La profecía del amor.

Capítulo 6.

Ángel.

Tengo un reto, y es enamorar a mi dulce tormento.

—Ángel…

—¿Sí?

Eara hizo contacto visual conmigo y pude distinguir sus mejillas levemente sonrojadas.

—¿Sucede algo?

—Tengo nervios.

—No pasará nada, Eara. Todo saldrá viento en popa, tal y como lo practicaste en los ensayos.

Ella negó.

—¿Recuerdas el chico del que te hablé?

—Sí. ¿Qué pasa con él?

—Está empeñado en conquistarme y al estar a su lado siento como si el tiempo se detuviera… por ello tengo miedo de fallar en mis líneas o perder la conciencia.

—¿En qué puedo ayudarte?

Ante esa pregunta las mejillas de Eara volvieron a encenderse.

—Se que estás enamorado de una chica, pero es que la única forma que tengo para relajarme es besándote. Besarte me hace olvidar el mundo.

¿Qué? ¿Por qué hasta ahora es que me vengo a enterar de ese tremendo dato?

—Eara.

—Si no puedes está bien. Buscaré otra forma de quitarme los nervios.

Si ella piensa que la dejaré marchar así por así, está muy equivocada.

—Eara.

—¿Sí?

—Siempre estaré dispuesto a ayudarte.

—Pero ¿Y tu novia?

¡Qué novia y que ocho cuartos…! La única mujer que quiero en mi vida tiene nombre y apellidos, y esa eres tú, nada más que tú. Quise agregar, pero opté por callar y mantener en silencio mi amor por ella. Porque no es el momento de ventilar a los cuatro vientos que la quiero con todo el corazón, y que mi corazón siempre será de ella. De mi dulce tormento.

Obvié la pregunta y me acerqué a ella.

—Siempre estaré para ayudarte en todo lo que necesites, Eara. Porque por algo soy tu ángel.

—Ángel…

—¿Sí…?

—Bésame.

—Tus peticiones son órdenes para mí, tormento.

Después de decir esas palabras, la acorrale contra la pared. Y no dude en oler su piel.

—¿Es el perfume que te di?

—Sí. No puedo dejar de usarlo.

Excelente… y por ese chiste de Alessandro yo seré el más afectado de todos porque ese dichoso perfume contiene feromonas, algo que potencializa mi deseo por ella.

Ahora sí que estoy muerto y enterrado.

—No lo uses para salir a la calle.

—¿Por qué? -pregunto con voz cantarina.

—Porque solo yo puedo disfrutar de él. -inquirí antes de rosar mis labios con los de ella. —Te lo regale exclusivamente para que lo uses conmigo, Eara.

Los ojos de mi dulce niña se dilataron.

—Esa posesividad no es buena, Ángel.

—Touché, Eara. Porque según tú, eres mi amiga la toxica. Así que yo también puedo ser tu amigo el tóxico.

—¿De quién has aprendido a sacar las garras?

—De cierta niña, con aires de actriz, que resulta ser mi mejor amiga.

—Yo no soy así.

—Mejor dirás que no dejas de ser así.

Eara negó.

—¿Me vas a besar o tengo que ir a buscar otra solución para mi problema?

—Te voy a besar, como nunca nadie lo ha hecho, Eara.

—¿Un beso nuevo? -pregunto.

—Sí.

—¿Mejor que el beso francés?

—Mucho mejor, Eara.

Tras esas palabras Eara clavo sus ojos en mis labios. Y poco después se relamió los de ella.

—Entonces, bésame. Bésame, Ángel.

—Eso es una orden, Eara.

Coloque mis labios sobre los de ella y en primera instancia le hice creer que sería un beso suave, sin nada de rudeza. Eara correspondió a mi beso con intensidad, pero nada fuera de lo común.

La apreté contra la pared e hice que rodeara mi cintura con sus piernas.

Ante eso Eara gimió, y eso fue como si escuchará música.

Mi dulce tormento disfruta tanto como yo, de esta locura a la que llamamos besos.

Esto no es de amigos.
Nunca será de amigos.

Volví el beso más intenso a tal punto de que Eara volviera a jadear.

Con esto debería quedarle más que claro que no quiero una simple amistad con ella.

Eara debería deducir que este beso no era de parte de un amigo con el que comparte besos inocentes… este beso venía de parte un hombre, un hombre que desea acariciarla, besarla y hacerla feliz por el resto de su vida hasta que la muerte nos separara.

En medio del feroz beso, mordí su labio inferior.

Ella es la más dulce de mi tentación, mi perfecto tormento. La mujer que amo con todo el corazón.




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