—¡Cuidado!— me advirtió Mercuccio al ver que casi tropezaba con un balde de pintura.
—¿Qué es esto?
—Estoy dando una segunda mano de pintura a la habitación de Juliana. Nora también quiere que pinte el frente de la casa porque está muy deteriorado.
—Me parece bien.
—Los muebles para la habitación llegan esta tarde.
—Entonces será mejor que sigas trabajando. ¿Has visto a Juliana? No está en la biblioteca.
—Está en el patio trasero, hablando con su amigo Luigi— me informó él.
—¿Cómo que hablando? Luigi está en Roma.
—Video conferencia— explicó él.
—Ah, ya veo— dije sin comprender.
—Es una forma de comunicación por computadora— se explayó él al ver mi cara de desconcierto—. Se puede ver a la otra persona por la pantalla y hablarle.
—Claro, entiendo, gracias— respondí.
Atravesé la cocina, y cuando estaba a punto de abrir la puerta del patio, escuché la voz de Juliana y oí su risa. Nunca la había escuchado reír antes. Decidí no interrumpir su conversación con su amigo. Me volví y me dirigí a la biblioteca, pero a medio camino, no resistí la curiosidad y me metí en mi habitación para poder observar a Juliana por la ventana.
Su ropa estaba cuidadosamente doblada sobre una silla, y sus cosas desbordaban la mesa de luz. Había estado durmiendo por unos días en mi habitación, hasta que la suya estuviera lista. Me acerqué con cuidado y la espié desde la ventana.
Me sorprendió verla así. Había visto su rostro preocupado, su rostro concentrado, su rostro enojado, inclusive su rostro angustiado, pero nunca la había visto así. Su rostro estaba iluminado de felicidad. Sus ojos brillaban, acompañando una sonrisa, mientras hablaba animadamente con Luigi. Él debía estar haciéndole algún tipo de broma porque ella reía de buena gana. La voz de él no se escuchaba. Juliana tenía puestos unos auriculares con micrófono, y sostenía la computadora en su regazo mientras hablaba con él.
Me di cuenta de que al pedirle que viniera a vivir con nosotros, la había separado de sus amigos, tal vez hasta de su familia. Juliana nunca había hablado de su familia. Y yo estaba tan obsesionado con mis problemas que nunca se me había ocurrido siquiera preguntar.
Vi que se despedía de Luigi y cerraba la computadora. Salí de inmediato de la habitación y corrí hacia la biblioteca. Nora me miró sorprendida, mientras pasaba a toda velocidad por la cocina. Entré a la biblioteca por la puerta que daba a la sala de estar al mismo tiempo que Juliana entraba por la otra puerta desde el patio.
—¿Todo bien?— me preguntó Juliana al verme entrar como tromba a la biblioteca.
—Mercuccio está pintando tu habitación— respondí, como si eso explicara mi forma de entrar en la biblioteca. Ella me miró, frunciendo el entrecejo, pero no dijo nada.
—Estuve hablando con Luigi— comentó ella.
—¿Y qué dijo?
—Su visita a la biblioteca del Vaticano ha sido pospuesta hasta la semana que viene.
Asentí, pensativo.
—Tal vez deberíamos aprovechar la dilación para encontrar más pistas para ayudarlo— propuso ella.
—Claro, por supuesto— respondí—. Por cierto, ¿a qué se dedica Luigi?
—Periodista.
—¡¿Qué?!— grité—. ¿Has estado dando información secreta a un periodista? ¿Estás loca? Si publica algo de esto, Hermes...
—¡Strabons!— me detuvo ella con las manos en alto—. Luigi no va a publicar nada de esto.
—¿Cómo lo sabes? Tal vez te está usando para sacarte datos para su historia y luego...
—Strabons, no sea paranoico. Conozco a Luigi, no hará nada de eso.
—¿Estás absolutamente segura?
—Lo estoy— aseguró ella.
—¿Cómo lo sabes?— insistí.
—¿Cómo sabe que yo misma no voy a publicar la investigación?
—Tú no harías eso, te conozco, tú comprendes la importancia de mantener esto en secreto.
—Solo me conoce hace poco más de un mes. Yo conozco a Luigi hace más de cinco años. Le aseguro que es de fiar, no revelará nada. Ahora, será mejor que nos pongamos a buscar pistas que lo ayuden en su visita a la biblioteca del Vaticano.
—De acuerdo— asentí, reticente.
Ella encendió la computadora del escritorio mientras yo abría el cajón del mapa. Mientras la computadora arrancaba, Juliana se acercó a mi lado a observar el mapa. Vi que miraba atentamente los soportes en el borde del círculo, los que en el original contenían la palabra “mors”.
—¿Crees que los símbolos en esos círculos también forman la palabra muerte?— le pregunté suavemente.
—¿Qué otra cosa podría decir? ¿Qué otra cosa puede haber fuera del mundo de los vivos?