Juliana había estado analizando las leyendas por días, tratando de ver si una traducción era posible. Aunque le había hecho comprar a Mercuccio un equipo completo con impresora, escáner y conexión a internet, ella siempre prefería traer su propia computadora. Decía sentirse más cómoda con ella. Aun así, cuando se trataba de analizar detalles de las imágenes, usaba la mía porque el monitor era mucho más grande.
Juliana suspiró con los codos apoyados a los lados del teclado de la computadora, la cabeza de abundante cabello negro y enrulado entre sus manos.
—¿No hay suerte?— pregunté.
Ella levantó la cabeza hacia mí.
—Tal vez yo no sea lo suficientemente buena para esto. Tal vez debería contratar a un lingüista.
—No voy a contratar a ningún lingüista— dije.
—He buscado en la red, pero este idioma no existe, nadie parece haber visto nunca estos símbolos. Y la comparación con el latín es difícil, solo he logrado dilucidar algunas palabras que se repiten en las distintas leyendas, pero la mayoría son solo conectores que no aportan mucho significado— me explicó frustrada, mostrándome un cuaderno de notas donde había escrito algunas palabras en el idioma desconocido, en latín y en español.
Tomé el cuaderno entre mis manos. Había algo familiar en una de las palabras.
—Esta traducción está mal— dije—. No es “ese” sino “el”.
—¿Está seguro?
—Sí— respondí.
Sí, estaba seguro, aquella palabra, aquellos símbolos eran los que comenzaban una frase que yo conocía muy bien. Una frase que había causado la separación entre Dana y yo. Una frase que había provocado una serie de eventos que me habían hecho romper mi promesa, dando lugar a la muerte de mi amada: El amor por la Mensajera arrojará al Elegido al abismo. Aquellos símbolos, aquella frase, estaban grabados a fuego en mi memoria. Las leyendas de la extraña copia del mapa mundi estaban en el lenguaje de Yarcon.
—¿Cómo lo sabe? ¿Conoce este lenguaje?
—Solo algunas palabras— admití.
—¿Qué idioma es?
—Es un idioma que no es de este mundo— respondí.
—¿Cómo que no es de este mundo? Lo que dice no tiene sentido. Las leyendas del mapa están en este mundo, por lo tanto el idioma debe ser de este mundo.
—No originalmente.
Juliana suspiró, frustrada.
—Si va a tenerme en la oscuridad con todo esto, no podré ayudarlo— protestó.
—No sabía que se trataba de este lenguaje hasta que vi esa palabra— expliqué—. El lenguaje no es de este mundo, por eso no puedes encontrar rastros de él. Es posible que nunca podamos traducirlo— agregué, desolado.
—La traducción es posible— aseguró ella—. Solo necesitamos un marco de referencia más amplio.
—¿A qué te refieres?
—Un texto más largo, algo que sea más fácil de comparar. No estoy realmente segura de que las leyendas en los dos mapas signifiquen lo mismo. Necesitamos un texto que sea exactamente equivalente en dos idiomas.
—Como la piedra Rosetta— dije, comprendiendo.
—Como la piedra Rosetta— asintió ella.
—No creo que sea posible conseguir ese texto.
—Tal vez no para nosotros, encerrados en esta habitación, pero alguien allá afuera puede saber algo. Abriré un foro y subiré una frase, tal vez tengamos suerte, y alguien haya visto un texto con los mismos símbolos.
—¿Qué es un foro?
—Un lugar virtual donde cualquier persona en todo el mundo puede expresar una opinión sobre un tema concreto de su interés.
—No quiero que...
—Strabons— me interrumpió ella—, si esto es tan importante para usted, debe dejarse ayudar.
—De acuerdo— suspiré—, pero sé discreta y no uses mi nombre— le advertí con un dedo en alto.
—No se preocupe, sé cómo moderar un foro.
—Toma un descanso— le dije—. Iré a decirle a Nora que nos prepare algo de té.
—Gracias, me vendría bien— respondió ella, poniéndose de pie y estirando los músculos de los brazos hacia arriba. Había estado horas sentada a la computadora.
Cuando volví a entrar en la biblioteca, Juliana me miró con el ceño fruncido y los labios apretados. Tenía una mano apoyada en la vitrina que contenía la espada.
—¿Qué es esto?— me preguntó enojada, señalando la espada.
—Una espada— contesté.
—Muy bien, esto se acabó— dijo terminante, metiendo la computadora en su portafolio—. Si no va a decirme de qué se trata todo esto, me voy.
—Juliana... por favor...— le rogué, apoyando suavemente una mano en su brazo.
—Esta es la espada, ¿no es así?— me espetó ella—. Esta es la espada del jinete del mapa, la espada del Cristo que no es Cristo.