Alessandro.
—Alessandro, hijo.
Miré a través del espejo y me sorprendí al ver a Antoni.
—Antoni.
El hombre me miro de arriba hacia abajo y sonrió.
—Te vez bien muchacho, deja de mirarte en el espejo porque te vas a gastar.
¿De cuándo a donde alguien se gasta por mirarse en el espejo…? Bueno. Cosas de Antoni.
—Por más que intente evitarlo, no puedo evitar pensar en que todo puede salirse de control y ser una verdadera mierda.
—Por lo que vi está tarde en el patio, todo está bajo control y sin hedor a mierda, Alessandro. Deja las dudas porque Jenna te quiere, estoy cien por ciento seguro de qué si Jenna no te quisiera no estarías tan campante y con las piernas listas para correr hacia ella.
Ante esas palabras negué.
—Bueno por lo menos me asegure de que ella es mi mujer, la dueña del paraíso y de mis pensamientos.
—Así que ella…
Tanto Antoni como yo, centramos nuestra atención en la recién llegada.
Qué para mi mala suerte se trataba de la nieta de Antoni, la misma con la que estuve a punto de perder el control hace tres años atrás en el lago.
—¿Qué haces aquí, Elaris? Sabes bien que tienes prohibido entrar a la habitación de Alessandro.
—Eso no fue lo que él dijo cuándo…
Tres años después me da gusto saber que no cometí la locura de compartir mis fluidos con ella.
—¡Silencio…! Te dije que dejes de acosarlo, Elaris.
—Abuelo… -la voz de ella para este punto se quebró.
—Si haces algo contra Alessandro o contra Jenna te juro por lo más sagrado que tengo que dejas de ser mi nieta.
—Antoni. -espeté.
—No, Alessandro. Si Elaris hace algo yo misma la destierro porque esa no es la enseñanza que le di. Más que su abuelo soy un padre para ella, porque yo la crie cuando ellos se marcharon.
—Merezco más que ser la hija de un capataz, merezco ser alguien importante…
Oh…
Giré mi cabeza hacia Antoni y pude distinguir dolor en su rostro.
—Estoy cansada de ser una campesina, cansada de ser la nieta de un don nadie.
Antoni miro con seriedad a Elaris, para después trazar una línea divisora entre los dos.
—Si te da pesar ser una campesina, porque no te largas de una vez por todas, si te da vergüenza ser mi nieta, porque no haces lo mismo que tu madre hizo y te largas de una vez por todas.
Elaris miro a su abuelo sin poder creer lo que escuchaba.
—Tu abuela y yo pusimos todo nuestro empeño en criarte sin que te faltará nada, te dimos todo nuestro amor y ¿Así nos agradeces…? -Antoni, hizo una mueca de desagrado. —Por mi te puedes largar en este mismo instante… total ya cumplí con criarte. Has lo que quieras.
Tras esas palabras Antoni empezó a caminar hacia la puerta. Pero cuando estaba a medio camino se detuvo.
—De lo que tienes que olvidarte es de practicar lo que haces porque nada de lo que hagas prosperará.
Enarque una ceja, porque para este punto no entendía ni papa de lo que le dijo Antoni a Elaris.
—Tú…
—Puedo ser un viejo, pero lo inteligente nadie me lo quita, Elaris.
Tras esas palabras Antoni continuó su trayecto hacia la puerta.
Cuando ella y yo nos encontramos a solas en la habitación, pasé de ella y tras darme una última mirada en el espejo empecé a caminar hacia la puerta. Pero antes de salir, Elaris me impidió el paso.
—Quédate.
—No. Te recomiendo que te alejes de nosotros porque no tengo ojos para otra mujer que no sea Jenna. Lamento si te di falsas esperanzas, pero llego la hora de que desistas de intentar cruzarte en mi camino Elaris.
Los iris de ella se cristalizaron.
—Debiste ser para mí Alessandro, ese día esa maldita no debió aparecer.
—Pero lo hizo, y ahora soy su esposo. Ella es la dueña del paraíso, mi paraíso.
Sin esperar respuesta de parte de ella, salí de la habitación y empecé a caminar con rapidez.
Jenna es mi felicidad, y nada ni nadie podrá separarnos.
Nunca me había sentido tan nervioso como ahora.
—Tranquilo, Alessandro. Todo saldrá bien. -me dije a mi mismo para alentarme un poco.
Cuando la puerta se abrió los nervios que había sentido se disiparon, porque Jenna estaba al frente de mí.
—Alessandro.
—Jenna.
—Hey, ¡Estamos aquí…!
Rodé mis ojos.
—¿Listo? -pregunto mientras sonreía.
—Nací listo, salvo que mi madre me dejó a cuidado de Ángel y Agapios y ellos me robaron parte de mi valentía. Pero nada, quien tenga miedo a morir que no nazca.