La Profecía de los Elementos (los Hijos de los Dioses #1)

5. Sol

Cora observó cómo se ponía el sol desde la azotea. Curioseando por el segundo piso, había encontrado la escalera de acceso, y le había parecido ideal puesto que necesitaba estar sola. Sentada en la balconada, su mente bullía de ideas, de preguntas, de dudas... Y mirar el sol hundirse en el horizonte le daba una serenidad que no había encontrado en ningún otro sitio en toda su vida. Además notó que mirarlo directamente no le hacía daño en los ojos. Sonrió. Al final Andie iba a tener razón.

Unos pasos detrás de ella interrumpieron sus pensamientos. Se levantó rápido y se volvió, ligeramente a la defensiva, pero solo era Marco. Frunció el ceño, molesta por la interrupción, y volvió a sentarse a mirar el sol, dándole la espalda a propósito. Sintió cómo él se acercaba, y por una vez, no le dijo nada ni hiriente ni insultante. En aquel momento, le parecía un desperdicio inútil de ingenio y saliva. Él se sentó a su lado, de espaldas al sol.

-Pensé que habías huido -comentó.

Cora detectó su habitual tono bromista, y, sin saber por qué, decidió seguirle el juego. Sin mirarle, dijo:

-Sí, iba a convertirme en una bola de fuego y a salir volando, pero luego lo pensé mejor.

Escuchó cómo él se reía sinceramente y se obligó a mirarle, aunque una punzada involuntaria de dolor le atravesó el corazón al hacerlo. Sí, era guapísimo, ¿quién podía no admitirlo? Aquel pelo rubio, espeso y ondulado; sus ojos, azules casi transparentes; y su cuerpo había pasado por el gimnasio, pero sin excesos. Y tenía que admitir que en algún momento hasta era simpático. Él la miró cuando sintió sus ojos sobre su rostro, y Cora apartó rápidamente la vista, sintiendo cómo sus mejillas enrojecían a gran velocidad. No, no y no. El mayor defecto seguía estando allí. Y es que Cora estaba segura de que Marco era incapaz de enamorarse. Aparte de Sandra, que no contaba como mujer en su vida, aquel chico había tenido infinidad de ligues y amantes desde el instituto. Incluso una vez, en un arranque de pasión, ellos dos habían tenido un encuentro más o menos subido de tono bajo la escalera del aulario. Sin embargo, Marco, al día siguiente, no parecía ni acordarse, y cuando ella le pidió explicaciones, simplemente alegó que estaba borracho en aquel momento, y le dijo que no se lo tomase tan a la tremenda, porque total, "liarse con una chica no te obliga a casarte con ella, ¿no?". Cora no pudo perdonarle aquello jamás, y se prometió a sí misma que nunca dejaría que nadie jugase ni con ella ni con sus sentimientos, y mucho menos Marco. Creó una barrera sólida alrededor de su corazón y, hasta la fecha, ese muro seguía ahí, inquebrantable... ¿o no? Había veces en que Cora dudaba de la solidez de aquel escudo, sobre todo desde que formaron el grupo y decidieron mudarse al mismo piso a vivir. Cora podía convivir con Marco, sí. Lo que no podía soportar era que intentase ligar con ella constantemente, ni que la provocara con bromas e insinuaciones; porque a su modo de ver, el insulto había sido tan grande que había abierto una brecha insalvable entre los dos. No obstante, había veces... solo algunas... que no podía evitar imaginarse lo que podría suponer que Marco acariciase su mejilla, la abrazase e incluso...

-Ya veo que no quieres hablar conmigo, ¿eh? -tanteó él.

Cora volvió a la realidad en un segundo.

-Eso no debería ser una novedad para ti -le contestó; y sin darse cuenta, sonrió.

Marco pareció sorprendido por aquel gesto, pero sonrió a su vez. Cora sintió un escalofrío. "Qué sonrisa...", pensó algo encandilada.

-Cora, yo...

-¿Sí? -contestó ella, con más dulzura de lo normal.

Marco se atragantó y apartó la vista. Cora se maldijo interiormente por haberse mostrado tan dócil, y trató de recuperar su pose habitual.

-¿Por qué aceptaste convivir conmigo después de lo que pasó?

Aquello sí que no se lo esperaba. Cora se volvió lentamente, porque no podía creer que se lo estuviese preguntando de verdad. Su corazón aleteó rápidamente y notó cómo un súbito calor lo rodeaba. Francamente, debía reconocer que no tenía respuesta. Y Marco pareció darse cuenta.

-¿Qué te pasa? -preguntó, acercándose con gesto preocupado.

Cora respiró hondo y forzó una sonrisa rápida para quitarle importancia, pero por primera vez en mucho tiempo, no se alejó de él.

-No es nada -repuso evasiva-. Simplemente creo que empiezo a notar ese fuego en mi interior.

Estaba bromeando, pero Marco sonrió de manera diferente y la miró directamente.

-Ese poder ha estado siempre dentro de ti. Lo veo en tus ojos -añadió mientras se inclinaba hacia ella-, cada vez que te miro.

Cora palideció y tembló. Lo iba a hacer. Maldita sea, iba a hacerlo, y ella estuvo a una centésima de permitirlo. Despacio, retrocedió un paso y desvió la vista hacia el jardín, ligeramente turbada.



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En el texto hay: cuatro elementos, musica, magia

Editado: 24.05.2018

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