La Profecía del Regreso - Libro 2 de la Saga De Lug

TERCERA PARTE: El Profesor - CAPÍTULO 63

—¿Cómo sabe que va a funcionar?— protestó Juliana.

Me la quedé mirando unos momentos. Todavía no me acostumbraba al cambio de color de su cabello. Aunque yo mismo le había pedido que se pusiera la peluca rubia para que Miguel no la reconociera, es decir, para que yo no la reconociera cuando la volviera a ver como Augusto Strabons, me parecía que el color le quedaba fuera de lugar. Pero tal vez lo más desconcertante era que bajo la peluca de un largo cabello lacio, sus hermosos rulos habían desaparecido.

Ella me lanzó una mirada impaciente.

            Resoplé.

            —Primero: los hermanos en su infinita caridad, humildad y bondad pretendida, no podrán negarse a la suma de dinero que les ofreceremos. Son tan corruptos como cualquiera, tal vez más porque se ocultan tras un manto de falsa piedad. Tienen su precio, y yo conozco ese precio. Segundo: ellos no saben quién es Miguel. Solo quien lo puso ahí cuando tenía un año y yo lo sabemos. Para ellos no es nadie, no existe, no es siquiera digno de ocupar una mínima porción de sus pensamientos. Y obviamente, tampoco tienen ningún tipo de afecto por él. Tercero: Ya funcionó una vez. Funcionará de nuevo porque el círculo…

            —…debe cerrarse— concluyó Juliana a coro conmigo. Asintió suspirando: —Espero que sepa lo que hace.

            —Será mejor que lleves esto.

            —¿Qué es?— preguntó ella, agarrándolo.

            —Un bolso. Miguel no tiene donde llevar su ropa.

            Ella lo metió en su portafolio.

            —Mercuccio te está esperando con el automóvil.

            Ella asintió con la cabeza, tomó su enorme portafolio y se dirigió a la puerta.

            —Juliana—, la llamé en el último instante, antes de que se fuera. Ella se volvió—. Una vez que te lo presenten…

            —Ya sé, debo actuar como si nunca lo hubiera visto en la vida y no revelar nada—, recitó las palabras que le había repetido hasta el cansancio.

            —No— dije—, es otra cosa.

            —¿Qué?

            —Cuando lo veas… una vez que lo tengas enfrente…

            —¿Qué?

            —No le quites los ojos de encima ni por un segundo. No lo dejes solo con los hermanos ni con nadie. No te separes de él por nada.

            Ella se acercó a mí y me apoyó una mano comprensiva en el hombro:

            —No se preocupe. Lo voy a sacar de ahí a como dé lugar. Si la farsa de la beca no funciona, obligaré a los hermanos a punta de pistola a dármelo. Si el chico no quiere venir, lo voy a atar y a amordazar, y lo traeré en el baúl del coche.

            Asentí, satisfecho.

            —Aunque… ayudaría si me dijera cómo recuerda que fue…— intentó ella una vez más.

            Negué con la cabeza:

            —Ya te lo dije. Si te doy detalles, lo único que lograré es arruinarlo todo. Tiene que ser tu plan. Yo no puedo intervenir.

            —Eso es injusto. Cuando usted se encuentre con él, solo recordará lo que dijo e hizo la primera vez y lo volverá a repetir. Su parte es sencilla, ¿por qué no me lo puede facilitar a mí también?

            —Por lo mismo que acabas de decir, mi parte es la más difícil y delicada de todas. Encontrarse con uno mismo es algo que nunca debería ocurrir.

            —Pero ocurrirá. Es decir, ocurrirá porque ya ocurrió.

            —Exactamente, y eso es lo que lo hace peligroso. El balance es tan delicado, que cualquier error…— ni siquiera me atreví a terminar la frase.

            Ella asintió sin decir palabra.



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En el texto hay: mundos paralelos, portales

Editado: 12.10.2019

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