La profecía del amor.

Capítulo 4.

Alessandro.

Tres años y medio después.

Después de ese día en la playa, no volví a ver a Jenna, parecía como si la tierra se la hubiese tragado.

Cierto día por petición de mamá, detuve mi auto al frente del rancho de los padres de Jenna.

Al descender Jason se acercó a mi y no dudo en golpearme.

Bien. Lo tengo bien merecido.

—¿Qué haces aquí?

—Mamá envío regalos para ustedes.

—Tía Alexandra, debió enviar a Ángel en tu lugar.

—No fue así, así que tomalo o dejalo. -le brinde una sonrisa, la cual lo hizo enojar más de lo que ya estaba. —Ah, por cierto. Felicidades por su nueva adquisición.

Jason rodó sus ojos.

—Es un regalo para Jenna. -escuchar su nombre logró que mi corazón empezará a latir con fuerza, tal y como sucedía desde hace tres años atrás. —Ah, verdad. No estás enterado.

—¿Como está Jenna…?

—Bien, viendo su vida, Alessandro. -Jason después de decir esas palabras me brindo una mirada fulminante. —Dale las gracias a tía Alexandra y márchate.

Jason giro sobre sus pies, con la clara intensión de marcharse.

—Le estamos organizando una sorpresa a mamá por su cumpleaños, así que contamos con su presencia.

—Gracias por la invitación, Alessandro. No fue un placer volver a verte, así que deja lo que tengas que dejar en casa y márchate de una vez por todas.

—Jason… lo siento.

—No me jodas Salvatierra. -agrego para luego empezar a caminar.

Solté un grito de frustración porque no solo había jodido lo que tenía con Jenna, sino que me gane su recelo por todo lo que le dije.

Ahora estoy más que perdido.

—Eres un idiota, Alessandro. -me dije a si mismo. —No solo perdiste a tu amiga, sino que también perdiste…

No.

Es mejor evitar ese tipo de pensamientos porque pensamientos como ese no me llevarán a ningún lado.

Totalmente resignado de que soy un idiota, me dirigí hacia el auto, y de allí tomé las bolsas de regalo que mamá les había enviado. Con todos los obsequios en mano empecé a caminar hacia la puerta de entrada del rancho.

Caminé lo más rápido que mis piernas me permitieron y una vez al frente de la puerta toque el timbre. Al no recibir respuesta volví a tocar el timbre y en esta ocasión la puerta se abrió dejandome visualizar a la amiga de Jenna.

Los ojos de la chica se entrecerraron al verme.

—¿Qué quieres?

—Vine a dejar estos regalos.

La mujer hizo una mueca de frastidio para luego extender una de sus manos hacia mí.

—Damelos y lárgate por donde mismo viniste.

¿Soy yo o todo el mundo me odia?

Rodé mis ojos e hice lo que ella me pidio.

—Poco hombre. -agrego.

—Me alaga señorita.

—Jenna debió de cortartelo. Para que no fueras el deseado nunca más.

Abrí mi boca para argumentar, pero fui interrumpido por un niño, el cuál se aferro a las piernas de la mujer.

Clave mis ojos en el pecho, y por un momento me pareció ver a los hijos de tía Ayleen.

¿Será posible?

La mujer ante mi curiosidad retrocedió y posteriormente cerró la puerta con todas sus fuerzas.

Aquí hay gato encerrado.

Gire sobre mis pies y empecé a caminar hacia el auto, pero a mitad de camino me detuve tras recordar las palabras de Alen Salvatierra.

Fui engañado por una mujer. Ese condenada me vio la cara de estúpido. Ella solo quería mi dinero, nunca me quiso. Condenada campesina. Condenada vaquera.

Si ella resulta ser la mujer que engaño a Alen, se puede afirmar que Alen Salvatierra es padre de un niño idéntico a ellos.

Saque mi teléfono de mi bolsillo, y sin dudar marque el número de Alen.

Omo era de esperar el rey del orden, tomó la llamada al primer tono.

—¿Qué hiciste, Alessandro?

—¿De casualidad la mujer con la que te enredaste es morena de ojos cafes?

—No me menciones a esa mujer. -bramo.

—Alen, no soy quien para juzgarte, pero no debiste permitir que la echarán de tu vida.

—No me hables de ella, Alessandro. Por tu bien, da por terminado el tema.

—Escuchame bien, idiota. ¿Nunca te pusiste a pensar en las consecuencias que trae tener relaciones sexuales?

—¿Te estas escuchando, Alessandro? ¿Qué rayos te pico?

—Un bicho llamado niño.

La línea se quedó en silencio por varios segundos.

—¿Tienes un hijo?

—La pregunta debo acertela yo a tí, Alen. ¿Tienes un hijo?




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