La profecía del amor.

Capítulo 4.

Agapios.

Antes de que el crepúsculo se alzará en el cielo, me levanté de la cama y tras darle un beso a Alissa me dirigí a mi habitación.

Hoy planeo hacerle saber que siempre la he querido.

Con una gran sonrisa en los labios camine por el pasillo hacia mi habitación.

Una vez listo, baje las escaleras y para mi sorpresa todos se encontraban en sus respectivos asientos.

Ángel y Alessandro tenían cara de pocos amigos, mientras que Alessia se encontraba divinamente bien.

¿Cómo puede estar bien después de la tremenda cruda de anoche?

-Agapios.

-Espero que lo que me dijiste anoche no fuera palabras causadas por el alcohol.

-No, madre. Esas palabras son verdaderas. Y las cumpliré al pie de la letra.

La señora de la casa sonrió más que convencida, y yo me dispuse a tomar mi lugar correspondiente en la mesa.

-Alessia...

- ¿Dime madre?

-La única que falta por darme tu palabra de un nieto eres tú, porque tus hermanos se comprometieron formalmente a hacer un par de herederos Salvatierra.

- ¿En serio? -luego de ella emitir esas palabras, coloco sus ojos en mí. - ¿Todos?

Mamá asintió y eso ocasionó que Alessia se tensará.

-Si todos están compitiendo por darte un nieto yo también entraré en el juego madre. Te daré un nieto, tu primer nieto.

Alexandra dejo de desayunar para colocarse sobre sus pies.

-Es más tengo una cita con un chico que conocí anoche, es guapo, tiene dinero y me prometió darme lo mejor de lo mejor. Creo que estaré bien.

Papá, Alessandro y Ángel se miraron fijamente para después emitir su negación.

-No. -inquirió papá.

-No, no y no. -dijo Alessandro.

-Eso sí que no. -verbalizo Ángel.

La muñeca del mal hizo una mueca, para después colocarse sobre sus pies.

-Iré a esa cita, aunque tenga que patearles el trasero.

- ¡Hija...!

-Hija, nada papá. Entiendan de una buena vez por todas que ya es hora de que me haga una mujer. -los tres negaron. -Y para hacerme una mujer tengo que salir, conocer gente nueva, vivir experiencias... y puede ser que en unos de esos hombres que conozca, se encuentre mi alma gemela, el amor de mi vida.

El amor de su vida.

Esa palabra logró que mi estómago se resolviera.

-No, no dejaré que te expongas al peligro.

-Papá, ya no soy una niña.

-Lo sé, pero no puedo permitir que te lances al fuego. Así que solo saldrás si Agapios te acompaña, esa es mi condición.

La muñeca del mal enfureció a tal grado de colocarse roja.

-Él no irá conmigo.

-Entonces plantéate a la idea de invitar a tu guapo y millonario hombre a casa porque de aquí no sales, hermosa.

-Mamá, dile algo por favor.

-Lo siento hija, pero ya sabes cómo es tú padre.

Tras esas palabras Alessia giró sobres sus pies. Y mirándome mal verbalizo un par de palabras.

-A las ocho nos reuniremos con mi cita en Lobas Bar.

Tras esas palabras Alessia se marchó levemente molesta.

Perdí la esperanza de confesarle mi sentir.

-Hijo, confío en ti. Deposité en tus manos mi más grande tesoro, cuídala y por nada del mundo dejes que intenten dañarla.

-Sí, padre. La cuidare con mi vida.

Papá asintió, para después seguir degustando su desayuno.

Coloque mis ojos en Alessandro y este hizo una mueca.

-Iré a dar una vuelta.

-Pero no has desayunado, hijo.

-No tengo hambre madre.

Antes de que ella me pusiera una restricción, me levanté de la mesa. Y me apresure a salir de allí.

Caminé hacia la salida y justo cuando estaba por salir la muñeca del mal se acercó a mí y me acorraló contra la pared.

-Sí piensas que arruinas mi noche estas equivocado, Agapios.

- ¿Tan retorcida crees que tengo la mente?

-De ti no se puede esperar nada bueno.

Inconscientemente guíe mis ojos hacia sus labios. Y ante eso ella tragó saliva.

- ¡Aléjate de mí...! -susurró para después soltarme.

-Oh, no cariño. No puedo alejarme de ti.

Extendí una de mis manos hacia ella y fue mi turno de inmovilizarla contra la pared.

La muñeca del mal estableció contacto visual conmigo y por la forma en que me miraba pude decir que ella estaba igual de excitada de lo que estaba yo.

Abrí mi boca para confesarme de una vez por todas, pero antes de que pudiera hacerlo escuché la voz y paso de nuestra madre.




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