—¡Qué está haciendo!— me gritó Nora, azorada.
Apoyé la guadaña un momento en el suelo y me sequé la transpiración de la frente con la manga de la camisa. Me había levantado temprano y había decidido arreglar el aspecto de aquel patio invadido por la maleza. Había encontrado instrumentos de jardinería en una pequeña casilla que se alzaba en el ángulo entre la pared exterior de la cocina y un alto tapial que daba a la casa vecina.
—¿Qué parece que estoy haciendo? Estoy cortando el césped— dije—. Cuando termine de limpiar esto, traeré flores, y algunos árboles y arbustos. Quiero que este lugar sea un pequeño parque, como debió ser originalmente. Estaba pensando en colocar una fuente de agua en aquel rincón, creo que se vería bien.
—¡Deje esa cosa de inmediato! ¡Podría lastimarse!— me gritó ella, avanzando por la vereda de lajas de piedra hacia mí.
—Nora, no te preocupes. Sé lo que estoy haciendo. Fui ayudante de jardinero por un tiempo.
—Sí, claro, y yo fui la reina de Inglaterra por un tiempo— respondió ella sarcástica—. Deje eso antes de que se haga daño. ¿Dónde está Mercuccio? Es él el que debería estar haciendo esto, no usted.
—Mercuccio está ocupado ayudando al carpintero con los anaqueles para los libros— respondí—. Entre ese trabajo y éste, prefiero mil veces éste.
—Usted no tiene que trabajar ni en esto, ni con el carpintero. Nosotros trabajamos para usted, ¿recuerda?
—Nora, si no quieres que me vuelva cascarrabias como Strabons, debes dejarme gastar un poco de energía. Además, prometí compensarte por el maltrato de ayer. Me propongo hacer de este patio un lugar que los tres podamos disfrutar. Soy bueno para esto y tengo un poco de experiencia en jardinería, créeme. Lo que sí, no me pidas que corte leña, no soy bueno para eso.
Nora resopló enojada, con los puños apretados en frustración, pero no dijo nada. Dio media vuelta y se metió otra vez a la cocina, murmurando por lo bajo. Sabía que en el fondo, Nora estaba complacida con mi actitud. Sonreí para mis adentros y seguí con mi trabajo.
Después de unos minutos, Nora reapareció con una bandeja con una jarra y un vaso. Sirvió un poco de limonada fría en el vaso y me lo ofreció.
—¿Ofrenda de paz?— pregunté con una sonrisa, tomando el vaso.
—Mi esposo siempre mantuvo este lugar impecable. Amaba este jardín. Gracias por hacer que sea un lugar hermoso otra vez.
—Un placer— respondí, devolviendo el vaso a la bandeja.
Tomé otra vez la guadaña y seguí segando el césped. Nora apoyó la bandeja sobre una silla, para que me sirviera cuando quisiera, y se metió adentro otra vez, con una sonrisa complacida en el rostro.
Después de varias horas de trabajo, guardé la guadaña, decidí dejar y seguir al día siguiente. Extenuado, observé satisfecho el trabajo que había hecho. Me dolían los brazos, pero se sentía bien haber hecho aquel esfuerzo físico.
Me di un baño y fui a ver cómo iban las cosas en la biblioteca. El carpintero ya se había retirado. Volvería por la tarde. Cuando entré, Mercuccio estaba observando el trabajo. Una de las paredes estaba cubierta completamente hasta el techo con estantes de madera lustrada oscura. Mercuccio volvió la mirada hacia mí al escucharme entrar en la habitación.
—¡Ah! ¡Ahí está! Vivo y entero por lo que veo— dijo.
Fruncí el entrecejo sin comprender el comentario.