—¿Cómo me seguiste hasta este mundo?— pregunté casi en un gemido. Había comenzado a sufrir espasmos en los músculos de las piernas y los brazos. Apreté los dientes para ayudar a soportar el dolor. La respiración era cada vez más laboriosa. Luchaba por mantener la conciencia.
Aquella pregunta pareció oscurecer su buen humor. Me miró con odio desbordado.
—Llegué tarde. Vi el cuerpo de Bress en el suelo. Tardé unos momentos en ver su cabeza unos metros más allá. Vi el abismo del portal abierto a mis pies. Vi tu espada manchada con su sangre al borde del abismo. Myrddin estaba allí. Lloraba desesperado. Le pregunté dónde estabas y me señaló el portal. Por lo horrorizado de su rostro, pienso que el idiota creyó que estabas muerto. Pero yo sabía que no era así. No podía dejar que escaparas después de matar así a mi mejor amigo, así que me arrojé tras de ti al abismo, en busca de justicia.
—Cometiste el mismo error que Ailill. Lo abandonaste todo, tu vida eterna, el uso de tu habilidad, solo por venir a matarme. Tu odio fue tan fuerte que no te permitió razonar— le dije casi sin fuerzas ya para hablar.
—Lo que me trajo aquí no fue el odio, fue la búsqueda de justicia.
Tosí al ahogarme con mi propia saliva. Me costaba tragar. Cada sacudida de la tos me hacía sentir un dolor punzante casi insoportable en el pecho. Me esforzaba por respirar.
No tenía energía suficiente para discutir la idea de justicia de Hermes. Era inútil. Además, me interesaba más averiguar qué sabía Hermes del portal.
—¿Cómo me encontraste?— logré preguntar con un gran esfuerzo.
—Cuando desperté en este mundo, me encontré acostado en una fría mesa de metal. Al levantarme, vi que estaba desnudo. Había otras mesas en la sala, todas contenían cadáveres. Mientras trataba de comprender dónde estaba, entró un hombre a la sala. Al verme dio un grito y cayó desmayado. Le quité la ropa y me la puse. Al salir de la sala, caminé por unos pasillos hasta que encontré un lugar lleno de gente. Todos tenían ropas extrañas y caminaban apresurados de un lugar a otro. Nadie me prestó atención. Vi una gran pizarra con nombres escritos. Pregunté qué significaban esos nombres a una mujer que pasaba con una bandeja, y me dijo que eran pacientes que habían llegado durante las últimas veinticuatro horas. Pensé que tú habrías terminado también en este lugar, así que busqué tu nombre, pero no lo encontré. Luego recordé que en este mundo no te conocían como Lug. Volví a revisar, pero el nombre Miguel Cosantor tampoco aparecía.
Salí del edificio, y me encontré con un mundo horrible e incomprensible. Vagué por las calles extrañas, buscándote por horas y horas. Pasé toda la noche buscando. Hacia el amanecer, trepé a lo alto de un edificio por una escalera exterior para poder tener una mejor vista. Cuando vi la enormidad de la ciudad, comprendí que no sería nada fácil encontrarte.
Volví al edificio donde había despertado en busca de más pistas. Un nombre llamó mi atención en la pizarra: Strabons. Recordé que habías dicho qué él había sido el que te había enviado al Círculo. Supe que tenía que matarlo antes de que lo contactaras para que te ayudara a volver. No dejaría que te escaparas dejándome varado aquí. Te dejé un mensaje con su sangre para cuando lo encontraras.
—Mataste a la única persona que hubiera podido ayudarte a volver. Eso no fue muy inteligente— gemí casi sin aire.
—Eso no importa, porque tú sabes cómo volver y me lo dirás.
—Lo lamento, pero no tengo idea de cómo volver.
Hermes rió con una risa siniestra que me heló la sangre.
—Sí lo sabes, y será un placer torturarte hasta que me lo digas. ¿Sabes cómo sé que lo sabes? Porque tienes sus libros, sus cosas.
—¿Qué?
—Durante mucho tiempo te busqué. Cada mañana de cada día, salía a recorrer las calles, buscándote. Pensé que era solo cuestión de tiempo hasta que te encontrara. Pero tú tenías una ventaja, tú conocías este mundo, entendías cómo manejarte en él y supiste ocultarte. Me tomó mucho tiempo adaptarme a este mundo, comprender cómo funcionaba, pero un día aprendí algo muy interesante sobre esta sociedad: les gusta tener todo registrado. Nombres de personas, profesiones, lugares donde viven, lugares que les pertenecen. Tu nombre no aparecía en ninguno de esos registros, pero sí aparecía el de un nieto del viejo Strabons. Deduje que como el viejo estaba muerto, tratarías de contactar al nieto. Imagina mi sorpresa cuando descubrí que el presunto nieto eras tú. Encontré la casa y vi que habías vaciado la biblioteca. Me di cuenta de que la casa había estado deshabitada por mucho tiempo, era obvio que te ocultabas en otro lado. Investigué de qué otros lugares era dueño Strabons y encontré este bosque. Este es el único lugar de este mundo donde me he sentido a gusto. Imaginé que tarde o temprano vendrías aquí.