Toda la calma que había logrado se disolvió en un torbellino de furia.
—¿Qué...?
La muchacha había abierto el cajón bajo la mesa, el que tenía el mapa medieval, y lo observaba interesada.
—Su mapa mundi es increíble— comentó antes de que yo pudiera articular palabra—. Nunca había visto una copia tan bien hecha, parece real.
Quería gritarle que cerrara ese cajón de inmediato y que saliera de la casa. Quería tomarla de un brazo y arrastrarla hasta la calle, gritándole que no tenía derecho a andar espiando las pertenencias de otros. Quería...
—¿Copia? ¿Por qué dices que es una copia?— dije en cambio.
—Tiene que serlo— dijo ella, encogiéndose de hombros—. El original está en Hereford.
—¿Has visto este mapa antes?— le pregunté, sorprendido.
—Claro, es el mapa mundi de Hereford, uno de los mapas medievales más antiguos y más conocidos. Data del 1300.
Me quedé mirándola con la boca abierta. Las palabras habían huido de mi cerebro.
—¿Qué representa?— pregunté después de un largo silencio.
—Es una visión cristiana medieval del mundo. Básicamente están Europa, Asia y parte de África. Pero es más que un mapa geográfico. Intenta describir la historia y la cosmovisión cristiana de la época, aunque hay algunos elementos mezclados de la mitología clásica.
Me acerqué a observar el mapa más de cerca.
—No distingo nada— dije, desanimado.
—Venga de este lado— me hizo seña con la mano para que me parara al costado del mapa junto con ella—. No puede distinguir nada porque lo está mirando al revés.
—¿Al revés?
—Sí, normalmente, la parte superior de un mapa señala el norte, pero este es un mapa cristiano. Para ellos, el punto más importante es el este, así que la parte superior de este mapa indica el este. Mire aquí, si lo mira de este lado, ¿qué le parece que es esto?
Con su explicación, los continentes y los mares comenzaron a tomar forma ante mis ojos.
—Parece el mar Mediterráneo— aventuré.
—Exacto. Vea aquí, esto es Italia y esto es Sicilia. ¿Ve este círculo aquí en el centro del mapa con la cruz?
—¿Qué es?
—Jerusalén, el centro del mundo cristiano.
—Increíble. ¿Sabes lo que significan todas estas leyendas?
—No, no conozco este idioma.
—¿Qué hay de estos dibujos?
—Son seres fantásticos imaginarios. Cuanto más lejos de Jerusalén, el centro del mundo, más grotescas se vuelven las criaturas. Y aquí...— detuvo su explicación, pensativa—. Qué extraño...
—¿Qué?— la animé a continuar.
—Este jinete en su caballo... Se supone que abandona el mundo y mira hacia atrás una última vez, como despidiéndose.
El jinete al que ella se refería estaba fuera del gran círculo que constituía el mapa, y se lo veía exactamente como ella lo había descripto: abandonando el mundo y echando una última mirada hacia atrás.
—¿Qué es lo extraño?
—En el mapa original, el jinete está en la parte inferior derecha del mapa, pero aquí aparece en la parte inferior izquierda. Es extraño que alguien que se tomó tanto trabajo para hacer esta copia se haya equivocado con algo tan obvio.
—¿Estás segura de que en el original el jinete está del lado derecho?
—Sí. ¿Tiene una lupa?— preguntó de pronto.
Corrí unos libros amontonados sobre la mesa y encontré mi lupa. Se la alcancé. Ella la acercó a la imagen del jinete.
—¿Qué ves?— le pregunté ansioso.
Ella estudió el dibujo un momento más en silencio.
—No recuerdo bien los detalles de la vestimenta del jinete pero... creo que es diferente a la del original.
Ella me dio la lupa, corrió unos libros de la mesa y apoyó su portafolio sobre ella. Sacó una computadora portátil y la abrió. Mientras ella esperaba que la computadora encendiera, acerqué la lupa al dibujo del jinete. Lo que vi me dejó sin respiración. El jinete vestía una túnica blanca con un cinturón que tenía unos símbolos. Conocía esos símbolos, eran los símbolos de mi nombre, eran los símbolos que formaban la palabra Lug.