La profecía del amor.

Capítulo 7.

Ángel.

—Si la intención era deslumbrarme. Déjame decirte que lo has hecho en su totalidad, Salvatore.

—Cuando se conquista a una mujer, se tiene que dejar el corazón en cada detalle, Eara. Porque solo así se llega al corazón de la dama. -el dulce tormento sonrió.

—Eres todo un galán. -espetó. —De seguro has dejado tu corazón en el corazón de muchas damas.

¿Dejarles mi corazón a muchas damas? No que va.

Si ella se entera que ella es la primera y seguramente la única mujer a la que le hare este tipo de cosas de va para atrás.

—No cualquier dama obtiene mi atención.

—Ah, ¿sí?

—No soy de los hombres que va por el mundo endulzado cada oído que este a mi alcance. Más bien, soy de los que desea guardarse para una sola mujer. Para ti.

Ante esas palabras las mejillas de Eara enrojecieron.

—Tienes principios, me gusta.

Tomé mi copa de vino y le di un pecho sorbo.

—Cuéntame más de ti.

—¿Qué deseas saber?

—Familia.

—Mi familia es un verdadero caso, por una parte, esta mi padre. Quién es el típico padre protector, que cree que su nenita es todavía una bebé. -después de decir esas palabras Eara suspiro. —Después de millones de kilómetros está mi madre, ella no es igual a papá, nuestra estrella es la mejor madre que puede existir, quitándole un poco su carácter fuerte. Y para concluir, con la descripción de mi familia, tengo dos hermanos que se proyectan como peores que mi padre en tema de sobre protección. ¿Cómo es tu familia?

—Soy adoptado, pero he fe decir que tengo los mejores padres que me hubiese podido tocar. Ellos son mi motor para seguir a delante, especialmente mi madre, por ella arribe en el mar, porque deseo cumplirle su sueño más grande.

Eara asintió.

—¿Sé puede saber cuál es ese sueño?

—Mama desea que me case y tenga muchos niños.

Las mejillas del tormento volvieron a colocarse rojas.

—Oh, bueno. La doña quiere nietos. -Eara se veía claramente incómoda. —¿Tienes hermanos?

—Sí, tres.

—Por lo menos tu madre puede presionarlos a ellos también.

—Mamá no va a descansar hasta que nos vea casados, con hijos y viendo la vida a la grande.

—Tu madre trae a recuerdo a una tía mía. Deberíamos presentarlas para ver si congenian y se hacen amigas.

¿Qué pasaría si ella supiera que de trata de la misma mujer?

De seguro me arranca la cabeza.

Eara se llevó su boca de vino a los labios y le dio un pecho sorbo.

Aproveche eso para sacar un estuche, el cual contenía una pulsera.

Existe la posibilidad de que ella la rechace, pero, aun así, deseo que ella la tenga.

—Eara.

—Sí.

—Tengo algo para ti.

—No necesito nada, Ángel.

—Insisto en que la tengas. -coloque el estuche al frente de ella. —Hace algunas semanas persiste una pulsera igual que esta.

—No tenías por qué hacerlo.

—Quise hacerlo, Eara.

Mi dulce abrió el estuche y sus ojos se cristalizaron al momento.

—Esa pulsera que perdí, eta muy importante para mí.

—¿Por qué?

—Porque me la regalo alguien que quiero con todo mi corazón. Mi Ángel.

¿Me quiere con todo el corazón? Oh, Dios. Voy a desfallecer.

—Ese Ángel es muy importante para ti.

—Sí. Él es mi mejor amigo, mi compañero de aventuras, el hombre que más quiero en este mundo, claramente después de mi padre y los dos locos de mis hermanos.

Estoy como Belinda, ganado como siempre. Porque si no gano como como amigo, gano como compañero de aventuras o como hombre. Pero de que gano, gano.

—¿Te gusta? -me atreví a preguntar.

—¿Quién?

—Ese Ángel del que hablas.

—¿Cómo podría gustarme mi mejor amigo?

Esa pregunta me dolió, no lo voy a negar.

—¿Lo consideras solo tu amigo? -ella asintió. —Si el algún día te dice que siente algo por ti, ¿Qué harías?

—Ángel nunca me diría que siente algo por mí, porque soy como su hermana.

Sí, como no.

—Si estas tan confiada de que eso nunca pasará. Cambiemos de tema... -esas palabras fueron interrumpidas por una canción, la cual Eara y yo conocíamos a la perfección.

Nuestra canción.

Los ojos de Eara se abrieron como platos.

—¿Te gusta esa canción?

—Es mi canción favorita.

—También es mi favorita. -agregue y poco después me coloque sobre mis pies. —¿Bailamos?




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