Cuando Juliana me vio entrar a la biblioteca de la casa de Nora, se arrojó a mis brazos, llorando. Había estado seria y callada desde que habíamos llegado de Londres dos días atrás. Sabía que estaba preocupada por mí, por lo que pasaría si lograba encontrar la salida del mundo, pero esto debía ser algo más.
—¿Qué sucede?— le pregunté suavemente mientras ella enterraba la cabeza en mi pecho.
Sollozando, ella solo señaló la computadora. La pantalla mostraba una página de internet de noticias. La portada anunciaba que Inglaterra entera estaba conmocionada por el crimen de Hereford. El encargado de relaciones públicas de la catedral de Hereford, asiento de uno de los más importantes mapas medievales del mundo, había sido encontrado muerto. Había sido violentamente asesinado. Al parecer, lo habían ahogado en el agua de la pira bautismal, lo habían golpeado en la cabeza y lo habían colgado del cuello de una de las columnas de la nave central de la catedral. La policía estimaba que ya estaba muerto cuando lo colgaron.
Muerte triple.
—Oh, Juliana...— murmuré.
Ella aflojó el abrazo y se secó un poco las lágrimas.
—Esto es mi culpa— gimió.
—Juliana, no...
—Sí, yo le di su nombre, yo lo condené a muerte.
—No tenías forma de saber que Hermes llegaría hasta él— traté de consolarla, secando una lágrima de su mejilla con el pulgar.
—Cometí un error, y ese error le costó la vida a una persona inocente. Cuando me habló de Hermes... nunca entendí lo peligroso que era, hasta ahora... nunca pensé... Podríamos haber sido nosotros los colgados de esa columna.
—Juliana— le dije, tomando su rostro entre mis manos y mirándola directo a los ojos—, aun estás a tiempo de abandonar esta investigación. No te pediré que arriesgues tu vida por esto. Debes alejarte de mí mientras puedas, mientras Hermes no sepa de ti.
—Ya es tarde— musitó ella.
—¿De qué hablas?
—Si Hermes encontró a ese hombre interceptando un correo electrónico privado mío, ya sabe quién soy, y sabe que estoy con usted.
Me corrió un escalofrío por la espalda. Le solté el rostro, y me la quedé mirando sin palabras por un momento. Extendí una mano hacia atrás, hasta tocar el respaldo de una silla, y me dejé caer pesadamente en ella, ensimismado, con la mirada perdida, pensando. Yo también había cometido un error, el error de pensar que Juliana estaría a salvo. Yo la había condenado a muerte al dejarla trabajar como mi asistente. Había dejado morir a Dana y ahora había condenado a la inocente Juliana al mismo destino. La culpa me oprimía el pecho y no me dejaba respirar.
—Lo que no entiendo es cómo lo logró. No es fácil interceptar un correo, violar una cuenta— dijo ella.
—Tal vez haya contratado a algún experto— ofrecí.
Ella me miró poco convencida. Se sentó a la computadora y escribió mi nombre, el nombre de Strabons en el buscador. El nombre aparecía ligado a una página de la catedral de Hereford. Juliana entró en el enlace.
—Oh, no...— murmuró.
—¿Qué?
—Hermes no violó mi cuenta de correo, no fue necesario. El encargado de relaciones públicas mencionó su nombre en el sitio de la catedral. Mire esto— me señaló.
—El doctor Augusto Strabons, renombrado experto en historia antigua visitará Hereford este fin de semana para estudiar en persona el Mapa Mundi— leí en voz alta—. ¿Por qué escribiría eso?
—Es el encargado de relaciones públicas, tal vez pensó que el anuncio de su presencia atraería turistas— explicó ella—. Pero lo único que atrajo fue a un sanguinario asesino.
—¿Esto significa que Hermes aún no sabe de ti?— pregunté esperanzado.
—Posiblemente. Si Hermes hubiera violado mi cuenta de correo, habría sabido que estábamos en Londres, inclusive habría sabido que estábamos en la Biblioteca Británica y luego en el Museo. ¿No habría sido más fácil interceptarnos ahí en vez de irse hasta Hereford?
—Tal vez— admití. Pero si Humberto me había encontrado... Y también estaba el asunto del tal Bruno...—. De todas formas, creo que sería prudente que no escribieras más correos.
—No se preocupe por eso, ya hice una cuenta nueva con otro nombre y cambié todas mis contraseñas— me explicó ella.
—¿Se puede hacer eso?
—Claro— aseguró ella.
—Entonces puedes volver a tu vida en la universidad sin problemas, alejarte lo más posible de mí y del mapa antes de que sea tarde— le dije.
—No haré eso.
—Juliana, por favor...— le rogué. No podía siquiera soportar pensar en qué pasaría si Hermes la atrapara.
—Doctor, no lo entiende. Si Hermes no sabe de mí, aún tenemos la ventaja.