Agapios.
Un mes después.
Ha transcurrido un mes desde el rapto de mi esposa.
Y nada ha sido lo mismo para mí.
No existe día que no piense en ella.
—Agapios.
Alce mi cabeza y nos ojos se colocaron en el donador de esperma.
—Thalasinos.
—La encontraremos.
Eso mismo me prometió hace un par de semanas hacia atrás y no hemos avanzado en nada.
—No prometa algo que no va a poder cumplir, señor.
Antes de que él pudiera agregar algo más, papá ingreso a la sala bastante cabreado.
—No me importa si tengo que mover cielo mar y tierra, pero necesito a mi hija.
En este momento me siento como un verdadero inútil, soy un cero a la izquierda. Y todo por casi perder la vida en mi auto.
—¿Qué noticias tienes, Salvatierra?
—Todavía nada, Thalasinos.
Aparte mis ojos de los del donador, para colocarlo en la ventana.
—Agapios, hijo.
—Soy un inútil, papá. No sirvió ni para proteger a mi mujer.
—Agapios, no te culpes, hijo.
—Debí estar alerta, y más sabiendo que esa loca estaba detrás de Alessia.
La culpa me está carcomiendo por dentro, porque yo soy el único responsable de que ella no este hoy aquí.
Formé mis manos puños, luego de imaginar todas las atrocidades que la loca de Madison puede haberle a mi mujer e hijo.
Si Madison toco a la muñeca del mal, que se preparé porque no descansaré hasta cobrarme lo que le haga.
—Agapios… -escuche la voz de mi padre, pero evite hacer contacto visual con él.
—Quiero estar solo. -pedí.
—No te dejaremos solo, hijo. -papá se acercó a mí y tomo una de mis manos entre las de él. —Se que sientes que es tu culpa, Agapios. Pero no debes sentirte así.
—Te prometí que siempre la iba a cuidar, papá. Prometí dar mi vida por Alessia y no puede ni siquiera protegerla.
—Hijo…
—Alessia es el gran amor de mi vida. La mujer que intente olvidar, pero que no puede hacerlo porque se metió en mi cabeza y corazón. Sin ella en mi vida todo es gris, porque mi muñeca del mal es la que le da color a mi vida.
—Agapios.
—Ahora no puedo hacer nada para buscarla, porques mis malditos huesos rotos me lo impiden.
Tras esas palabras ambos hombres se mantuvieron en silencio.
Mientras que yo coloque mis ojos en la ventana.
—¿Dónde estás mi amor?
—¡Agapios, Thalasinos, Alexander…!
Mamá ingreso a la habitación, totalmente ofuscada.
—¿Qué sucede, Alex?
—Alessia está en el hospital.
En ese momento sentí mi mundo detenerse.
No. Ella no puede dejarme. No puede dejarnos.
Tras esa confesión, papá y el domador de esperma empezaron a interrogar a nuestra madre.
—¿Dónde está?
—¡Alex, dime que mi princesa está bien…!
—No sé, solo alcancé a escuchar que ella se encontraba en el hospital.
—Tenemos que ir al hospital. -inquirí.
—Agapios, sería conveniente que te quedarás en casa.
—No me quedaré aquí sabiendo que ella está en el hospital, mamá.
Los tres adultos se miraron entre sí, pero ninguno se atrevió a detenerme.
Con ayuda de papá me coloqué sobre mi pie sano y tomé las mulas para caminar por sí solo.
Empecé a caminar hacia la puerta de salida.
Y mientras más me acercaba, empecé a imaginar cuantas cosas me pasara por la cabeza.
Que Alessia esté bien, que no le haya pasado nada a nuestro hijo.
Cuando llegué a la puerta mamá la abrió y antes de disponerme a salir, observé a Alessandro y a Ángel.
—Madre, tenemos información no tan favorable acerca de nuestra hermana.
Esas palabras lograron que me recorriera un escalofrío por todo el cuerpo.
—¿Qué sucede, Alessandro? -pregunte, y mis dos hermanos hicieron una mueca antes de responder.
—Alessia tuvo una amenaza de aborto.
En ese momento me sentí el hombre más miserable, porque no pude protegerla como debía.
—Esta delicada. -inquirió Ángel con voz rota.
Esa maldita logró destrozarme.
Cerré mis ojos y luché por contener las lágrimas.
—¡Agapios…!
Negué.
—Quiero verla. Necesito ver a mi esposa.
Mis hermanos se acercaron a mí y sustituyeron las muletas. Ángel y Alessandro me ayudaron a llegar hasta el auto y una vez dentro tomaron asiento a mi lado.
—¿Quién la encontró?
—El primo, Mael.
Mael el indisciplinado tuvo que intervenir, porque yo no fui capaz de protegerla.
—Me siento como un inútil.
—No fue tu culpa, hermano.
—Alessia no debía estar pasando por esto.
—Deja de culparte, porque hiciste lo que estaba en tus manos para protegerla. -agrego Alessandro exasperado.
Aparte mis ojos de los de Alessandro, y me dediqué a mirar por la ventana.
—Te amo, Alessia. Te amo. -susurre por lo bajo. —No me dejes.
(***)
Mientras recorría el pasillo del hospital, mi corazón amenazaba con salirse de mi pecho.
Y el sentir se hizo más fuerte porque al final del pasillo, se encontraba Mael, con cara de pocos amigos.
—Mael. -inquirió papá.
Y el mencionado coloco sus ojos en nosotros.
—Tío.
—¿Cómo está? -pregunte, y Mael coloco sus ojos en los míos.
—Agapios…
—¿Cómo está Alessia?
Mael hizo una mueca, antes de responder.
—La muñeca del mal se voló la barda en esta ocasión.
Fruncí mi entrecejo.
—¿De qué hablas?
—¡¿QUÉ LE SUCEDIÓ A MI HOMBRE?!
Esa voz.
Gire mi cabeza y mis ojos se colocaron en mi muñeca del mal.
¡¿Qué diablos está pasando?!
La muñeca del mal se acercó a nosotros.
—Alessia.
Inquirí sin dejar de observarla.
—Fue un verdadero gusto ayudarte Alessia.
—Te debo una Mael.
El hijo del pecador le brindó una gran sonrisa antes de empezar a alejarse de nosotros.
—¿Qué está pasando aquí, Alessia?
Mi esposa, se abrió paso y se colocó al frente de nosotros.
—Madison, necesitaba mi ayuda.