Cuando llegamos del banco, Mercuccio guardó el auto, y luego nos dirigimos a la entrada principal de la casa. Sonreí al ver el color del frente de la casa: blanco. Mercuccio lo había pintado a pedido de Nora. Las cosas parecían ir encajando poco a poco.
Apenas rocé el picaporte de la puerta, cuando Juliana abrió desde adentro, ansiosa. Aunque tenía el corazón aún emocionado por lo que había encontrado en la caja, me forcé a mostrar un rostro impasible.
—¿Y?— preguntó Juliana, mirándome de arriba a abajo.
—Nada— mentí.
—¿Qué?— exclamó ella incrédula, mirando mis manos vacías. Dirigió su mirada inquisitiva a Mercuccio. Él desvió su mirada al cielo y fingió estar interesado en una nube que pasaba sobre nuestras cabezas. Me había visto cargar el bolso en el baúl del auto y sabía que estaba mintiendo.
—Entiendo— murmuró ella con el semblante ensombrecido—. Todavía no confía en mí.
Antes de que pudiera decirle nada, dio media vuelta y se metió en la casa.
—Espero que sepa lo que hace— me murmuró Mercuccio al oído al pasar junto a mí.
Suspiré y entré finalmente a la sala de estar, cerrando la puerta tras de mí. No podía revelar a Juliana el hallazgo hasta no ver bien de qué se trataba. Tenía que asegurarme de que no hubiera nada que yo no quisiera revelar.
Pasé por el comedor y luego por la cocina, hacia mi habitación.
—¿Qué le hizo ahora?— me preguntó Nora en tono de reproche al verme pasar por la cocina.
—Nada, ¿por qué?
—Pasó corriendo y se encerró en su habitación. Creo que estaba llorando. Debe haberle hecho algo.
—No tengo tiempo para ocuparme de sus caprichos. Tengo cosas más importantes que hacer— dije.
—Como quiera, pero si se va otra vez, yo no voy a mover un dedo para traerla de vuelta. Tendrá que buscarla y convencerla usted.
—No se irá— le dije—. No es para tanto.
Seguí mi camino hacia mi habitación. Pasé por la de ella y me detuve un momento ante la puerta cerrada. Mercuccio había terminado de acondicionar la habitación la tarde anterior, y Juliana estaba muy contenta con el resultado. Apoyé el oído en la puerta. Se escuchaba movimiento, pero no oía llanto. Solo había sido un berrinche, ella estaría bien.
Me encerré en mi recuperada habitación. Unos momentos más tarde, apareció Mercuccio con el bolso. Tenía el rostro serio y hacía todo lo posible por demostrar que no aprobaba mis acciones por medio de un obstinado silencio.
—Mercuccio, entiende que debo estudiar primero esto yo solo antes de revelarlo a otros. El contenido de esos cuadernos puede ponerlos en riesgo a todos.
—No tiene que explicarme nada a mí, sino a ella— me dijo él, cortante. Dejó el bolso en el suelo en medio de la habitación y se fue cerrando la puerta sin más.
Al diablo con todos. Si las notas contenían lo que yo creía, no necesitaría a ninguno de ellos.
Abrí el bolso, saqué los cinco gruesos cuadernos escritos con la apretada caligrafía de Strabons y la caja de madera que contenía un libro antiguo. Por un momento, no supe por dónde empezar. Me decidí por el libro. Lo saqué de su caja de madera con cuidado y desenvolví el trozo de terciopelo negro que lo cubría. Lo apoyé delicadamente en la almohada de la cama y reubiqué la lámpara de la mesa de luz para iluminarlo. La cubierta de cuero agrietado y negruzco tenía pirograbada una sola palabra con los símbolos de Yarcon. Traté de no sacar conclusiones apresuradas, pero estaba casi seguro de que se trataba del esquivo Manuscrito de los Orígenes, el libro de profecías que mi madre había escrito.
Al abrirlo, vi que en la portada se repetía la misma palabra grabada en el cuero de la tapa y más abajo había otra palabra. Reconocí los símbolos: eran los del nombre de Alric. Pasé las páginas con cuidado, pero no pude entender una sola palabra del texto, el libro estaba escrito en el lenguaje de Yarcon en su totalidad.
Hice el libro a un lado y tomé los cuadernos, con la esperanza de que Strabons hubiera traducido aunque solo fueran partes del libro. Los cuadernos tenían innumerables notas sobre genealogía y mitología celta. Había hecho diagramas mostrando las relaciones entre los diferentes personajes históricos y mitológicos, y luego había tachado algunos y hecho flechas en otros que indicaba relaciones diferentes a las propuestas originalmente.
Estuve leyendo los cuadernos por el resto de la mañana y durante toda la tarde. Hice que Nora me trajera el almuerzo a la habitación para no perder tiempo. Encontré muchas notas que hablaban de Lug y de su importante misión de combatir la oscuridad. También había notas sobre Alric y su rica herencia literaria. Encontré dibujos de diferentes diseños posibles de mi espada de Govannon, pero no encontré dibujo alguno del diseño de la cúpula. Tal vez él no se había preocupado por la cúpula porque pensó que no llegaría vivo al punto temporal. Hasta ahora, no veía nada que sirviera para avanzar en mi investigación. La mayoría de las notas eran sobre cosas que ya sabía, o sobre cosas que no estaban relacionadas con los dos portales de los que me tenía que ocupar.