Terminé de desabrochar las correas que inmovilizaban mis tobillos y salté de la cama. Fui a unos armarios empotrados en la pared y los abrí: nada. Abrí todos los cajones: todo estaba vacío.
—¿Tiene alguna idea de dónde pusieron mi ropa?— le pregunté a Strabons.
Él negó con la cabeza.
—Puedes usar la mía, puedo pedirle a Nora que me traiga más de casa.
Miré a Strabons de arriba a abajo. Su cuerpo era muy delgado y bastante más bajo que el mío. Él se miró también y se dio cuenta de lo que yo estaba pensando.
—No somos de la misma talla, pero es mejor que esa bata de hospital.
Asentí.
—Gracias.
Strabons inclinó la cabeza hacia un armario que estaba del otro lado de la sala. Fui hasta él y saqué un pantalón, camisa, saco y zapatos, y comencé a vestirme.
—¿Adónde irás?— me preguntó Strabons.
Me detuve en seco, con la pierna a medio poner en el pantalón. No lo había pensado. Estaba tan desesperado por salir de ese lugar, por volver al Círculo... Solo había pensado en huir, pero no hacia dónde.
—No lo sé— admití—. Pero debo encontrar un portal para volver. ¿Puede decirme dónde buscarlo? ¿Qué hacer?
—Puedo orientarte, pero el acceso a los portales es complicado, no creo que pueda explicártelo en cinco minutos. Y además necesito mis mapas, mis notas…
—¿Dónde están sus cosas?
—En mi casa. Escucha, ve a mi casa y espérame ahí. Yo no puedo salir del hospital ahora, pero regresaré en unos días, después de la operación.
—¿De qué tienen que operarlo?
—Es el corazón… No te preocupes, solo ve y escóndete ahí. No uses el nombre Lug bajo ninguna circunstancia.
—No, pensaba usar mi antiguo nombre, Miguel Cosantor.
—¡No! Tampoco uses ese nombre, él te descubrirá.
—¿Él? ¿Quién? ¿El décimo Antiguo?
—No, El de los Mil Rostros. Está buscándote para matarte, lo dice el libro.
—No, eso también ya pasó— dije para tranquilizarlo—. Su nombre es Hermes, y ya estuvo tratando de cazarme y matarme, pero no lo logró.
—Pero el libro dice: El de los Mil Rostros irá tras el Marcado para vengar la muerte de su amigo.
El corazón se me detuvo por un momento. Aquella profecía no se había cumplido.
—Hermes está en el Círculo, no puede encontrarme aquí— le dije, restando importancia al asunto—. Tal vez debería cuidarme más del décimo Antiguo. ¿Sabe algo de él?
Strabons negó con la cabeza.
—No, lo siento. Solo sé lo que ya te dije: se cree que él es el responsable de haber traído la copia del libro a este mundo, y uno de los fragmentos dice que te contactará y te guiará hacia la Luz. Eso es bueno, ¿no?
—Supongo. ¿Alguna idea de cómo me contactará?
—No, lo siento.
El pantalón me quedaba ridículamente corto, pero no dije nada y me aboqué a ponerme la camisa.
—¡Mi espada!— recordé en voz alta de pronto—. ¿Sabe lo que hicieron con mi espada?