sólo y no acepta consejos, que usted tiene que cumplir con lo pactado. No sé a lo que se refiere, pero es lo que escuché…