Mercuccio vino a buscarme para la cena, y me condujo a un comedor amplio y elegante. Nora había dispuesto la mesa con gran esmero, como si fuera un restaurante fino. Me llamó la atención que solo había cubiertos para una sola persona.
—¿Se supone que he de cenar solo?— pregunté.
Mercuccio se encogió de hombros:
—El doctor siempre cena solo, no le gustan las distracciones. Siempre tiene mucho en qué pensar.
—Mercuccio, estoy solo y perdido en este mundo, realmente me agradaría la compañía de ustedes.
—Solo somos sirvientes, no creo que nuestra conversación esté a su altura.
—Aún si eso fuera cierto, no me importa en lo más mínimo. Por favor, dile a Nora que ponga otros dos platos, y cenen conmigo.
Nora entró por la puerta con una bandeja.
—Quiere que cenemos con él— le dijo Mercuccio.
Ella paseó la mirada sorprendida entre él y yo.
—Definitivamente, éste es más raro que los otros— dijo, apoyando la bandeja sobre la mesa.
Finalmente, nos sentamos los tres a la mesa. Nora había preparado pasta con una exquisita salsa. Nunca había comido algo tan delicioso y se lo dije. Ella enrojeció un poco ante el cumplido, pero sonrió complacida.
—Mañana a la mañana lo acompañaré a comprarse ropa— anunció Nora, alcanzándome el queso rallado.
—Mañana tengo otras cosas que hacer— dije. Había planeado ir a buscar la casa blanca de Strabons, la de cúpula de vitrales. Una vez que tuviera el punto geográfico exacto, me aseguraría de tener acceso en el punto temporal adecuado. Recordaba vagamente en qué parte de la ciudad estaba. Pensaba que si tomaba el campus universitario como punto de partida, recordaría el recorrido que había hecho la primera vez y encontraría el lugar sin problemas.
—No hay problema, podemos ir por la tarde.
—Nora— comencé—, no tengo dinero para comprar ropa y además, no necesito mucha ropa. Estas prendas de Mercuccio me quedan bastante bien. Es decir, si Mercuccio es tan amable de seguir prestándomelas por un tiempo.
—¡Quédeselas! No hay problema— exclamó Mercuccio, complacido.
—Necesita ropa— insistió Nora.
—El doctor Strabons ha sido lo suficientemente amable como para hospedarme en su casa y darme de comer. No puedo abusar de su hospitalidad y pretender que pague mi ropa.
—El doctor me habló desde el hospital esta tarde y me dio órdenes de que le proveyera con todo lo necesario. Necesita ropa. No puede andar todo el día con la ropa de Mercuccio.
—¿Cómo está Strabons?— pregunté, desviando el tema de conversación.
—Más entusiasmado que nunca. No ve la hora de volver a casa y hablar con usted.
—Yo también necesito hablar con él. Quiero contarle de algunas ideas que me han surgido.
—El doctor no puede recibir visitas ni llamadas.
—¿Por qué?— quise saber.
—Sus doctores dicen que no debe alterarse.