Querido doctor:
Estos días con Luigi han sido gloriosos. Ojalá existieran palabras que pudieran expresar la gratitud que siento para con usted por haberme dejado venir a verlo en este viaje. Nunca había sentido lo que siento al estar con él. Pero su presencia invade todos mis pensamientos, y no he adelantado nada de la investigación. No puedo pensar en otra cosa que no sea él. Es por eso que le pedí que no me acompañe a Jerusalén. No puedo concentrarme en nada si él está a mi lado. Aunque separarme de él duele, sé que debo hacerlo para continuar con mi trabajo.
Luigi me ha dado algunas buenas ideas de dónde comenzar con la búsqueda en Jerusalén. Sé que el plan era esperarlo a usted e ir juntos, pero Luigi debe recomenzar su trabajo mañana, y no podré verlo por unos días. No quiero estar aquí perdiendo el tiempo, cuando podría estar adelantando trabajo en Jerusalén. Así que supongo que lo veré allá. Estaré en el hotel King David.
Ya sé que se pondrá loco y se enojará conmigo cuando reciba este correo, pero para compensar, le tengo una sorpresa que lo dejará sin respiración. ¿Recuerda que Luigi quería mostrarme algo que había encontrado? No podrá creer lo que halló. Le envié una fotografía. No me atreví a enviarla por correo electrónico por miedo a que fuera interceptada de alguna forma, así que la recibirá por correo postal entre hoy y mañana.
Saludos a Nora y a Mercuccio.
Cariños para usted,
Juliana.
Di un puñetazo en la mesa del escritorio que casi hizo caer el monitor de la computadora. Solo faltaban tres días para que habilitaran mi pasaporte, solo tres días. ¿Por qué no podía esperar tres días? Jerusalén era un lugar peligroso para una mujer sola. Debí hablar con Luigi, pedirle que la acompañara y la protegiera, pero no vi venir esto. Todos los correos anteriores solo hablaban de los lugares que había visitado con él en Roma, y de los buenos momentos que estaban pasando. Nunca imaginé que de un día para el otro decidiría ir sola a medio oriente. ¿En qué estaba pensando Luigi? ¿Cómo la había dejado ir sola? No, la culpa no era de Luigi, era mía. Conocía bien a Juliana, y debí imaginar que tramaba algo como esto. Sabía de su temperamento, y entendía que seguramente, Luigi no había podido hacer nada para detenerla. Tal vez hasta lo había engañado a él, diciéndole que se quedaría en Roma hasta que yo llegara, y luego había tomado un avión a Jerusalén sin avisarle. Si algo le pasaba... nunca me lo perdonaría.
Pensé en escribirle y regañarla, ordenarle que volviera inmediatamente a Roma. Pensé en hablar con Luigi, pedirle que la fuera a buscar. No, aquello no serviría. Ella ya debía estar en el hotel a estas horas. Nunca aceptaría volver y nunca consentiría que Luigi fuera para allá.
Golpeé el escritorio una vez más, frustrado. No podía salir del país hasta dentro de tres días. No podía protegerla desde aquí... No podía...
Traté de calmarme y razonar. No debía pensar en lo que no podía hacer, debía concentrarme en lo que sí podía ayudar. ¡Por supuesto! ¡Bruno! Ahora, ¿dónde había dejado esa tarjeta que me dio en el museo? Revolví toda mi habitación hasta que la encontré en el bolsillo de un saco.