La profecía del amor.

Capítulo 15.

Agapios.

Aquí voy.

Tomé una largas respiración antes de ingresar a la habitación donde el donador se estaba quedando.

Al ingresar lo observé parado al frente del balcón de su habitación.

—Thalasinos.

Ante mi llamado, él coloco sus ojos en mí.

—Agapios…

—Quiero hablar con usted.

Caminé hacia él, y me coloqué a su lado.

—Se que te molesta mi presencia en esta casa, Agapios. Pero no te preocupes que pronto me iré.

—¿A dónde va?

—Volveré a Grecia.

En otro tiempo esa noticia me hubiese alegrado, pero ahora todo ha cambiado.

Y eso ha pasado gracias, Alessia.

Mi muñeca del mal me hizo ver que no debía seguir guardando rencor.

—Thalasinos, si quiere puede quedarse.

Evite mirarlo, porque sé que esas palabras le causaran conmoción.

—No quiero seguir molestando.

—Si se marcha, se va a perder los gritos de Alessia todas las mañanas, su constantes desafío y manipulaciones. ¿Se perderá el nacimiento de mis hijas?

Tomé valor para mirarlo a los ojos, y cuando mis iris se colocaron en los de él, estos estaban cristalizados.

—Lo que más quiero en esta vida, es ver a esas niñas nacer.

—Entonces quédese, quédese a conocer a sus nietas.

El donador abrió su boca en una perfecta O, y derramó las lágrimas.

—Agapios…

—Quiero ser el mejor padre para mis hijas. Deseo que ellas se sientan orgullosas de mí, de lo que soy.

—Perdóname por no aceptarte cuando me buscabas, perdón por dejarte solo.

—No me dejo solo, Agapios. Porque gracias a ustedes, tengo una familia, tengo a una mamá que daría su vida por todos nosotros, a un padre que nos ama con locura, aun cuando lo sacamos de sus casillas. Tengo a unos hermanos que amo con todo el corazón y la tengo a ella. Tengo a la mujer más hermosa del mundo, a mi muñeca del mal. En aquel entonces no perdí, gane, me gane el amor de la familia Salvatierra, gane un espacio entre ellos… ellos son lo más hermoso que la vida me ha regalado. Así que tengo que agradecerle, gracias por lo que hizo en aquel entonces, Thalasinos, porque gracias a eso ahora tengo todo lo que soñé algún día.

El donador derramó más lágrimas.

—Perdón.

—No quiero pensar en el pasado, Agapios. Quiero vivir el presente, disfrutar de los cambios de humor de mi mujer. Sonreír, llorar, enojarme… Quiero vivir el hoy, sin pensar en nada.

—Tus hijas serán muy afortunadas de tener un padre como tú.

Ante esas palabras sonreí.

—Las amo, y siempre las amaré. Ellas, Alessia y mamá serán las mujeres de mi vida.

—Espero algún día remediar todo el dolor que te cause, Agapios.

—Solo tiene que hacer una sola cosa para remediarlo.

—¿Qué es?

—Darme el abrazo que siempre anhele recibir antes de llegar con Alexander.

—No sé si pueda, Agapios.

—Se que usted puede cumplir el sueño de ese niño, que tanto deseo recibir un abrazo de su padre.

—Agapios.

Al ver que él no daría el paso, yo me acerqué a él y envolví mis brazos alrededor de su cuerpo.

—Te extrañe, papá.

Ante esas palabras Thalasinos empezó a llorar.

—No te vallas, papá.

El donador envolvió sus brazos alrededor de mi cuerpo y me atrajo hacia él.

Ambos necesitábamos este abrazo.

Necesitábamos redimirnos, porque esa es la única forma de llegar a la felicidad.

—Soñé con escuchar esa palabra de tu boca.

—La vas a escuchar más a menudo.

Escuché que mi padre reía, y me fue imposible contener la risa.

Soy un hombre nuevo, soy otro Agapios.

El Agapios que guarda rencor murió, y le dio paso a un Agapios que solo quiere felicidad.

Ver a su familia, sonreí, armarse… simplemente ser felices.

—¡Esos son mis hombres…!

El donador y yo dejamos de abrazarnos para colocar nuestros ojos en mi muñeca del mal.

Entrecerré mis ojos al verla lamer una paleta de helado de fresa.

—Alessia.

—No me jodas, Agapios.

—La doctora dijo que tenemos que controlar la ingesta de azúcar.

La muñeca del mal me brindo una mirada fulminante.

—¿Qué diablos quieres? ¡¿Qué me coma el recipiente de la sal, por tu maldito gusto?! Aquí no es lo que tú quieres, es lo que yo quiera. Y para tu información mi cuerpo quiere azúcar y azúcar le daré.

La palabra indomable, le queda pequeña a la fiera que tengo por esposa.

—Alessia.

—Eres mi persona menos favorita en este momento.

—Hija, no trates tan mal al pobre…

—Si no quiere pasar a la lista negra, es mejor que haga silencio, Thalasinos.

—Y yo que pensaba llevarte a ese lugar que mencionaste.

Ante esas palabras los ojos de Alessia brillaron con gran intensidad.

—Por eso es que digo que usted es el mejor.

Algo tramaban esos dos.

—Alessia, deja de manipular para conseguir lo que quieres.

—Vete de paseo, Agapios.

Rodé mis ojos.

Dios tiene que darme paciencia, porque con Alessia se me agota muy fácil.

—Vamos, a por esa delicia, Thalasinos.

—Alessia…

—Haz silencio si no quieres que te mande a dormir en el sofá.

Necesito un psiquiatra, porque Alessia Salvatierra acabará conmigo más pronto de lo que todos piensan.

—Nos vemos en un rato, cariño. Espérame como Dios te trajo al mundo porque después de comer, a mi amiga le da mucha hambre.

Oh, bueno.

Me faltó mencionar que hace algunas semanas hacia acá, le poco filtro que ella tenía se fue de paseo, dándole pasos a un Alessia que no le importa hacer o decir nada.

Con gusto puedo decir que Alessia Salvatierra perdió la poca vergüenza que le quedaba.

—Alessia.

—Nos vemos bombón, cuidado muy bien el caramelo y también al relleno.

¡Genial…!

—¡ALESSIA…!

—Te amo, papá chulo. Me vuelves totalmente loca, Agapios.

—Me la llevo antes de que ocurra un crimen.

—No sería un crimen Thalasinos, más bien sería un robo, pero de fluidos. -la muñeca del mal se lamió los labios. —Camina por la sobra, Agapios. Porque anda suelta una depredadora que quiere comerte, pero el…




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