Mercuccio volvió en el auto hacia el mediodía del tercer día. El misterioso cazador no se había acercado más al campamento. La única compañía que había tenido había sido la de los pájaros y los insectos.
—¿Todo está bien? ¿Nora está bien?— pregunté con urgencia ni bien abrió la puerta del auto.
—Buenos días para usted también— contestó él, bajando del auto—. Tranquilo, todo está bien. Nora está a salvo.
—¿Encontraste un buen lugar donde esconderla?
—Ella dice que es el mejor lugar del mundo.
—¿Dónde?
—En su propia casa.
—¡¿Qué?! ¿Estás loco? Ese es el primer lugar donde cualquiera buscaría— le grité, agarrándolo de la camisa.
—Fue idea de ella. Hay algo de Nora que debería saber: cuando se le mete una idea en la cabeza, nadie, ni siquiera Strabons puede sacársela.
—Es una pésima idea. Debes ir ya mismo y sacarla de ahí.
—Escuche, a mí también me pareció un mal plan al principio, pero creo que puede funcionar.
—La conexión es muy obvia, no va a funcionar— lo contradije.
—Nora ha vivido en la casa de Strabons por diez años. Su casa ha estado cerrada todo ese tiempo. Strabons nunca ha ido allí. Bueno, excepto hace diez años cuando conoció a Nora, pero luego nunca más tuvo contacto con el lugar, y Nora tampoco.
—Eso no importa, si la casa está registrada a su nombre...
—La casa no está registrada a su nombre sino a nombre de su esposo muerto.
—Pero...
—Es perfecto. No hay conexión alguna, ni en papeles ni físicamente.
Suspiré y solté la camisa de Mercuccio.
—¿Cómo va todo lo demás? ¿Qué pasó con la policía?
—El asesinato fue lo bastante espectacular como para llegar a los medios. Están haciendo un circo de todo. Han aventurado las teorías más locas imaginables.
—Supongo que se sorprenderían si supieran que la verdad supera a las más locas de sus teorías— murmuré—. No han hablado ustedes con la prensa, ¿no? Sus rostros no pueden hacerse públicos, sería un suicidio.
—La policía está protegiendo nuestra identidad.
—Pero los periodistas son muy insidiosos, podrían haber estado vigilando la casa, podrían haberte seguido...
—Tomé todas las precauciones necesarias, no se preocupe. Usted me parece tan paranoico como lo era el doctor. Pero bueno, a juzgar por cómo terminó su vida, tal vez no era tan paranoico después de todo.
—La brutal muerte de Strabons desató una cascada de eventos que no podemos frenar. Hay un asesino suelto buscándome y no es imaginario. Todos los que hayan tenido contacto conmigo están en peligro mortal.
—Lo sé— dijo Mercuccio con el rostro ensombrecido.
—Lamento haberles arruinado la vida— me disculpé.