La Profecía de los Elementos (los Hijos de los Dioses #1)

7. Wicca

Como si Layla les hubiera leído el pensamiento la noche anterior, a la mañana siguiente, después del desayuno, les indicó que la siguieran con una sonrisa pícara. Subieron al primer piso y avanzaron por el pasillo de la derecha, hasta que la bruja se detuvo delante de una enorme puerta de brillante ébano pulido. La empujó, y los cuatro elementales entraron en una enorme estancia, que ocupaba dos plantas de la casa y cuyas paredes estaban cubiertas de estanterías y ornadas con vistosos cuadros.

—Esta es nuestra biblioteca —indicó Layla con orgullo.

Cora, Ray, Sandra y Marco avanzaron tras ella, observando con atención los libros que pasaban ante sus ojos. Algunos tenían títulos en castellano; otros, en inglés, francés, italiano, e incluso algo que parecía chino o árabe. Pero la mayoría estaban en idiomas que nunca en su vida habían visto. Marco juraría haber vislumbrado algún lomo con caracteres egipcios, pero claro, que tampoco sabía tanto de aquella lengua muerta como para considerar que no existían otras similares que también empleasen jeroglíficos. Porque, según les iba explicando Layla, allí podían encontrar magia y hechizos de todas o casi todas las culturas conocidas a lo largo y ancho del mundo. Incluso de otros mundos, aunque de esos tratados solían tener una sola copia y en una sección especial de cuya puerta había que conocer el conjuro de la cerradura.

Pero lo que más les impresionó no fueron los libros. Fueron las vitrinas.

Un nicho de unos veinticinco metros cuadrados, al fondo del todo, estaba lleno de estantes acristalados que llegaban del suelo al techo y contenían todo tipo de objetos mágicos, catalogados por tipos: velas, piedras semipreciosas y preciosas, tótems, colgantes... el paraíso de cualquier hechicero. Layla les explicó que allí podían encontrar lo que necesitasen para potenciar la fuerza de un conjuro, y que, sobre todo en su caso, quizá sería bueno para que aprendiesen a canalizar su poder. Pero durante la visita no les dejó tocar nada.

—Más adelante —dijo—, cuando estéis más hechos a este mundo. Acabáis de llegar —aclaró con una sonrisa amable.

Después, se acercó a una estantería y pasó el dedo sobre varios tomos en actitud concentrada, hasta que al llegar a la mitad de la balda, hizo un gesto triunfal y sacó uno de ellos. Era un pesado volumen, con las tapas de piel negra bordadas con tallas arborescentes en dorado. Un solo pentáculo adornaba el centro de la portada, en la confluencia de las ramas; y otro más pequeño, el lomo. Layla lo apoyó sobre una mesa.

—¿Qué es eso, exactamente? —quiso saber Cora asomándose por encima de su hombro.

Layla no contestó, sino que pasó páginas y más páginas. Tras lo que pareció una eternidad, se detuvo.

—Esto es —señaló.

Los cuatro se inclinaron sobre el libro. En la página que ella marcaba con el dedo había una figura: un pentáculo —empezaban a aburrirse de verlos por todos lados— del cual salían, hacia los puntos cardinales, cuatro figuras... que representaban los cuatro Elementos. Cora se miró la muñeca, la comparó con el dibujo, y se quedó boquiabierta. Layla alzó la vista hacia ella, y asintió despacio ante la mirada de estupor de su joven alumna.

—Sí, el diseño es el mismo. Algo más primitivo en el tatuaje, pero bueno, son espíritus no dibujantes, y algo tiene que identificar lo que sois.

—¿No es suficiente que haya puesto a arder un armario con solo tocarlo? —susurró Cora con acidez.

Layla volvió la vista al libro sin hacerle caso, como si en él viera algo que a ellos se les escapaba.

—Este símbolo es la base del aprendizaje de cualquier mago, y lo que nos identifica a todos —explicó mientras se remangaba hasta el codo y les mostraba un tatuaje en la cara interior de su muñeca—. Representa la unión de los cuatro Elementos y el espíritu; hay quien dice que eso simboliza la perfección del ser humano, pero todos sabemos que el ser humano no es perfecto —sonrió con guasa—. Los cuatro Elementos nos componen a todos nosotros y al mundo, son un fundamento de vida, y vosotros sois la representación en carne y hueso, que está destinada a velar por el bien del mundo. Al fin y al cabo, por esa definición, el mundo es una continuación de vosotros.

—Me he perdido —confesó Marco.

Layla se rio sin asomo de burla.

—Lo entenderás con la práctica —aseguró mientras volvía a colocarse la manga en su sitio—. Sentaos, por favor. —Cuando obedecieron, ella se quedó en pie, frente al libro—. El mundo está compuesto de energías, buenas o malas, que toman unas formas u otras y que nos conectan a todos los seres vivos de este planeta. Los seres inertes, como las piedras, las maderas muertas o los fósiles, nos ayudan a canalizarlas en muchas ocasiones y, bueno —sonrió con cierta vergüenza— no siempre se obtienen los resultados esperados, la verdad. Para eso se necesita mucha práctica —miró elocuentemente a Cora, que sintió cómo el rubor ascendía por su rostro hasta alcanzar la punta de sus orejas—. Como probablemente habréis oído, el pentáculo siempre se ha asociado al demonio, pero eso es —giró el libro, de tal forma que la punta no apuntó hacia ella, sino hacia el otro extremo de la mesa— cuando la esquina está hacia abajo y las esquinas de arriba parecen cuernos. Pero —volvió a voltearlo hasta colocar el libro derecho hacia ella— si la punta está hacia arriba, es un símbolo de protección, un talismán. Y para nosotros, un objeto sagrado, que nos tatuamos al terminar nuestro aprendizaje como símbolo de compromiso con toda la Comunidad Mágica. Cada cultura tenía, y tiene, un significado y una connotación para este símbolo, en las cuales no entraré para no aburriros porque no es lo que nos concierne actualmente —cerró el libro—. Es muy probable que, en la mayoría de los casos, vosotros no necesitéis uno, puesto que vuestra energía es más poderosa que cualquier magia —apuntó—. Es la magia en sí, en su forma primitiva, y lo que creo que debéis hacer es aprender a controlarla, y utilizarla para el bien —añadió en tono severo.



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En el texto hay: cuatro elementos, musica, magia

Editado: 24.05.2018

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