Observé el frente de la casa por un momento. Aquella no era la casa blanca y modesta de Strabons que yo había conocido, la casa con la cúpula de vitrales. Aquel era un caserón enorme de dos plantas con numerosas habitaciones y una enorme cochera. En el frente, había un hermoso y amplio jardín con ligustros recortados formando figuras geométricas, y macizos con coloridas flores. Respiré hondo y me dirigí a la puerta principal por una vereda con baldosas anaranjadas. Toqué el timbre, y después de un momento, escuché las llaves abriendo la pesada puerta de madera de dos hojas. La puerta se abrió, y una mujer de unos cuarenta años apareció ante mí: Nora. La recordaba de cuando había traído el té en mi encuentro con Strabons en la casa de la cúpula de vitrales. Parecía bastante más joven.
—Hola— dije con mi mejor sonrisa.
—¿Qué desea?— preguntó ella, desconfiada.
No pareció reconocerme.
—Soy…—. Pensé en presentarme con el nombre de Strabons, pero luego cambié de idea—. El doctor Strabons me envió. Dijo que llamaría por teléfono para avisar de mi llegada.
—¿Usted es el nieto?— preguntó ella con un gesto de disgusto.
—Sí.
Nora me miró de pies a cabeza con el ceño fruncido. Dio vuelta la cabeza hacia el interior de la casa y llamó por encima del hombro:
—¡Mercuccio!
Unos momentos después, un hombre de unos treinta años, con un uniforme negro, apareció junto a ella. Me pareció que era el chofer de la señora Cerbara, la mujer que me había sacado del complejo de los hermanos del Divino Orden, pero no estaba seguro. Se veía diferente, más joven, y el corte de pelo era distinto. Tal vez me fallaba la memoria, después de todo, solo lo había visto brevemente cuando lo conocí.
El hombre me estudió por un largo momento.
—¿Es esa la ropa del doctor?— preguntó suspicaz.
—Sí… eh… tuve un percance y el doctor me prestó su ropa— intenté explicar.
—Este es peor que los otros— le dijo Mercuccio a Nora. Ella asintió con la cabeza.
—¿Hay algún problema?— pregunté.
—¿Le quitó hasta la ropa?— me acusó Mercuccio.
—Yo no le...— comencé, pero Nora me cortó en seco:
—Escuche, no sé qué historia le contó al doctor, pero no piense que puede aparecerse así como así a reclamar una herencia que usted imagina que le pertenece.
—¿Herencia? No me interesa ninguna herencia, yo...— intenté, pero Nora me volvió a interrumpir furiosa:
—Sí, claro. ¿Cree que usted es el primer “nieto” que se aparece a reclamar las pertenencias del doctor? El doctor todavía no está muerto, y no dejaré que un buitre como usted venga a apropiarse de lo que no le pertenece.
—Señora, escuche...
—Y además...
—¡Señora!— le grité—. Conocí al doctor Strabons en el hospital. Fue él el que me sugirió decir que era su nieto. Inclusive me dijo que usara su nombre para presentarme. Lo cierto es que no soy su nieto y tampoco me interesan sus pertenencias. Pero sí necesito su ayuda. El doctor tiene cierta información que necesito. Lo necesito a él, no a sus cosas. Él me ofreció quedarme en su casa hasta que regresara del hospital, pero veo que no soy bienvenido, así que por favor dígale que volveré en unos días cuando él vuelva del hospital— dije, y di media vuelta para irme. Mientras caminaba de espaldas a ellos, agregué: —Por cierto, el doctor necesita que le envíen ropa.