La Profecía del Regreso - Libro 2 de la Saga De Lug

SEGUNDA PARTE: El Doctor - CAPÍTULO 36

—A123— leyó Mercuccio en voz alta la leyenda grabada en la llave—. No, no tengo idea de lo que significa. Tal vez Allemandi pueda saber.

—¿Podrías llamarlo? ¿Tal vez invitarlo a cenar?— le pedí.

—Claro— aseguró él.

Había mostrado la llave a Nora, pero ella tenía menos idea que Mercuccio acerca de lo que abría. Me aseguró que en la antigua casa de Strabons no había nada que ella recordara que se abriera con esa llave.

Mi instinto me decía que aquella llave era una clave importante. Esperaría hasta la noche y hablaría con Allemandi, pero si él tampoco sabía nada de esa llave, tendría que volver a la vieja casa de Strabons y revisarlo todo, aún arriesgándome a encontrarme con Hermes.

—¿Hubo suerte?— me preguntó Juliana, levantando la vista de su cuaderno de notas y dejando el lápiz a un lado.

—No, ni Mercuccio ni Nora tienen idea de qué abre esta llave— respondí, mirando la llave en mi mano por un momento. Suspiré y la metí en el bolsillo derecho de mi pantalón.

—Por el lugar donde estaba oculta, debe ser importante— comentó ella.

—Pienso lo mismo— acordé—. Tal vez mi abogado, Allemandi, sepa de qué se trata. Le dije a Mercuccio que lo llamara. ¿Cómo vas con el nombre?

—Más o menos, lo único que he podido armar es algo así como “Alris” o “Alrus”.

—Alric— murmuré—. El Lindow man.

—¿Qué?

—El mapa es una copia hecha por Alric— respondí.

—¿Quién era Alric?

—Alguien que luchaba por la verdad y la libertad de su gente. Copió el mapa para enseñar sobre la cultura de otros pueblos.

—Y usted sabe esto porque...— me miró ella interrogante.

—Alguien me lo comentó.

—¿Por qué no me dijo que el mapa era del tal Alric?— me reprochó ella.

—No lo sabía hasta ahora. Sabía que Alric había copiado mapas y traducido obras al idioma de Yarcon, pero no sabía que esta copia específica había sido hecha por él.

—Este nombre puede ser una pista invaluable para ayudar a Luigi a buscar libros en este extraño idioma— dijo ella.

—Entonces será mejor que le escribas— le respondí.

 

——————0—————

 

Mientras Mercuccio, Juliana, Allemandi y yo estábamos sentados a la mesa, Nora fue hasta la cocina a traer la cena.

—Le agradezco que haya venido— le dije a Allemandi—. Hay algo urgente que quiero preguntarle.

—Un placer— respondió él—. ¿De qué se trata?

Saqué la llave de mi bolsillo y la apoyé sobre la mesa frente a él.

—¿Tiene alguna idea de a qué pertenece esta llave?

Allemandi la tomó, y observó la letra y los números grabados.

—Es la llave de una caja de seguridad en el banco Nacional— dijo enseguida—. Hace unos años, Strabons, es decir su abuelo Strabons, me dijo que quería guardar ciertos objetos valiosos en un lugar seguro. Yo mismo hice los trámites para alquilarle la caja y le traje esta llave, pero el viejo Strabons odiaba los bancos, y no quiso saber nada de poner sus cosas allí. Creo que no la usó nunca.

—Sin embargo conservó la llave y la escondió— comenté—. ¿Es posible que se arrepintiera y que decidiera poner algo en ella después de todo?

—Tal vez— admitió Allemandi.

—Tal vez puso allí sus notas— ofreció Mercuccio—. Tal vez por eso no las encontramos en la casa.

—¿Qué notas?— preguntó Juliana.

—Antes de morir, mi abuelo mencionó ciertas notas que había hecho sobre su investigación, pero nunca las encontramos en su casa. Pensamos que Hermes podía haberlas robado, pero durante la conversación que tuve con él en el bosque me di cuenta de que no era así. Si encontramos esas notas, tal vez podamos encontrar lo que estamos buscando— le respondí.

—¡Guau!— exclamó Mercuccio al ver a Nora entrar con la enorme fuente.

—Hace años que no como lasaña— sonrió Allemandi.

Nora apoyó la fuente en el centro de la mesa y comenzó a servir la comida.

—Mercuccio, mañana necesitaré que me lleves al banco— dije.

—Claro— respondió él.

—Yo también voy— dijo Juliana.

—No, tú te quedas— le respondí.

—No puede tenerme encerrada aquí para siempre— protestó ella.

—No para siempre, solo hasta que esté seguro de que Hermes no está tras de ti.

Pareció que Allemandi iba a decir algo, pero luego cerró la boca y se concentró en su plato de lasaña.

Después del postre, estuvimos charlando un rato más, y luego todos se retiraron a dormir. Le pedí a Allemandi que se quedara un rato más para tomar un café conmigo. Nora trajo la bandeja con el café y me preguntó si iba a necesitar algo más. Le dije que se fuera a dormir, que yo me encargaría de todo.



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En el texto hay: mundos paralelos, portales

Editado: 12.10.2019

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